NUEVA YORK.- Una guapa bibliotecaria de Praga fue el último amor de Albert Einstein. Con Johanna Fantova, 22 años menor que él, el físico y Premio Nobel salía a navegar en el Lago Carnegie de Princeton, Estado norteamericano de Nueva Jersey. Le escribía poemas y le dibujaba pequeñas caricaturas. E incluso le permitió cortarle su melena blanca.
"Johanna estaba muy cerca de él. Disfrutaba de su compañía. Ella era su conexión con el viejo mundo", dijo el único amigo aún vivo de Einstein y Fantova, Gillett Griffin, a la agencia dpa.
También para Griffin fue una sorpresa que Johanna confiara sus conversaciones y encuentros con Einstein (1879-1955) a un diario íntimo durante el último año y medio de vida de éste.
El manuscrito apareció ahora, por casualidad, 23 años después de la muerte de la mujer. En la búsqueda de material inédito sobre parejas históricas, un colaborador de la Universidad de Princeton encontró en la biblioteca los documentos personales de Fantova y el diario de 62 páginas escrito en alemán.
"Me imagino que Einstein lo sabía y la dejaba hacer. Se preocupaba por su futuro", dijo Griffin, que muchas veces visitaba la casa del famoso científico y recuerda lo mucho que molestaba a éste todo tipo de culto a su persona.
Para garantizar económicamente el futuro de Johanna, Einstein le dejó a su compañera de tantos años su teoría general y uniforme del campo. Fantova vendió más adelante los documentos por 8.000 dólares.
El diario contiene sólo pocos indicios de la relación entre ambos. Johanna retrató al padre de la teoría de la relatividad como un observador despierto y a veces agudo de políticos y acontecimientos de la política, lo que contradice su imagen de genio loco.
Eso sí, Einstein creía ser como un imán para "todos los locos de este mundo". Diariamente llegaba a su casa una carretilla con cartas, que en parte respondía él mismo.
Según los relatos de Johanna, Einstein mantuvo el buen humor incluso cuando su salud comenzó a deteriorarse rápidamente. Cuando ya no podía tocar su adorado violín, se pasó al piano y aseguraba que en él podía improvisar mejor.
Por sus males, Einstein se comparaba con un "coche viejo" y se lamentaba de que su memoria lo estaba abandonando progresivamente. Claro que ya cuando iba a la escuela los maestros le decían que tenía "una memoria como un colador".
Einstein conoció a la joven de Praga, delgada y morena, en los años 20 del siglo XX en Europa y ya en Berlín salió a navegar con ella.
En 1933, huyó con su segunda esposa Elsa de la Alemania nazi a Estados Unidos y se asentó en Princeton, donde recibió un puesto de profesor e investigador de por vida.
Johanna Fantova se salvó también rumbo a Estados Unidos en 1939, inmediatamente antes de estallar la guerra, y allí retomó contacto con Einstein.
El mismo año murió Elsa, que además era prima de Einstein. El científico, que estaba divorciado de la matemática serbia Mileva Maric y tenía un hijo con ella, se quedó viudo. Se hacía atender por la hija de Elsa, Margot, y además tenía una secretaria, Helen Dukas.
En los años hasta su muerte en abril de 1955, Einstein tuvo una estrecha relación con Johanna. Ella iba a menudo a su casa, lo acompañaba en su tiempo libre y le organizó su última fiesta de cumpleaños, cuando cumplió 75, informó Griffin.
Sin el optimismo de Einstein, sin embargo, Fantova cayó en la desgana y, según Griffin, se convirtió en los años antes de su muerte en 1981 en una "mujer insegura, inestable y amargada".