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Se puede perdonar, no olvidar

Aun cuando la infidelidad se vuelve cada vez más frecuente, las diferencias de género son importantes a la hora del perdón, especialmente por la presión sociocultural. La posibilidad de perdonar existe, no sin antes pasar por un largo período de duelo y reparación, que no contempla el olvido.

29 de Marzo de 2005 | 12:16 |
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Ya en los tiempos clásicos, Venus – la diosa del amor y la belleza- fue obligada por su padre a casarse con Vulcano. Ella nunca lo aceptó y le fue infiel con Marte y Mercurio. Tal vez ésta sea la primera infidelidad conocida en el mundo.

No pasó tanto tiempo y el episodio se repitió: Helena huye con Paris a Troya y deja desconsolado a su esposo, Menelao. Esto da inicio a la guerra entre griegos y troyanos, una de las más cruentas de la historia.

Tampoco es fácil olvidar a Enrique VIII, que no sólo mandó matar a sus ex esposas, sino que cambió la religión de su reino y se autonombró cabeza de la Iglesia para así poder contraer nuevos matrimonios sin cargos de conciencia.

Sin embargo, es el caso de Helena y Menelao, el que más nos acerca a un tema de constante discusión en nuestros días, ¿tiene perdón la infidelidad?. Porque a pesar de la pérdida de miles de vidas y los años de lucha, al vencer los griegos, Menelao perdonó la infidelidad de su mujer y la llevó de vuelta a casa, no sin antes reparar las mutuas culpas.

Las sicólogas Clemencia Sarquis y Paula Serrano abordaron las implicancias de la infidelidad y la posibilidad del perdón en un desayuno organizado por Comunidad Mujer.

Ambas apuntaron al hecho de que la fidelidad, es decir, la lealtad y observación de normas acordadas es un acto de voluntad, una opción que toman dos personas. “Es la capacidad de comprometerse con el otro”, según Paula Serrano.

Cuando uno de los miembros de la pareja rompe el acuerdo mutuo y cambia las reglas del juego, se produce la hecatombe y arrecia la angustia.

Para Clemencia Sarquis, no hay peor herida que la provocada por la infidelidad; quien la sufre, queda devastado emocionalmente, “peor que si le hubiera pasado un huracán por encima”. Dice no conocer a nadie que no recuerde, como si estuviera grabado en la retina, el día, la hora, las circunstancias y hasta lo que vestía el momento en que se enteró de la infidelidad de su pareja. Esa imagen emocional queda para siempre.

Ante la pregunta ¿tiene perdón la infidelidad?, comenta que hay tantos tipos de perdón como clases de adulterio. No es lo mismo perdonar una aventura a enterarse que la pareja lo abandonó todo y está con otro u otra en Miami y no volverá nunca más.

Según ella, las infidelidades van en un continuo desde la necesidad sexual pura, al amor romántico o la absoluta dependencia emocional del amante. Los matices hacen que la resolución del problema sea absolutamente distinta.

Clemencia Sarquis remarca que la fidelidad es una opción; “a nadie le pasan cosas, las personas optan, hay señales que se vislumbran y cada uno debe darse cuenta si toma la bifurcación o sigue el camino recto. Estamos hablando de gente responsable, sana, con juicio de realidad mantenido”.

La sicóloga asegura que el salvavidas del amor, en todo sentido, es el perdón, pero éste no puede darse si la persona no reconoce su falta. Es el polo opuesto al morbo; es la construcción, la reparación de la herida. Para que exista (perdón) es necesario que el que cayó en falta lo pida y el que fue engañado, lo otorgue.

“El concepto de perdón de los humanos es errado, porque quieren perdonar y olvidar. Eso no se puede, pues el pasado persiste, las huellas están y existe un sufrimiento profundo. Si somos capaces de aprender de él, entonces, sí podremos perdonar”, precisa.

A su juicio, el perdón solo no basta; se necesita inevitablemente la reparación. Siempre que se sufre un duelo –en este caso, la infidelidad-, hay que vivir el proceso de repararlo, de otra manera, no se puede perdonar.

Y reparar es, según el diccionario, enmendar, reponer, arreglar. ¿Cómo se arregla esto?, se pregunta y explica que dependerá de la situación de la pareja. Si su vida anterior ha sido estable y satisfactoria, es probable que el proceso sea más corto, pero –en general- se necesita mucho tiempo y voluntad para retomar la pareja, vivir la reparación y, finalmente, el perdón.

Los factores en juego

Quizás la mayor dificultad para perdonar una infidelidad se encuentre en los efectos que ese acto de deslealtad tiene en la autoestima del afectado y las evidentes connotaciones sociales que hoy tiene el hecho.

Paula Serrano explica que a principios del siglo pasado, las mujeres suponían que los hombres les eran infieles y, si los pillaban, había dolor y miedo, pero se sobrellevaba porque la sociedad era machista y las mujeres compartían esa carga común.

Hoy las cosas han cambiado y de esa silenciosa solidaridad entre las mujeres se ha pasado a la exposición y el estigma social.

Y esto, además, viene acompañado de un profundo cuestionamiento personal. “Me fueron infiel, por lo tanto, estoy gorda, estoy fea, estaré poco al día, seré poco interesante, seré mala para la cama”, son algunos de los que mencionó Paula Serrano.

Así, la infidelidad gatilla inseguridad y la pérdida súbita de una serie de condiciones que se suponían adscritas a la identidad de una persona. Esto toca a hombres y mujeres por igual, pero Paula Serrano asegura que ellos se ven más golpeados. “A medida que la infidelidad femenina avanza, el temor de los hombres es mayor. La pérdida para ellos es mucho más brutal en términos de ego, porque nuestras heridas narcisistas son que nos quitan el traste, las pechugas, el pelo lindo, un montón de cosas; a ellos les quitan el pene”, explica.

Agrega que el dolor que sufre el varón no tiene punto de comparación con el de la mujer. Afirma que socialmente aún es más aceptado que el hombre sea infiel. “Las mujeres son compadecidas, apoyadas; ellos, en cambio, son ridiculizados”.

La profesional cree que por estas circunstancias -donde además hay una suerte de presión de los demás hombres que también se sintieron amenazados- el varón tiene menores posibilidades de perdonar. Es obligado a tomar una posición de reinvindicación del género.

A juicio de Paula Serrano, el perdón no tiene mucho que ver con el amor, sino que con la capacidad de sanar la identidad personal dañada. “En este mundo todos saben que se pueden volver a enamorar, pero no cómo sanar las heridas, cómo recuperar la tranquilidad y dejar de soñar la pesadilla del engaño”, insiste.

Añade que el mundo social aumenta las heridas y disminuye la posibilidad de perdonar, en los hombres especialmente.


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