Gonzalo Rojas confesó su admiración por la poetisa nacional Gabriela Mistral.
Natalia Espina, La Segunda
SANTIAGO.- El poeta chileno y premio Cervantes 2003, Gonzalo Rojas, expresa que a sus 90 años goza la poesía como "un arte entre el silencio y el todo", donde "el amor y el orgasmo son sagrados".
Desde el living de su casa, el vate navega por los mares de la poesía latinoamericana en conversación con la agencia dpa, oteando amistades y distancias con César Vallejo, Pablo Neruda, Octavio Paz, Jorge Luis Borges y Vicente Huidobro, autores que fundaron la identidad de la región.
"Las palabras nos las dan los dioses, las recibimos sin merecerlas", confiesa al lado de un librero que mira diagonal hacia una escalera de caracol, abandonada en el patio de su casa en Chillán, al sur de Chile.
"La poesía es un respiro, es oxígeno. La vida viva", declama el autor de "Al silencio", nacido el 20 de diciembre de 1917 en Lebú, una bahía de pescadores, mineros del carbón y mapuches.
"La lírica es visión y lenguaje", confirma con una copa en la mano, al tiempo que reconoce la circularidad de su obra, en permanente búsqueda del uno, de la boda entre el tigre y la mariposa.
En definitiva, una exploración por vanguardias y estéticas que desde sus pupilas necesariamente deben rescatar la ambigüedad y la incertidumbre, como sinos creativos de un mundo nuevo, que busca una identidad desde su independencia.
Son caminos y senderos habitados por los heraldos negros de Vallejo, la residencia en la Tierra de Neruda, la América de Mistral, los páramos de Rulfo y las bifurcaciones de Borges.
"En América todos somos errantes" resume de paso frente a un espejo, que no recuerda cómo llegó a su casa, angosta y larga, como la tierra desde donde reverdecieron sus versos.
Para él, esas reflexiones sólo pueden arrastrar a las sombras y la oscuridad del modernismo. "Yo soy de la dinastía de la disidencia como Octavio (Paz) y Vicente (Huidobro)", enarbola.
Por lo mismo, cuestiona los dogmatismos ideológicos de Neruda, de quien dice que "tuvo que ir a Machu Picchu a buscar un sentido a América", a diferencia de Gabriela Mistral que lo encontró en su propia tierra. "Ella era preciosamente áspera y sana", rememora. Además destaca la solidez de su obra.
No obstante, reconoce que la lírica es un juego. "Los poetas no escribimos más de cinco poemas que valgan la pena", resigna. Pero al mismo tiempo defiende las huellas que la poesía dejó en su vida, en especial la urgencia por escribir desde el eros, desde el alma y la sociedad.
"Yo creo en el amor sagrado. El orgasmo es sagrado. El pelo de arriba y el abajo también son sagrados. Todo eso es sagrado", remarca. "Yo -prosigue- soy del Eros, pero soy del Tánatos. Yo soy un poeta de un eros carnal y sacro, sagrado de misterio". "El horror, en cambio, es el no aire ¿Ha visto morir a alguien? Se pone amarillo", expresa.
Se asume finalmente como un puente entre lo clásico y lo nuevo, que valora en la poesía sus giros crípticos, lo sorpresivo, lo distintivo y el silencio de la bóveda marina. Por lo mismo, desdeña la poesía actual, el frenesí por la fama, la falta de cuidado con las palabras. Al punto recuerda su amistad mutilada con Huidobro. Su altanería juvenil que lo hizo alejarse de un creador que hoy define como "un escritor de verdad, que conocía lo nuevo y que sabía leer a los clásicos".
Y recuerda a Rubén Darío, el poeta que reinventó el español para América, iniciando la oleada modernista que tomó por asaltó la región durante la primera mitad del siglo XX, tiempo que tuvo a Rojas como testigo y actor. Como Eros y Tánatos.