SANTIAGO.- Aunque fue líder revolucionario y héroe de los oprimidos en la insurrección del 19 de julio de 1979 contra la dictadura, el Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, hoy se posiciona en la vereda del frente junto a la vicepresidenta y primera dama, Rosario Murillo. Ambos han decidido aferrarse al poder en medio de una ola de manifestaciones que piden su salida.
Él, ex guerrillero de 72 años y admirador del Che Guevara; ella una poetisa excéntrica de 66 años y férrea opositora al régimen somocista. A él, sus allegados lo describen como un hombre pragmático y un hábil político, cercano a los líderes de la izquierda latinoamericana como Nicolás Maduro, Raúl Castro y Evo Morales; ella, descrita por sus cercanos como "superticiosa", encantadora, compleja y dura, se ha convertido en el poder detrás del trono.
Juntos se enfrentan a los miles de estudiantes universitarios y opositores al Ejecutivo que desde el 18 de abril pasado se toman las calles con protestas que ponen en entredicho el histórico control de las movilizaciones sociales que ha tenido el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) los últimos 40 años.
Pasado revolucionario
Nacido en el pueblo minero de La Libertad y en el seno de una familia católica, Ortega decidió sumarse a la lucha contra la dinastía de los Somoza desde joven, llegando incluso a abandonar sus estudios universitarios.
Gobernó por primera vez en 1980 al frente de la Revolución Sandinista que derrocó al régimen de Anastasio Somoza con apoyo de Cuba y la Unión Soviética, en medio de un enfrentamiento contra la guerrilla de los "contras" apoyada por EE.UU., un conflicto que dejó cerca de 35.000 muertos hasta 1990.
Por su parte, Murillo nació en Managua, donde se formó como educadora en la Universidad Autónoma de esa ciudad. En su juventud
integró un movimiento llamado Gradas, de artistas y poetas opuestos a la dictadura, antes de sumarse de lleno al FSLN en 1969, donde conoció a Ortega. Se encontraron cuando el actual Mandatario estaba en el exilio en Costa Rica en 1977 y desde entonces serían compañeros tanto en la vida sentimental como en la política.
En 1990 el ex guerrillero marxista perdió las elecciones sorpresivamente ante la candidata de la derecha, Violeta Barrios de Chamorro. Ante ello, se despojó del uniforme verde olivo para adoptar la indumentaria de paisano como líder de la oposición. Desde esta faceta, impulsó jornadas violentas de protesta con los sindicatos sandinistas para repudiar medidas económicas y arrancar concesiones a los gobiernos de turno.
Después de 17 años y tres fracasos electorales, retornó al poder en 2007. Desde entonces fue reelegido en 2011 y 2016, tras eliminar un artículo constitucional que le impedía continuar al frente del Gobierno. Murillo se convirtió en la portavoz oficial de las administraciones de su esposo, dirigiendo las reuniones del gabinete, coordinando planes de emergencia, jornadas de salud y organizando en detalle cada uno de los actos gubernamentales. Desde 2016 ostenta el cargo de vicepresidenta.
Los dos mantienen control sobre todas las instituciones del Estado: el Ejército, la Policía, el Congreso y el tribunal electoral, y lideran un gobierno que ambos definen como "cristiano, socialista y solidario".
¿Nuevo dictador?
Pero poco queda de ese antiguo espíritu revolucionario. A casi cuatro décadas de la caída del régimen de Somoza, el actual Presidente cumple once años en el poder, en medio una oleada de protestas reprimidas de forma violenta desde hace tres meses por fuerzas progubernamentales y que ya han dejado un saldo de al menos 280 fallecidos y casi 2.000 heridos. Algunos aseguran que Ortega se ha convertido en el dictador que tanto luchó por derrocar.
"En la década de los años ochenta, Ortega era parte de un proyecto de cambio revolucionario, ahora es un capitalista enamorado del poder, dedicado a acrecentar sus privilegios, sus fortunas y los de su clase", afirmó en abril la ex guerrillera Mónica Baltodano a la Agencia France Press.
"Ortega era parte de un proyecto de cambio revolucionario, ahora es un capitalista enamorado del poder"
Mónica Baltodano, ex guerrillera
Como ella, varios de los ex compañeros de partido del Mandatario nicaragüense lo acusan de desvirtuar los ideales del sandinismo, de ejercer el poder de forma autoritaria y de nepotismo, al compartir el poder con su esposa mientras sus hijos dirigen medios de comunicación oficialistas y ocupan cargos públicos.
"Antes el poder era para la gente, hoy es para su familia y sus allegados. Defiende ese poder con los mismos instrumentos de la dictadura somocista: pactos con la oposición, lo más reaccionario de las jerarquías eclesiásticas y el gran capital", criticó Baltodano, quien renunció al FSLN en el 2000.
"Nunca pensé ver a Daniel convertido en un dictador, menos en un criminal que quiere quedarse en el poder a sangre y fuego", dijo por su parte a AP el analista político Julio López Campos, un antiguo guerrillero que fue muy cercano a Ortega y hoy es crítico del gobernante.
Ante las muertes y condena de la comunidad internacional a la crisis en Nicaragua, Ortega ha caído drásticamente en las encuestas. El rechazo a su gobierno, antes de gran popularidad, hoy alcanza un 63% según un sondeo de mayo de la firma Cid Gallup.
Aún así, el 29% de respaldo con el que cuenta se escuchó este jueves. El Presidente y la vicepresidenta se dieron un baño de masas en la celebración de un nuevo aniversario de la revolución sandinista. En la instancia, el Mandatario, que hoy divide a la población, calificó las protestas como "satánicas", demoníacas y parte de un plan golpista.
Así, mientras en manifestaciones en distintas ciudades se escuchaba el cántico "Ortega y Somoza son la misma cosa", en el acto celebrado en Managua se oía:"Aunque te duela, Daniel se queda".