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“Ceder es una palabra difícil de cumplir”

06 de Abril de 2010 | 17:02 |
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Por 77 años, el tío Valentín ha acumulado mil y un historias y consejos, que no duda en compartir cuando alguien le pregunta por su buena relación con su esposa Aida.

En cuanto a sus anécdotas, entre las más queridas, están algunos momentos vividos en giras por Chile y otros períodos que fueron acompañados por su pasión paralela a la música: el boxeo.

Cuando chico, el físico no le acompañaba, dice, y además, su profesora de música le tenía prohibido pelear en el colegio, para evitar que se lastimara las manos y no pudiera tocar el piano. De todos modos, y como había que hacerse respetar entre los niños, ingresó como pudo al mundo del ring.

“Nací en la calle Gálvez, que está muy cerca del Teatro Caupolicán, y por ahí pasaban cerca todos los grandes boxeadores que eran famosos internacionalmente, entre ellos, Antonio Fernández –‘Fernandito’-, Arturo Godoy, que era famoso en Estados Unidos. Y en ese tiempo, los niños chilenos teníamos que ser él, valientes, guapos. Ese era un espejito donde mirarse”.

-¿Y usted boxeó?
“Yo no me puse guantes ni para el frío. Primero fui árbitro, pero era para la risa, porque como uso anteojos muy gruesos, las tallas eran más para mí que para los boxeadores. Así que hice el curso de jurado, de los que anotan. Nunca peleé por querer pelear. Aunque las peleas eran inevitables en el liceo”.

-¿Ahí ganaba?
“Era surtidito. Y como una vez recibí bastante, la profesora de música me dijo: ‘Si llegas con tus manos golpeadas, no te voy a hacer más clases’, y me lo prohibió. Pero yo tenía que hacer algo en el boxeo, así que me metí a estas cosas y hasta escribí para revistas argentinas, aunque sin remuneración alguna. Es que mi amor por el boxeo era mucho. Mi hermano, Fernando peleaba, mi hermano Américo también, y vivía en un barrio en el que los consejos de las tías no valen cuando uno está en un colegio de hombres. Eso de que ‘solamente lo perros pelean’, no sirve. Si le dices eso a un muchacho con el que vas a pelear, antes de terminar la frase ya te llegaron veinte combos en la pera. Ahí no hay diálogo. Después de pelear, sí. Y si tú eres más o menos guapo, no matón, te hacías respetar”.

-Hace unos años le detectaron un cáncer a la vejiga. ¿Sigue todo controlado?
“Estoy bien, aunque con cosas de la edad que no logro entender, los achaques. Porque resulta que esta pierna va a cumplir, el 2 de mayo, 77 años y me duele. Y esta otra tiene la misma edad, pero no duele. Al margen de eso tengo muy buena salud. Para librarme de un cáncer, tengo que ser un viejo muy firme. Me enfermo muy poco, y afortunadamente me acompaña una buena memoria que me ha favorecido mucho”.

-Después que sufrir la enfermedad, ¿hubo algún cambio de mentalidad fuerte?
“No, nunca. Cuando llegué aquí, después de haber estado cincuenta y tantos días en la UTI, venía en una silla de ruedas y apenas podía caminar. Pero me dirigí a ese instrumento y toqué el piano. Y eso que tenía todas las yemas de los dedos hechas pedazos, porque me hacían exámenes de sangre cada tres horas. Mis hijos creyeron que le había colocado mucha emoción porque yo lloraba, pero creo que lo hacía porque me dolían las yemas (ríe)”.

-Una vez comentó que estaba escribiendo un libro. ¿En qué quedó eso?
“Traté de empezar a escribir ‘La ninguna ventaja de llegar a viejo’ y lo detuve cuando me operaron de cáncer. Creo que voy a cambiar la temática porque la ventaja la reduje en lo siguiente: si tú quieres llegar a viejo, hay que pagar dividendos caros, pero en el intertanto has visto crecer a tus hijos. Por eso hay que pagar un precio y te pones más viejo. Y si de repente llegan doce nietos, hay que pagar otro aporte importante. Y la única manera de ver a los nietos grandes es ponerse uno más y más viejo”.

-¿Qué cambio ha notado con los años?
“Me he ido poniendo más pedigüeño; me gustaría ver más a Valentina, que es mi nieta menor, la última, que cumplió 6 añitos. Estoy pidiendo desesperado una foto de ella, porque este año entró al colegio, a primer año, así que quiero verla vestida de escolar. Pero hay una cosa importante; cuando nació ella, pensé en la edad que tendría yo cuando ella cumpliera 15 años, y le escribí una carta. Le puse que yo tenía ochenta y tantos, que estaba viviendo en tal parte y que la felicitaba por sus quince años. Mi hija, mientras la leía, lloraba. La guardó y espera pasársela cuando Valentina cumpla 15; se la va a enviar por correo, esté yo aquí o no. Va a ser una cosa linda.
“Se me ocurrió hacer eso porque yo vivo al día, como todo ser humano. No sé si despertaré mañana o seguiré durmiendo. Las facturas son caras, porque están incluidos, no solamente ser más viejo, sino que también las enfermedades, empiezan a bajarte los sueldos y a subirte los precios de los remedios”.

-Lleva 53 años de casado con Aida (Sibilla), ¿cómo se logra llevar un matrimonio tan extenso?
“Cuando dos personas que se aman, se quieren de verdad, se echan de menos, se ponen de acuerdo y se casan, recién empiezan a conocerse. La convivencia es la prueba de fuego, que tiene temblores, réplicas y terremotos también. ¿Qué es lo que hay que hacer? Bueno, la vida enseña una palabra que es difícil: ceder. Para un tipo de la edad mía, de una era absolutamente machista, tuve que ceder en un montón de cosas. Ahora, mis hijos e hijas, no sé cómo lo van a hacer, pero si quieren tener una vida duradera de matrimonio, ojalá que lean esto. Ceder es una palabra difícil de cumplir”.

-¿Y la amistad de 42 años con don Francisco, también se basa en eso?
“Sí. Bueno, para él es bastante fácil. Con Mario se puede pelear si llegas atrasado, pero yo nunca llegué atrasado. Con Mario se puede pelear si no eres cumplidor, y nunca dejé de cumplir; se puede pelear si no estás atento en un programa de 6 a 7 horas, pero nunca dejé de estar atento. O sea que es muy fácil llevarse bien con él, porque es un hombre muy disciplinado, como yo. Así nos llevamos, siendo tan diferentes, pero con el respeto profesional que no da tiempo para pelear por tonteras. Nos queremos muchísimos y yo vivo agradecido de él y él también de mí, porque hicimos una dupla difícil de repetir y que ha servido de ejemplo para algunas que se han formado en el extranjero, donde tienen contacto entre el pianista y el animador. Pero eso lo iniciamos nosotros en Chile, eso de que yo le contestaba con el piano, y sigo con esa buena costumbre”.

-¿Cuán cercanos son?
“La otra vez me llamó al teléfono desde Sudáfrica para saber cómo estaba. ‘Amigo’ son cinco letras que te obligan a una cosa tremenda, a pruebas, lealtad, a ayudar para que el otro sea más grande y él me ayuda a mí. La palabra amigo es preciosa en la medida en que se cumpla y trae muy buenos dividendos, en cuánto sí se puede trabajar tranquilo por tantos años”.

-¿Cuál es su vicio privado?
“Quedarme dormido, escuchando música. Afortunadamente se inventaron los audífonos, así que mi señora, desde hace algunos años, puede dormir tranquila”.

-¿Algún tipo de música en especial?
“Toda. No hay música mala, ni fea; vieja ni joven. La hay bien o mal escrita”.
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