SINGAPUR.- La historia de Singapur es impensable sin Lee Kuan Yew, fallecido líder a los 91 años. Precisamente fue quien convirtió a Singapur, un pequeño Estado de Asia, en uno de los centros financieros más ricos del mundo, no sin antes, combatir con dureza a sus opositores.
Lee, un brillante jurista licenciado en Cambridge, lideró a la pequeña y empobrecida isla en el proceso de independencia de los británicos y después la hizo entrar en el selecto grupo de los centros financieros internacionales. Fue primer ministro durante 31 años y los 20 siguientes el principal asesor del gabinete de gobierno. Desde 2004 está al frente del país su hijo, Lee Hsien Loong.
Singapur, hoy con 5,4 millones de habitantes, es pobre en materias primas. Pero Lee Kuan Yew lo convirtió en un centro de excelencia para la logística, la investigación genética, la nanotecnología y las finanzas. El pequeño país tiene actualmente una de las mayores rentas per cápita del mundo (cerca de US$ 60 mil). Pero a Lee siempre le preocupó que su "pequeño" pudiese hundirse.
"¿Sobre qué está construido Singapur?", solía preguntar. "Sobre 700 kilómetros cuadrados y un montón de ideas inteligentes que funcionaron hasta ahora, pero que podrían irse a pique rápidamente", advertía.
Mano dura
Llevado por esa preocupación, dirigía el país con mano dura. Su partido está en el poder desde la independencia y tiene más del 90% de los escaños. No hay libertad de prensa, están prohibidas las manifestaciones y el partido oficialista puede remodelar las circunscripciones electorales a su gusto. La palabra más suave que empleaban los críticos de Lee para definirlo era la de "autócrata".
"En Occidente se valora la libertad del individuo. Pero como asiático con raíces chinas, mis valores son: un buen gobierno, honesto, efectivo y eficiente", dijo el fallecido padre de la patria en una ocasión.
No tenía contemplaciones con quienes no compartían su visión. Lanzó campañas contra muchos de sus adversarios políticos en forma de denuncias por difamación. Bajo las leyes singapurenses, esos opositores eran condenados a pagar grandes multas, se arruinaban y ya no podían volver a optar a cargos políticos.
A veces es necesario "destruir" a los opositores, dijo en 2011, sin mostrar arrepentimiento alguno. Lee aseguraba que el gobierno no impedía la competencia política, sino que evitaba "que los idiotas accedan al Parlamento o al Ejecutivo".
En Singapur la homosexualidad está prohibida por ley, como también lo está tirar un chicle en la calle o que la gente ande desnuda por su propia casa. Y todavía están permitidos los castigos corporales.
Algunos se burlan de Singapur llamándolo "país niñera", que tutela a sus ciudadanos. Pero los inversores llegan en masa. Con su tolerancia cero a la corrupción, Lee convirtió a la pequeña nación en el emplazamiento asiático preferido para muchos bancos internacionales y empresas. Sin ir más lejos, 1.400 empresas alemanas tienen sedes en Singapur.
La muerte de Lee podría obligar al país a acometer reformas, escribía recientemente en la revista "The Diplomat" Sally Andrews, de la Universidad de Sydney. Mientras Lee viviese, el dominio de su partido (PAP) estaría garantizado, apuntaba. Pero "las nuevas generaciones no podrán seguir utilizando el éxito económico como fuente de legitimación", advertía Andrews, que recomendaba abrir el terreno político a los adversarios para evitar el hundimiento del régimen.