Francisco Gutiérrez Domínguez
En general, la "Aída", de Verdi, que está presentando el Teatro Municipal, alcanzó un nivel respetable, considerando lo que normalmente ha sido la tradición interpretativa de esta ópera: espectacularidad escénica y vocal, en desmedro del sutil equilibrio musical y dramático que existe en la partitura entre la intimidad de los personajes y su figuración pública. Corrección musical y magnificencia ambiental caracterizaron la labor de la dirección orquestal y del equipo responsable de la producción, pero en ambos faltó la profundización interpretativa que permite la riqueza estructural de la obra. Edoardo Müller obtuvo una ejecución disciplinada y a veces muy refinada de la Filarmónica, garantizando una buena concertación entre voces e instrumentos en las escenas de conjunto, pero en lo interpretativo, su versión fue plana y sin la debida acentuación en la exposición y armonización de los motivos musicales que expresan el drama personal de los protagonistas. La escenografía de Salvatore Pellizzari dio un marco grandioso pero de una monumentalidad exagerada para el tamaño del escenario, y varias veces impidió un desplazamiento menos rígido de solistas y coro. El vestuario de Aníbal Lápiz fue vistoso y adecuado, pese a ciertos detalles muy recargados, y la régie de Matías Cambiasso, eficiente y ordenada en las escenas de conjunto, pero sin intensidad ni audacia teatral en la interpretación de los roles.
La labor de los solistas se vio afectada por las limitaciones mencionadas, pero éstas no impidieron que Luciana D’Intino lograra una magnífica actuación personificando a Amneris. Dentro de un desempeño de ejemplar sobriedad escénica y vocal, su volcánico temperamento encontró su máxima expresión en el enfrentamiento con los sacerdotes en el cuarto acto, donde obtuvo la adecuada respuesta del excelente Ramfis de Stanislav Shvets y de la espléndida actuación del Coro de sacerdotes. Si la parte exige a Luciana D’Intino el empleo de todos sus recursos, sólo podríamos objetar esta vez la evidencia de un quiebre más pronunciado entre sus registros medio y grave en relación con otras presentaciones en el Municipal.
La soprano Michele Capalbo (Aída) posee en gran medida las condiciones que exige su parte: voz poderosa y a la vez capaz de frecuentes sutilezas líricas, excelente musicalidad y refinado temperamento. Sin embargo, creemos que bajo una dirección musical más intensa y prolija, su entrega musical y dramática habría sido mejor enfocada al estilo de la obra. Lo mismo sucedió en parte con el tenor Piero Giulacci (Radamés), cuya labor se redujo a una agradable corrección vocal y musical, que por lo menos conjugó con eficacia la difícil amalgama de aspectos líricos y heroicos que conforman su difícil rol. Stephan Pyatnychko fue un Amonasro de sonoridad vocal significativa, pero de escaso temperamento dramático. Tuncay Kurtoglu (Rey), Claudio Fernández (Mensajero) y Paola Fernández (Sacerdotisa) completaron con eficacia el elenco. Mención especial merece la gran labor del Coro dirigido por Jorge Klastornick.