El reloj marca las 8:00 AM. Comienza la jornada. Una tras otra, las tareas se completan como piezas de una maquinaria invisible. Pero, ¿para qué? Quizás muchos trabajadores se enfrentan cada día a una pregunta silenciosa, incómoda, casi existencial: “¿Qué sentido tiene lo que hago?”.
Los expertos en recursos humanos aseguran que esta desconexión es más común de lo que se cree y tiene nombre: falta de propósito. Un fenómeno silencioso que mina la motivación, diluye la identidad laboral y erosiona el compromiso colectivo.
Según el informe “People at Work 2024” de ADP Research, más de la mitad de los empleados en el mundo considera que sus empresas no invierten lo suficiente en el desarrollo de sus competencias, lo cual los hace sentir desmotivados. Aunque el 60% confía en su capacidad para progresar profesionalmente, apenas el 47% siente que sus empleadores realmente los apoyan en ese crecimiento.
Para Daniela Noria, jefa de Reclutamiento y Selección del Grupo de Empresas Teamwork - consultora que presta servicios de recursos humanos-, la falta de sentido se manifiesta en síntomas claros: apatía, ausentismo, disminución del rendimiento e incluso burnout. “Las personas empiezan a operar en ‘modo automático’. Pierden conexión emocional con lo que hacen y eso tiene consecuencias directas en su bienestar y en la cultura organizacional”, advierte.
Cristian Molina, gerente de operaciones de tres60 -empresa que brinda servicios en las áreas de telecomunicaciones, automatización y transformación digital-, ha sido testigo directo de este fenómeno, y afirma que “cuando falta propósito, el desgaste no se nota de inmediato, pero es corrosivo".
"Las personas se desarraigan emocionalmente del trabajo. Esto genera un entorno donde se normaliza la mediocridad funcional, no por falta de talento, sino por desconexión. Y lo más complejo es que este tipo de climas se contagia rápido. El desapego se vuelve estructural si no se interviene”.
Cristian Molina, gerente de operaciones de tres60
Efectos en la productividad y el clima
Un estudio de Gallup revela que solo el 23% de los trabajadores se sienten realmente comprometidos con su trabajo. El resto simplemente está presente. Esta desconexión emocional no solo afecta el rendimiento individual, sino que desarma cualquier intento de colaboración efectiva o innovación sostenida, indica el vocero de tres60.
Cuando no existe un propósito claro, las tareas pierden significado. Y lo que no tiene sentido, difícilmente se hace con excelencia. “La productividad se ve afectada no solo porque disminuye el rendimiento individual, sino porque también baja la energía colectiva. Un equipo sin propósito no innova, no colabora, no se moviliza con pasión”, señaló Noria.
Por lo mismo, sugiere que desde el área de talento, se fomenten conversaciones con líderes para alinear los objetivos del negocio con las motivaciones personales. El propósito no es un "extra", es un factor estratégico. “Las empresas que lo ignoran pueden perder mucho más que productividad: pierden compromiso, identidad y cultura”, agregó la vocera de Teamwork.
La chief human resources officer de Talana, Bárbara Kübler, coincide y señala que “un equipo que entiende el impacto de su trabajo tiende a ser más autónomo, resolutivo y creativo. Cuando el propósito se pierde, el desempeño tiende a desvincularse del resultado”. Y añade que fortalecer estos vínculos no es una utopía, esto según Kübler, se puede lograr con liderazgos conscientes y espacios de reflexión para recuperar la energía colectiva y volver a conectar con el “para qué”.
Rediseñar el trabajo desde el propósito
¿Cómo se enfrenta este desafío? ¿Es posible revertir esta desafección estructural? Los expertos advierten que el cambio no se logra con discursos motivacionales ni frases inspiradoras pegadas en las paredes. Hace falta rediseñar la experiencia laboral desde la raíz.
“Hay que dejar de pensar en las descripciones de cargo como un listado de tareas y empezar a construirlas como una narrativa de impacto”, plantea Molina. Cuando una persona entiende a quién ayuda con lo que hace, y puede visualizar ese impacto, se activa un vínculo emocional potente. La clave está en entregar autonomía, compartir objetivos y ofrecer retroalimentación concreta.
“Hay que entender qué mueve a los trabajadores, qué esperan de su rol, qué impacto quieren generar. No importa el cargo. Todos necesitamos saber que lo que hacemos importa para alguien más”.
Daniela Noria, recomienda
Pero no se trata solo de estrategia. Existe también una dimensión ética ineludible. “El trabajo no es solo una transacción económica. Es un espacio donde las personas desarrollan su identidad, construyen relaciones y proyectan su futuro”, afirma Noria. Las empresas tienen la responsabilidad de ofrecer entornos que dignifiquen, que valoren y que aporten sentido.
Kübler cierra con esta reflexión: “Las empresas deben ofrecer un trabajo con impacto real, que conecte con valores humanos y fortalezca la confianza entre organización y el trabajador. Diseñar culturas que escuchen, que reconozcan y que activen el compromiso desde lo humano no es una opción. Es el único camino hacia un trabajo que valga la pena”.