El trigo, ya sea bajo la forma de sémola, de harina o de pan es algo que "todo el mundo come, pero que no todo el mundo puede producir", resume el economista Bruno Parmentier, autor de la obra "Alimentar a la humanidad".
Hoy en día, solamente una decena de países producen suficiente trigo blando o harinero para poder exportarlo. Por ejemplo China, que es el mayor productor mundial, importa grandes cantidades para poder alimentar a sus 1.400 millones de habitantes.
Los grandes exportadores son Rusia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Argentina y Ucrania. También la Unión Europea en su conjunto.
Los precios de los granos ya eran altos antes de la guerra, pero la cotización del trigo subió en todos los mercados a partir de la segunda mitad de 2021 y se mantuvo en niveles altos apuntalada por la recuperación económica tras la crisis del covid.
Detrás de esta curva ascendente hay varias explicaciones: por un lado la subida de los precios de la energía y de los fertilizantes. También la congestión en los puertos y la falta de mano de obra y la meteorología, ya que Canadá sufrió una cosecha catastrófica.
Tras la invasión rusa que comenzó el 24 de febrero, el precio del trigo rompió récords y la cotización trepó hasta los 400 euros la tonelada en mayo en el mercado europeo, el doble que a mediados del año pasado.
Esta alza es insostenible para los más pobres, especialmente para una treintena de países que dependen "al menos en un 30% de Ucrania y de Rusia" para sus importaciones, según la FAO.
Ucrania y Rusia, que históricamente han sido los graneros de Europa, representan un 30% del total de las exportaciones mundial de cereales.
En estos últimos años, la producción estuvo en alza y Rusia llegó a ser el mayor exportador y Ucrania se ubicó en el tercer lugar.
El peso de estos dos actores en el mercado influyó mucho en la "dinámica del miedo" que se instaló en los primeros meses de conflicto, explicó Edward de Saint-Denis, corredor de Plantureux & associés.
El cierre del mar de Azov y el bloqueo de los puertos ucranianos del mar Negro privaron de forma automática a los mercados de 25 millones de toneladas de granos, que quedaron bloqueados en las granjas, en los silos o en los puertos.
Pese a los esfuerzos para lograr sacar los productos del país por tierra, las exportaciones siguen siendo seis veces menores a los envíos por vía marítima.
Pese a la guerra, los agricultores lograron sembrar hasta casi el límite de donde está la línea del frente, pero se proyecta una caída de las cosechas de un 40% para el trigo y de un 30% para el maíz, según las estimaciones de la principal asociación de productores y de exportadores de Ucrania.
"En tiempos de guerra, los grandes países productores tienen literalmente en sus manos el destino de otros países", señaló Parmentier.
Pero para Arif Husain, economista jefe del Programa Alimentario Mundial (PAM) las hambrunas "jamás están ligadas a la producción alimentaria", siempre "están provocadas por problemas de acceso".
A medida que el conflicto se extendió, a inicios de junio comenzaron negociaciones a pedido de la ONU y gestionadas por Turquía para establecer "corredores marítimos seguros" que permitieran exportar los inventarios ucranianos bloqueados. Sin ningún resultado.
Moscú pidió levantar, al menos parcialmente las sanciones occidentales, acusando que estas medidas agravan la crisis alimentaria. Para el jefe de la diplomacia de Estados Unidos, Antony Blinken, esta demanda fue un "chantaje".
Una solución posible hubiera sido que los países con reservas liberaran granos a los mercados. Pero la mayoría de las existencias están en China, que nunca las revende.
Por su parte, India se comprometió a vender por solidaridad a los países más dependientes, pero presionada por los efectos devastadores de una devastadora sequía, impuso un embargo temporal para sus exportaciones, impulsando aún más la subida de los precios.
Rusia, que proyecta tener una cosecha extraordinaria este año, "sigue vendiendo a algunos países, especialmente en Medio Oriente, a cambio de que no voten en su contra en la ONU", señaló un experto de los mercados.
En el corto plazo, la solución llegará cuando haya nuevas cosechas. Con un buen pronóstico en América, Europa o en Australia, para 2022 la cosecha de trigo se pronostica en 775 millones de toneladas, según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos.
En las últimas semanas los precios están a la baja por varias razones: el inicio de las cosechas, la integración en los mercados de la situación en Ucrania y el temor a una recesión, explicó Edward de Saint-Denis.
En el medio plazo "hay que lograr que se produzcan y se procesen más alimentos de forma local", pidió en una conferencia Elisabeth Claverie de Saint-Martin, directora de Cirad, un organismo francés de investigación en agronomía y de cooperación internacional para el desarrollo.
"La parte agrícola de África cubre un 80% de sus necesidades. Ahora hay que generalizar las transiciones agroecológicas para poder hacer frente al desajuste climático y apoyar transiciones que deben ser sostenibles económicamente", señaló.
Claverie de Saint-Martin señaló que en el actual sistema, entre el despilfarro en el norte y los problemas de transporte y de la cadena de frío en el sur "un 30% de la producción mundial nunca se consume".