Marcelo Contreras
El vecindario latino es un mercado abierto ante Kevin Johansen. Una feria aromática, donde sabores y colores rítmicos del continente se mezclan según su gusto. Y el argentino es hombre de paladar. El viernes, en la primera de las abarrotadas dos funciones convenidas para la noche en el teatro Oriente, Johansen reiteró algo que su último disco City Zen proclama: que más allá de los suspiros del público femenino, hay un artista con sustento.
Johansen podría quedarse en la sonrisa perfecta para conquistar a la audiencia. No es que no lo haga, pero su afán recopilador bajo instinto pop, que se estaciona aleatoriamente en ritmos andinos, reggae, cumbia, samba y milonga, es el vértice de su desempeño en vivo. El soporte de una banda formidable con predilección por el tañido y el detalle, que incluye a un músico monumental como es el "Zurdo" Roizner (baterista de Piazzolla, Vinícius de Moraes y Toquinho), completa una faena que desea a toda costa rematar en carnaval.
Cuando la cocción de Kevin Johansen alcanza su punto, sucede lo que ocurrió el viernes. El batido y el calor de su música encantan.