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Adictas a las compras

El libro "Confesiones de una shopaholic" (algo así como adicta de las compras) y su saga, de la inglesa Sophie Kinsella, ha sido un éxito en las librerías del mundo, ya que muestra, en son de humor, las peripecias de una compradora compulsiva. Aunque en Chile no hay ediciones que retraten este problema, es un hecho de que en la sociedad en que vivimos sí hay muchas adictas a las compras. Cuando los maridos tienen que pagar créditos millonarios o cuando la autoestima está basada en la cantidad de ropa, hay un problema grave.

21 de Noviembre de 2005 | 18:02 |
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Cuando siente que está deprimida, no encuentra nada mejor que salir a comprar. Gasta más plata de la que tiene en cosas que no necesita. Tiene el clóset lleno de ropa que nunca ha usado (y con las etiquetas colgando). Decenas de zapatos que aún no saca de las cajas. Es adicta al maquillaje y a las cremas, y compra cada cosa nueva que sale al mercado. Cuando le entregan sus bolsas se siente eufórica, feliz, pero al poco rato está arrepentida, con sensación de culpa. Ni sus amigas ni su marido saben, ni se imaginan, cuánto gasta. Está tapada de deudas, pero sigue comprando. Su ejecutivo bancario la obligó a contarle a su marido que debía no sé cuántos millones, para que le tapara "el hoyo". Su manía por comprar le ha significado problemas en el trabajo, en su familia, con sus hijos.

Si se siente identificada con alguna de estas afirmaciones puede ser una compradora compulsiva o bien, esté muy cerca de serlo. Aunque los matices pueden ser infinitos, y una mujer buena para comprar no es necesariamente "compulsiva", sí es un hecho de que en una sociedad de consumo como la nuestra la adicción a las compras es una de las patologías menos consideradas, quizá porque no compromete seriamente la salud de la enferma, como sí sucede si se trata de una adicta al alcohol, a la comida o a los tranquilizantes. En Estados Unidos, por ejemplo, - donde las llaman shopaholic y el mismo Presidente Bush ha dicho que comprar es un acto de patriotismo- , diversos estudios han arrojado que uno de cada veinte norteamericanos (hombres y mujeres) no puede controlar la urgencia por adquirir cosas.

El punto es que, según los especialistas, una verdadera compradora compulsiva sufre de una enorme falta de autocontrol, situación angustiante pero en la que sabe no está sola sino que acompañada por decenas de otras mujeres. Lo que hay que consignar es el porqué.

Un vacío tremendo

Lucía (33 años, ingeniero comercial, soltera) relata su historia como compradora compulsiva, aunque lo suyo no fue tan serio, porque nunca comprometió a fondo sus finanzas y no involucró a nadie más que a ella. "Tenía 28 años, todavía vivía en la casa de mis papás y tenía un sueldo súper bueno. La verdad es que gastaba como país en guerra", recuerda. Y añade: "Me iba a las tiendas de Alonso de Córdova y en una tarde me armaba tenidas enteras, con collares, zapatos y botas incluidas. Me podía gastar fácilmente cuarenta mil pesos en un collar de mostacillas. No me medía en nada. Me di cuenta de que algo estaba pasando cuando una Navidad me llegó de regalo un sombrero de piel de parte de una de estas tiendas, porque yo era la segunda mejor clienta. Casi caigo en shock. Yo, con apenas 28 años y muy lejos de ser rica, era la mejor clienta, mejor que todas esas mujeres millonarias, casadas y con chofer que se pasean por Alonso de Córdova. Me quedé plop. No me había dado cuenta de que era tanto. Pero la verdad es que me compraba tenidas que me ponía sólo dos veces. A veces, ninguna. Botas blancas, abrigos por montones, cosas que ni usaba ¿cuándo me voy a poner yo botas blancas? ¡Jamás! Otra vez me compré otras café y negro, carísimas, para qué, si con un par me hubiese bastado", cuenta ahora, casi divertida.

Otro es el caso de Francisca (31 años, casada, tres hijos), quien trabaja medio día en una tienda de decoración y que el resto del día lo dedica a comprar. Su caso es más grave, ya que su marido tuvo que pagar casi cuatro millones de pesos en créditos bancarios, avalados por su buena situación económica. "Él no tenía idea. Yo siempre fui compradora y cuando quiero algo me gusta tenerlo. Entonces, como mi sueldo es poco, todos los meses recortaba de la plata que me daba para las compras de la casa. Yo le decía que necesitaba más, pero él no quería, porque recién nos habíamos cambiado de casa y estábamos con muchos gastos". Así fue como Francisca comenzó a pedir préstamo tras préstamo, uno para pagar otro, "a bicicletear". Porque Francisca no sólo compraba para ella, lo hacía también para sus hijos, para su marido, incluso para sus sobrinos. Si algo le gustaba lo adquiría en todos los colores, tenía cientos de prendas guardadas en el clóset que iba sacando de a poco para que nadie se diera cuenta. Dice que sabía que estaba equivocada, pero que no se podía medir. "Cuando fui a Buenos Aires con mis amigas, hace poco tiempo, arrasé: zapatos, chaquetas de cuero, ropa interior por montones; compré más que todas juntas", dice en voz baja, como queriendo que nadie más la escuche. Francisca topó fondo cuando se vio acorralada por las deudas y no tenía ni siquiera para el pago mínimo de sus tarjetas. Ahí le dijo a su marido. Él asumió la deuda, le cortó drásticamente el dinero mensual y la obligó a pedir ayuda médica. Fue diagnosticada con trastorno bipolar. Pero ella está recién asumiendo su problema y aún se siente angustiada.

Lucía también buscó ayuda con una siquiatra. "Ahí supe que venía arrastrando una depresión durante doce años. Creo que mi período de compulsiva fue una evasión. Trataba de bajar mi ansiedad, pero la verdad es que se produce el efecto contrario. Al principio se sale chocha de las tiendas, pero después se siente un vacío enorme. Con la terapia aprendí que cuando uno no está conectado con uno mismo no se da cuenta de qué necesita realmente en la vida, y sigues a la masa. La sociedad no da ese tiempo para averiguar qué se necesita para ser feliz, y el consumismo es una alternativa que está al alcance de la mano. Con la terapia empecé a buscarme a mí misma y busqué cosas que me hacen feliz, como hoy son la pintura y las plantas que tengo en mi jardín, y a las que dedico mucho tiempo. Esas son las cosas que ahora me dan satisfacción. Si se gastan trescientas lucas en una tenida no hay nada detrás, pero si se pinta un cuadro hay un proceso creativo que te nutre como persona. El mundo da la posibilidad de comprar felicidad, pero no es de verdad", dice Lucía, muy segura de sus palabras, al mismo tiempo que cuenta que "a las tiendas ahora casi me llevas arrastrando, porque me muero de lata".

El tema de la autoestima también es fundamental en las compradoras compulsivas. Lucía lo admite: "Buscas verte mejor. Pero uno se ve como es no más, no porque te pongas no sé cuántos millones encima vas a cambiar. Yo no me sentía mejor conmigo misma. Es algo interior".

Aunque todavía está en terapia por su depresión, señala que el shopping ya no es su droga, su manera de llenar el vacío, y aunque reconoce su culpa, también se da cuenta de que la sociedad en que se mueve la llevó hasta esos límites: "Uno se deja llevar. Aquí nadie te dice busca adentro tuyo para ser feliz o desarróllate como persona. Te dicen compre, compre, como si fuera la única manera".

La sicóloga de la Universidad Católica Ety Rapaport aclara que no todas las mujeres que van a estas tiendas son necesariamente compulsivas. "No se puede generalizar. Esta actitud podría convertirse en una adicción, pero no siempre lo es. Adicta es la persona que no puede detenerse, lo mismo que ocurre con los alcohólicos o los drogadictos. Pero generalmente son mujeres que han perdido algo muy valioso para ellas, emocionalmente hablando, y comprar es una manera de recuperarlo mentalmente. También puede sustituir una angustia por una separación afectiva, sirve para llenar el vacío, la soledad".

Lina Ortiz, siquiatra de la Clínica Las Condes que ha tratado a Lucía durante todos estos años, señala que en la mayoría de los casos la compra compulsiva hay que entenderla como el síntoma de una patología más profunda. "¿Quienes van a tener eso? Por ejemplo, muchas mujeres que han sido bulímicas, dejan de comer y se ponen a comprar. En general se ve en mujeres que tienen una vida un poco vacía. Las mismas pacientes cuentan que su clóset está repleto de ropa con etiquetas colgando, que nunca se han puesto. Hay un descontrol sin sentido, lo que se parece mucho al comer compulsivo, que no es para saciar el apetito, sino para otras necesidades".

"Desde una perspectiva más siquiátrica - explica Lina- probablemente muchas de estas mujeres esconden un trastorno de personalidad, y un punto central aquí es el descontrol del impulso, un rasgo muy determinado genéticamente, y que se aprende cuando somos niños. En este sentido, no hablaría de personas dañadas, pero sí de personas débiles sicológicamente hablando. Son un poco como las adolescentes, porque es difícil convencer a una niña de 14 años que no importa tener tal polera o tal zapatilla. Uno lo acepta porque es algo propio de la edad. Pero de una persona adulta no se espera esa conducta. Se pueden tener las ganas, pero uno lucha toda la vida contra los impulsos".

Las especialistas coinciden en que las compradoras compulsivas no llegan a consultar porque se han dado cuenta de que están comprando demasiado. "Este comportamiento aparece secundariamente, es difícil que estas mujeres hayan conceptualizado su adicción y los profesionales les mostramos lo que sucede. Los adictos tienen niveles de angustias importantes, dolores, heridas, experiencias dolorosas, son personas frágiles", señala Ety Rapaport.

Lina Ortiz concluye: "Estas personas tienen que sentarse a pensar el porqué de sus actos, aunque puede ser difícil hacer ese trabajo sola. Es bueno que busquen ayuda profesional, además de que existen medicamentos que las pueden ayudar. Tienen que darse cuenta de por qué se pusieron a comprar. Porque es la misma sensación de cuando se come sin control; después viene la sensación de asco y de vergüenza con una misma, de rabia. Con la ropa es más o menos lo mismo".

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