SANTIAGO.- Por lo general al Televidente lo requieren para transmisiones de menor rango: eliminaciones de realities, primeros capítulos de teleseries o capítulos finales de alguna otra.
Hasta ahora sólo programas intrascendentes, de evasión, ninguno de los cuales le va a cambiar la vida a la persona que está frente al aparato en la casa, sino más bien ese tipo de programas que intentan hacer olvidar a las personas que tienen una vida.
No pequeña fue la sorpresa cuando esta vez fueron solicitados los servicios de El Televidente para que éste se refiriera al primer debate que reunía por primera vez a los cuatros candidatos que se enfrentarán en diciembre en pos de la presidencia de este pequeño gran país.
¿Pero era en rigor el primer debate que reunía a los cuatro candidatos? La respuesta es un no rotundo. Porque en ocasiones anteriores ya se habían reunido los cuatro candidatos en distintos lugares para debatir temas diversos (encuentros temáticos, dirán algunos, pero en los que de todas formas debatieron entre los cuatro asuntos de interés nacional).
La diferencia es que el de anoche fue el primer debate te-le-vi-sa-do en el que se enfrentaron los cuatro presidenciables. Pequeña gran diferencia entre éste y el resto de los debates.
Y claro, tomando en cuenta ese factor, es que uno puede concluir que el de anoche, también era un trabajo para El Televidente.
“Pero no hagas un comentario político ni profundo” fue la instrucción clara y precisa que le fue comunicada cuando se le encomendó la misión. “Escribe como si estuviera escribiendo cualquier televidente”, se le terminó de ordenar.
¿Y no es esa acaso precisamente la labor del Televidente? ¿Hablar por los televidentes que no pueden hablar? ¿Poner la voz a la inquietud que a usted señora televidente, que a usted señor televidente le ronda en la cabeza?
Para eso está aquí El Televidente esta noche, asumiendo con coraje la responsabilidad que le fue conferida, al punto de que estuvo pensando seriamente en vestirse de traje y corbata. Pero terminó desechando la idea por considerarla demasiado incómoda (y por lo demás idiota, tomando en cuenta que estaría solo en su casa frente al televisor).
Pero sin duda que de haberse decidido a ocupar dichas prendas, seguramente habría sido mucho más ingenioso y creativo que los candidatos de la Alianza por Chile, quienes acudieron ambos vestidos prácticamente iguales.
Pero ¿De qué más fue capaz de percatarse el Televidente? De muchas cosas. Por ejemplo, de la sorprendente soltura y sentido del humor que adoptó como estrategia el señor candidato Hirsch, quien sabiendo que no tenía nada que perder, apostó por la fiereza, por la osadía, por el descuadre. “Creo en un Chile mejor”, fue lo último que le alcanzó a escuchar el Televidente al candidato del Pacto Junto Podemos Más, al tiempo que intentaba expulsar una flema.
¿Qué fue lo que le llamó la atención al Televidente de la señora Bachelet (única candidata del género femenino de esta elección y de la historia del país)?. Primero que nada, que se oscureció el pelo. Decisión que, a juicio del Televidente (que ha tomado algunos cursos de peluquería por correspondencia) desmejoró su aspecto. Por otro lado, su tranquilidad, su cautela, en buenas cuentas la calma con la que expresó sus ideas. Lo que no evitó, sin embargo, que la señora Bachelet se tupiera, trastabillara verbalmente y que por momentos diera la impresión de que estaba dando una prueba ante un profesor exigente.
Y ya que está hablando de ello, es que al Televidente le parece pertinente darse un espacio para referirse brevemente a las periodistas: una sólida Constanza Santamaría (aguda, inteligente, con carácter y personalidad. En buen chileno: una yegua). A Glenda Umaña, en cambio (y no es por ser patriotista, no señor) El Televidente la vio demasiado tímida, le pareció que se notaba demasiado que a la periodista costarricense la habían transplantado de su plató hi tech de CNN en Atlanta, a este más modesto y austero ubicado en Espacio Riesco.
Cerrado el paréntesis, el foco del Televidente vuelve a centrarse en los candidatos.
Por último, los dos candidatos de la Alianza, quienes, como ya fue dicho escogieron un atuendo muy similar (chaqueta oscura, camisa blanca, corbata roja).
Así al vuelo, El Televidente calcula que debe ser una de los pocas veces en la que ambos se han puesto de acuerdo en el último tiempo. Este cálculo lo hace sin perder de vista que está cumpliendo una labor de inmensa trascendencia, y por lo mismo vuelve a centrarse en aspectos de mayor profundidad.
¿Piñera? Como siempre. Asertivo, rápido, locuaz, desplegando un discurso coherente y persuasivo, que parece haberse aprendido de memoria (no en vano es multimillonario. No en vano es o fue director de un gran número de empresas. No cualquier pelagato lo consigue).
En el otro extremo, y en una posición casi tan radical como Hirsch (quemando sus últimos cartuchos, porque sabe que le van quedando pocos), Joaquín Lavín fue lejos el personaje más sorprendente de la noche.
Adoptando un tono enérgico, no sólo alzando la voz, sino que a ratos casi a gritos, por un lado hablando de personas comunes y corrientes, pero por otro, disparando a diestra y siniestra (a izquierda y derecha) con todo tipo de municiones.
El Lavín de anoche, intentó borrar de un plumazo la imagen del candidato eternamente sonriente y bobalicón y terminó por consolidar (con escasa convicción, a juicio del Televidente) la imagen del candidato duro, implacable, que dejó de sonreír, para ponerse a roncar.
En síntesis, nada nuevo bajo el sol.
Al Televidente le pareció que el panorama político no va cambiar demasiado después de este debate (mucho menos la historia de la televisión chilena), por lo mismo y como lo haría cualquier otro televidente, El Televidente apaga el televisor y se acuesta a dormir.
A fin de cuentas, la vida sigue y sea cual sea el resultado del debate de anoche, al día siguiente todos (incluído El Televidente), deben acudir al trabajo (salvo los que no lo tienen, por supuesto).