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Un día en la vida

El maestro indio de la dirección orquestal dejó su huella en Chile, en un concierto dedicado a Gustav Mahler que conmovió al gran teatro de esta ciudad. Aquí, las claves de la batuta de este músico que ya es leyenda y el cuerpo instrumental que vino desde Israel.

28 de Agosto de 2009 | 09:52 |
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El gran peso sonoro de la orquesta israelita proviene de la batuta ligera del maestro indio Zubin Mehta.

Archivo

El Teatro Municipal se vistió de gala, pues bajo el auspicio de la Fundación Beethoven conjugó en un solo día una de las obras más bellas y profundas de Gustav Mahler, una de las mejores orquestas del mundo y una de las leyendas de la dirección. Nos referimos al maestro indio Zubin Mehta.

Qué decir de un conjunto que ha superado con largueza lo técnico, con solistas del más alto nivel, en el que su único norte es encontrar la mejor versión posible del repertorio que interpretan, regalando así una belleza sonora que se caracteriza por la nobleza de interpretación de cada una de las familias.

Zubin Mehta posee la sobriedad de los grandes, el gesto justo que marca además de entradas y cortes, las inflexiones y fraseos que se traducirán en frases que en algunos momentos logran conmover. Todo debido al profundo conocimiento que Mehta posee del repertorio que interpreta. Y cuando hablamos de conocimiento nos referimos a entender los gestos y signos implícitos en la partitura, que posteriormente se plasmarán en versiones que van a la profundidad del pensamiento del autor. Es lo que demuestra Mehta en cada una de sus presentaciones.

Sinfonía fragmentada: Mahler existencialista

La “Sinfonía N° 9 en Re mayor” de Gustav Mahler, que reúne algunas de sus mejores características de composición y orquestación, también explicita gran parte del atormentado mundo interior del compositor, que a estas alturas parece tener grandes obsesiones en torno a la muerte. Por ello la sinfonía plantea mundos contrastantes. Uno de ellos es la desilusión casi existencialista que siente por el entorno y el otro el de las luces de esperanza, que se intercalan casi permanentemente a lo largo de la obra.

Se podría decir que la obra es de una “unidad fragmentada” lo que se transforma en uno de los desafíos para el director, quien obligadamente debe lograr esa unidad en medio de un aparente caos, camino nada fácil por la enorme la cantidad de ideas que se cruzan en ella. Desde el punto de vista de la orquestación, sin olvidar que Mahler fue un extraordinario director por lo que sabía perfectamente lo que quería que sonara, juega con timbres y colores, haciendo uso de cambios de ritmo, pulso y dinámica, en un “programa” que apenas es implícito.

El peso sonoro de la orquesta se captó desde los primeros compases de primer movimiento, en el que casi de la nada van surgiendo los sonidos, que luego configurarán el primero de los temas. Posteriormente y de una manera que podría parecer inorgánica aparecen otros de los temas principales muy contrastantes, los que están siempre atravesados por un dolor que parece ir más allá de lo físico.

El segundo movimiento es en tempo de länder y de una ironía dura, donde en una de sus secciones fue posible apreciar inverosímiles pianissimos en los violines primeros y posteriormente precisos cambios de carácter y tempo en toda la orquesta. Esto se dio siempre cuidando los balances sonoros y abrumando además con su exquisito juego dinámico.

El tercero está lleno de desafíos técnicos y de fraseo mientras el tema va pasando por diferentes familias. En una de las secciones le corresponde a uno de los trompetistas realizar un pasaje en pianissimo. Es difícil describir la perfección con que lo resolvió. El cuarto movimiento es el menos hermético de todos. Se inicia con un solo de violines primeros extremadamente expresivo. Se le suman luego los segundos violines y las violas para construir el tema entre dolido y melancólico que llevan principalmente las cuerdas. El resto de la orquesta se suma o se resta de una manera sutil, en una perfecta fusión. En esta parte las cuerdas lograron un sonido etéreo y musical. Asimismo, y en la manera de resolver las progresiones en los tutti, el movimiento recuerda el último de su tercera sinfonía aunque ambos finalizan de manera muy diferente. El de la tercera en forma brillante y éste como disolviéndose en la nada luego de haber transmitido tanto desolación como serena belleza, en una especie de aceptación de su destino.

Es difícil describir la perfección de este final, que sobrecogió a los espectadores que repletaban el Municipal. No se cansaron de aplaudir a esta orquesta, que es un verdadero  lujo poder escuchar en nuestro país. Zubin Mehta tuvo que hacer salir a sus músicos para que el público se retirara. Un concierto que honra al Teatro Municipal y a nuestro país, dirigido por una de las leyendas musicales.

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