En México se llama "música norteña", pero aquí la toca un dúo de este país sureño. Los Hermanos Bustos llevan su historia y sus corridos a Viña. Esto es lo que guardan y conservan con cariño.
David Ponce 18/2/2005
Fernando Bustos tenía 22 años y una decisión que tomar. Estaba armando un dúo musical con su hermano Ismael, había que vender algo para comprar un acordeón y echó mano a lo que tenía cerca. Vivían en Curacaví: lo que tenía cerca era una vaquilla. Y era 1965: le dieron cuarenta pesos por ella.
Bendita sea esa vaquilla, porque el acordeón es historia. Antes de que surgieran dúos populares como Los Reales del Valle o Los Luceros del Valle, antes de que Los Llaneros de la Frontera se volvieran los actuales superventas chilenos de música mexicana y mucho antes del éxito ranchero de María José Quintanilla, Los Hermanos Bustos fueron los pioneros. Los primeros en tocar corridos en Chile como hoy son éxito: correteados entre acordeón y guitarra. Como los van a tocar ahora en el Festival de Viña.
Unos días antes de llegar al Festival, Fernando e Ismael Bustos están tomando el fresco en la casa de un amigable compadre de la familia en Doñihue, preparándose para tocar en el pueblo cercano de Lo Miranda. Este dúo no sale de gira en verano. El verano es una gira. El día anterior han estado en El Carmen, de Chillán para adentro. Al día siguiente estarán en Coelemu. Al subsiguiente harán doblete en la estación de San Javier y San Clemente, cerca de Talca. Luego irán al Festival del Choclo de Chillán y a Los Ángeles, y después al célebre festival ranchero de Chanco.
- Y ahí paramos - dice Fernando- . Tenemos que echarle una repasada al show para Viña y afinar todos los detalles.
En enero y febrero, los Bustos trabajan 18 días al mes. De marzo en adelante se concentran en los fines de semana, a razón de unos ocho contratos mensuales. Es una máquina, y tiene varios engranajes. Como no hay músico de festival de provincia que no sepa los éxitos de la familia Bustos, si hay que tocar "La carta número 3", "La de la mochila azul", "Morena de quince años" o "Ni por mil puñados de oro", los colegas los conocen de memoria.
Y el público los conoce de memoria.
- Uno puede escuchar treinta temas y dice "Éste le va a gustar a la gente del campo". Uno les sabe ya el gusto - explica el acordeonista- . Tantos años.
Y Los Hermanos Bustos se conocen de memoria.
- No tengo ni que decirle a él "Tal tema voy a tocar", porque con la primera tecla del acordeón ya está puesta la postura en la guitarra. Porque son los años.
Ambos músicos son casi de la misma estatura, tocan con trajes y sombreros idénticos, tienen cada uno un cinturón con hebilla color plata y hasta el contenido del bolsillo de sus camisas es el mismo: cada hermano Bustos lleva ahí una práctica peineta de bolsillo y la más clásica lapicera Parker. Es el estilo. Son los años.
A mediados de los ’60 había una laguna en Curacaví. Y cuando Los Hermanos Bustos eran sólo los hermanos Bustos, vivían y trabajaban en el fundo La Laguna del pueblo. Eran ocho hermanos. Fernando nació en 1942 e Ismael, el menor, en 1945.
- Toda la familia trabajaba en la agricultura - dice- . Éramos apatronados en esos años. Inquilinos.
El dúo empezó a tocar en 1965, grabó su primer disco en 1967 y recorrió Chile en festivales de provincia, giras en micro, elencos junto a Amparito Jiménez y recitales en gimnasios de todo Chile. Ahí foguearon una rutina que les pemite tocar dieciocho canciones en media hora. Ni los Ramones sabrían hacerla tan corta.
- Solamente los agradecimientos, saludos, y en seguida todo música, enganchadito - explica Fernando.
- Es poco lo que conversamos - agrega Ismael.
- Y donde llegamos siempre salen sus tres o cuatro grupos ranchero: se ha sembrado de conjuntos de música mexicana en Chile.
No siempre estuvo así de sembrado. La música ranchera empezó a llegar en los años ’30, con el cine mexicano, y lo que recuerda de su niñez Fernando Bustos son mariachis, violines y trompetas: Jorge Negrete, Pedro Infante, Antonio Aguilar, Miguel Aceves Mejía. O, en Chile, Guadalupe del Carmen, Los Huastecos del Sur, Fernando Trujillo o Roberto Aguilar. El padre les llevaba discos de Santiago, y si tenían suerte no llegaban quebrados por el viaje. Pero no había corridos con acordeón y guitarra.
- Y el acordeón es el que le da el norteño - precisa Fernando Bustos- . Nosotros nos inspiramos por el
toquío que tenía.
El dúo descubriría pronto el poder de ese instrumento. Arrasaron a punta de corridos en un concurso organizado en 1965 por la radio Ignacio Serrano, de Melipilla, y es radio Magallanes la que tiene entre sus glorias el haber tocado por primera vez un disco del grupo, en 1967. Hoy suman cuarenta grabaciones, y de las últimas tres, con el sello CNR, han vendido treinta mil copias. Un disco de oro en promedio. El acordeón sigue funcionando.
Al día siguiente de su actuación en Lo Miranda, Los Hermanos Bustos ya están lejos, subiendo un cerro para tomarse unas fotos. El paisaje es idea suya: hay pasto seco, hay riscos y hay quiscos. Está preciso para una película de vaqueros. Parece un desierto norteño mexicano, de hecho. Pero es un cerro en un país sureño. Esto es La Puntilla de Salazar, en Curacaví, a un par de kilómetros de la casa natal. Desde este cerro se veía la laguna.
- Pero la secaron. Era grande, había botes, totoras - dice Fernando. Su hermano no ha dejado la antigua casa familiar.
- Por un tiempo me fui, pero volví hace catorce años. Está la familia, entonces uno, aunque no la vaya a ver todo el tiempo, quiere estar cerca. Es igual que alejarse de su madre.
El hermano mayor, en cambio, vive en Santiago desde 1968.
Es que es por el trabajo, también. Si hubiera estado en Curacaví a lo mejor no habría pasado nada con el conjunto.
Las estadísticas lo avalan. Después de Viña (donde tocan el viernes 18), el grupo tiene mucho que hacer. El lunes 21 van a Lota. El martes a Los Andes. El miércoles a San Rosendo. El jueves a Curicó. El viernes a Las Vizcachas y el sábado a Navidad. Y, con 40 años y un promedio de un disco y 115 actuaciones anuales, ni la Quinta Vergara es nueva para ellos. Ya estuvieron ahí hace siete años, y con quince mil personas en las gradas, en el mucho más popular Festival de la Cebolla. Claro, no salieron en la tele.