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Se ha dicho en reiteradas ocasiones que este es el tiempo de las mujeres y sin lugar a dudas lo es. Han quedado muy atrás las épocas de lucha por acceder al reconocimiento de derechos inherentes a todo ser humano. Hoy tenemos acceso a la educación, (representamos el 50% en casi todas las carreras), votamos, ejercemos cargos de alta responsabilidad a nivel público y privado, e incluso, tenemos dos candidatas a la Presidencia.

No es necesario ser muy perceptiva para darse cuenta que las cosas han cambiado y que sin perjuicio que aún faltan algunas por mejorar y que el proceso no ha estado exento de costos, sumando y restando, el grueso se ha ido logrando.

Según esta aseveración, las mujeres debiéramos estar en plenitud, gozando de una libertad y de un reconocimiento únicos en la historia, sin embargo, no es así. “Desbordadas”, “Cómo ser mujer y no morir en el intento”, etc., son títulos habituales de la literatura femenina. ¿Qué nos pasa?, ¿qué es lo que no funciona?

Estamos cansadas y tensionadas; la cantidad de roles que desempeñamos nos tienen agobiadas, nos sentimos “debiendo” en todas partes y por ello, la culpa se ha transformado en una fiel compañera.

Todo lo que he escrito hasta ahora, es lo que me surge frente a la pregunta de “cuáles son los desafíos de la mujer hoy día”. Es curioso, quizás debiera haber partido con que necesitamos una mayor presencia femenina en el mundo del trabajo; más mujeres en cargos importantes, más flexibilidad laboral, conciliar familia y trabajo. Obviamente estos son los grandes desafíos pero, ¿son “nuestros” desafíos o más bien son los desafíos de nuestra sociedad? ¿Existe algún desafío que corresponda a las mujeres propiamente tal? Y si este existe ¿cuál es?

La respuesta no se hace esperar, sí lo hay y me parece que debió haber sido desde siempre el punto de partida de todo lo demás. El gran desafío es atrevernos a ser mujer. Quizás parezca una locura lo que estoy diciendo, pero siento que las mujeres tenemos una especie de doble identidad, nos desdoblamos. Al interior de la casa somos mujeres, madres, dueñas de casa, pero al salir, se produce una metamorfosis. Al cerrar la puerta experimentamos un raro efecto, el alma se nos aprieta y se comienza a endurecer y nos empezamos a transformar en un ser que debe responder en todas partes y con todo el mundo. Es en este preciso instante cuando nos olvidamos de ser mujer y pasamos a ser una especie de ser híbrido y asexuado que deja de aportar lo único que le es propio, su feminidad.

Estamos en deuda con la sociedad y con nosotras mismas, no nos conocen fuera del hogar, no saben que somos mucho más que eficiencia y responsabilidad. Pensamos diferente, vemos las cosas desde otra perspectiva, podemos hacer grandes y diferentes aportes pero no nos atrevemos y ya hemos olvidado cómo.

Hemos nacido mujeres y ello implica una serie de características que nos diferencian y nos hacen complementarias en nuestro actuar. Esto es lo que un mundo mixto necesita para triunfar, que ambas mitades se expresen en plenitud.

Tengo la certeza que si mostramos a la mujer que a veces dejamos dentro y le permitimos acoger, amar, humanizar, etc., en pocas palabras, aportar lo que le es propio, las cosas serán mucho mejores y cambiarán aún más.

M. Cristina de la Sotta
Directora Ejecutiva
Fundación Chile Unido.