Para mí fue terrible.
Ha sido un año difícil, pero creo que ya pasé la etapa más fuerte del duelo, lloré mucho y pensé en lo trágico y en lo injusto que fue todo.
Uno se arrepiente de muchas cosas. Al principio, me cuestioné hasta por qué me había alejado tanto de ella -estuve 20 años fuera- y uno tiende a sentirse culpable, de hecho llegué a arrepentirme de todo el tiempo perdido en que no estuve con mi madre.
En este proceso, he entendido que las cosas hay que vivirlas como tienen que ser. El dolor de perder a una madre, lo llevas siempre y hay que aprender a convivir con eso, pero la fe y el recuerdo de lo que ella me entregó en vida, quedan para siempre.
Uno de los principales valores que me entregó, es la forma de ver la vida que tenía, para ella los problemas no existían, era muy positiva. Cuando pasaba algo malo, siempre decía que todo tenía un sentido.
“Cuando más la extraño, es en los momentos más felices, porque me gustaría compartirlos con ella. Ahí es cuando digo: Ojalá que estuviera viva”.
Ahora estoy empezando una etapa de aceptación, donde trato de pensar en las cosas buenas y en los momentos lindos que pasé con ella. Mi hija mayor recuerda perfecto cómo era la “mami”, y yo siempre me preocupo de hablarles de ella y de pedirles que le recen.
Cada vez, me aferro más a la idea que desde arriba y que esté donde esté,
ella va a estar mirándonos, cuidándonos y orgullosa de lo que somos como hijos.
Respecto al caso del accidente, la verdad, es que no quedé muy conforme con las explicaciones de Panamá. Me habría gustado que con mi madre, el Gobierno panameño, hubiese tenido la misma deferencia que tuvo con los chilenos.