Federico Heinlein
6/11/1997
Los conciertos de la Orquesta de Cámara de Chile, que la Corporación Cultural de Las Condes organizó semanalmente en la parroquia San Vicente Ferrer de Los Dominicos, terminaron con un programa dedicado por entero a Mozart. Del acervo inagotable de este compositor oímos obras de diferentes etapas de su existencia, ofrecidas bajo la impecable dirección del maestro Alejandro Reyes.
El K. 136 (Fa mayor), último de los tres así llamados Divertimenti, es en realidad un cuarteto o una breve sinfonía para las cuerdas solas. A los dieciséis años de edad, el muchacho salzburgués nos muestra su genio precoz en esta maravilla, que Alejandro Reyes supo presentar con extraordinaria finura.
La redacción experta del joven autor produce milagros sonoros en los tres movimientos, cuya entrega por los instrumentistas no dejó nada que desear. La mano firme de Reyes obtuvo claridad máxima de los detalles: semicorcheas precisas, terminaciones elocuentes y toda la gracia que pide el pequeño Andante en Do mayor.
Tres años después, e igualmente en Salzburgo, Mozart escribió el Concierto para violín y orquesta K. 218 (Re mayor). En esta ejecución, las circunstancias acústicas cambiaron radicalmente.
Los pares de trompas y oboes, apostados al fondo sobre una tarima elevada, resaltaron de manera indebida, y desde nuestra ubicación en el costado oriente de la sala, apenas alcanzamos a oír la delicada sonoridad del solista Rubén Sierra, teniendo que conformarnos con verle la espalda y la punta del arco. Las cadenzas permitieron apreciar su exquisita dulzura, y felizmente el desequilibrio entre vientos y cuerdas disminuyó en tanto en el Final.
La Sinfonía “Júpiter”, del creador maduro, posee un calibre y una radiación de majestad inconmensurable. Sin hacer concesiones, la interpretación por Alejandro Reyes y la Orquesta de Cámara de Chile fue capaz de comunicarnos su grandeza y hondura. Dentro de la mayor disciplina, el mensaje artístico pudo adquirir plena libertad, haciéndose justicia a cada parámetro.
Magnífico resultó el Andante, en el que todo el conjunto colaboró con la fuerza expresiva de los acentos, las disonancias y los entrañables hallazgos armónicos. La interacción de cuerdas y vientos en el Minué; la fusión de sinfonismo y contrapunto increíble del Final, corroboraron la genialidad fantástica de un músico sin igual.
Ovaciones de la multitudinaria concurrencia agradecieron este conmovedor fin de fiesta.