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“¡Ojalá que se operaran todos los hombres!”

10 de Mayo de 2005 | 11:03 |
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Tanta seguridad abruma. Se sabe muy bueno en lo que hace; el tiempo ha demostrado que tenía razón y hoy tiene una excelente situación. Pedir una hora con él es una tarea ardua (Todas quieren que las atienda ya) y nada de barata; de hecho, sólo corta y peina, y arregla novias; su especialidad son los moños y el rango de precios por atenderse con él va desde los 12.000 pesos (¡suerte de hombres!) hasta cerca de los 50 mil en la atención de las casamenteras.

Pero no sólo se dedica a las peluquería que conocemos, sino que, dice, “devuelvo la mano a todo lo bueno que me ha pasado”, con labor social: enseña peluquería en sectores populares, va a las poblaciones a cortar el pelo y otra serie de cosas que se niega a contar por pudor.

Pero no se duerme en los laureles, trabaja como una hormiguita, hace clases, viaja a conocer nuevas tendencias, se perfecciona y –aunque parezca increíble- le dedica mucho tiempo a su familia y a sus pasatiempos.

-¿Siempre has sido así de “busquilla”?
“Trabajo desde los doce años”.

-¿Y en qué?
“Mira yo me he ido dos veces preso en mi vida, una –a los nueve años- por vender nueces en el Faro -cuando era el centro comercial más taquilla de este país- y otra por vender pañuelos en el Caracol Vips, ¡yo me lo vendía todo! Salía del colegio y ya partía trabajando, pedía diarios y botellas y los vendía en las pescaderías y el centro. Siempre, siempre, era el amigo que tenía plata.
“De verdad, desde los 15 años que produzco y tengo obligaciones. Lavaba los autos de los vecinos y, como no alcanzaba el techo, llevaba un banquito y la aspiradora de la casa. Llegaba a las casas y les decía a las señoras que les lavaba el auto. Típico que me encontraban tierno, pero igual se negaban; entonces, con mi cara más lastimera, les decía que me dejaran hacerlo y si les quedaba mal, no me pagaran. Después de eso, sólo se cagaban de la risa y… ¡me salía con la mía!”

Pero no lo hacía por necesidad, sino por la forma en que había sido educado, los extras debía conseguirlos él mismo. A pesar de su buena situación, Sebastián continúa con la tradición y, cada vez que Vicente (11), quiere algo especial, debe trabajar con su padre en la peluquería para conseguir la plata. “Barre, sirve café y los clientes le dan propinas; se puede llevar hasta 10 o 12 lucas todos los sábados”, cuenta entre risas y con un orgullo que se escapa de la roja camisa.

Con esa misma concepción partió en el tema de las peluquerías. La primera estaba en su pieza de la casa materna; la segunda en una buhardilla que arrendaba sobre una consulta médica y en la que no se podía meter mucho ruido, porque el piso era de madera. Después “tuve unas ayudas por ahí” y se instaló en Apoquindo. Lo recuerda como un lindo proyecto.
Hoy tiene 10; 5 dentro de Falabella, 2 en regiones y 3 en distintos lugares de Santiago.

-¿Cómo empezaste a seleccionar personal, si eres tan exigente?
“Cuando empezó a haber personal; antes, era lo que había. Ahora tengo dos archivadores con unos 300 currículos de gente que quiere entrar a la empresa y todos los días hacemos dos o tres entrevistas de gente nueva. Selecciono por temas.
“No quiero envejecer con mis clientes, sino abarcar a tu hija, después a tu nieta y para eso se debe renovar el personal y yo ser el viejo choro, buena onda. Ese es mi concepto, para allá apunto. Si te fijaste, en la sala de espera hay un playstation, no es para mis clientas, es para que los niñitos no anden corriendo y lo pasen chancho”.

Las peluquerías que tiene en Chile nacieron gracias al amor. A los 22 años y con su acostumbrada programación, la idea original era irse de peluquero en un crucero tipo Royal Caribbean, para conocer el mundo, pero conoció a Verónica Padilla, salió con ella y a las tres semanas le pidió matrimonio. “Nos cambió la vida, nos casamos, empezaron las peluquerías y llevamos 15 años juntos”.

Lograron casarse al año y medio, después de luchar contra viento y marea. Todos apostaban a nada. Cuenta que su despedida de soltero fue rarísima porque todos le aconsejaban que no se casara, principalmente por lo joven que era. “Todos esos que me jodieron, están separados hoy día. Súper loco”.

Tienen dos hijos, Vicente y Felipe, que estudian en el Manquehue. “Después cerramos candado y cortamos”.

-¡Todo absolutamente programado!
“La gente piensa que soy súper hippie, al lote, pero, de hecho, yo me oponía a que la Vero se operara, porque era una cosa mucho más invasiva y me operé yo”.

-¡Qué moderno!
“Ojalá que se operaran todos los hombres, porque no cambia la libido como en las las mujeres; hay muchas cosas choras, uno gana más que pierde. Fue una muestra de amor para mi mujer”.

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