Como
en otros años, el Día Internacional de la Mujer es el
momento adecuado para reflexionar acerca de los desafíos que
enfrentamos, como personas y como país en materia de igualdad
de oportunidades entre hombres y mujeres. Creo que éste es el
sentido más profundo. En efecto, no conmemoramos el 8 de marzo
para hacer una alegoría vacía respecto a “la mujer”
como un ente abstracto o como una esencia que flota en algún
lugar desconocido. Lo hacemos para evaluar nuestros avances, retrocesos
y desafíos en el terreno concreto de la forma en que la sociedad
integra a sus mujeres en tanto tales, a los distintos procesos de la
vida productiva, política, social, cultural y familiar. Es el
momento en que Chile se pregunta cómo abre espacios para ese
poco más de 7 millones y medio de personas que constituimos más
de la mitad de su población.
Este
8 de marzo nos encuentra en una coyuntura especial. Hoy, podemos apreciar
vivir en un país que ha experimentado enormes cambios en beneficio
de las mujeres. Un país donde el acceso a la educación,
al trabajo y, crecientemente, a los espacios de participación
y decisión nos ponen en un contexto distinto.
Tras
décadas de luchas sociales, Chile parece haberse encontrado con
sus mujeres. La carga simbólica de ocupar cargos de alta responsabilidad
en los poderes públicos o de acceder a funciones antes reservadas
para hombres, han puesto la mirada de la sociedad sobre un proceso de
conquista de mayores derechos y de mayores libertades que hunde sus
raíces en la historia de Chile en el siglo XX y que se ha potenciado
con una política pública comprometida con la igualdad,
a partir de la creación del Servicio Nacional de la Mujer, durante
el Gobierno del Presidente Aylwin. La posibilidad cierta de que una
mujer pueda ser electa el próximo 11 de diciembre como Presidenta
de la República aparece como el corolario lógico de esta
transformación sin precedentes.
Sin
embargo, esta nueva realidad no se construye en el aire, ni es fruto
del azar. Detrás de ella están los esfuerzos personales
de miles de mujeres que se han atrevido a tomar nuevos caminos y a superar
las barreras que su entorno, muchas veces más cercano, les imponen,
bajo la forma del prejuicio, la discriminación, la postergación
o directamente, la violencia. Como todos los procesos sociales, la creciente
igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres tiene una expresión
personal y concreta en la experiencia de cada una de sus protagonistas.
Por
otro lado, e invirtiendo la relación, los procesos personales
a los que hacemos mención tienen un correlato público
y social evidente. El esfuerzo sostenido durante los gobiernos democráticos
por eliminar discriminaciones y ampliar las oportunidades para las mujeres
es evidente e incontrarrestable.
El
nombramiento de mujeres en altos cargos públicos y la apertura
de nuevos espacios en las instituciones del Estado; la eliminación
de las normativas que impedían a las mujeres ejercer tareas consideradas
peligrosas o pesadas; la eliminación de los test de embarazo
para postular a un empleo; la extensión de los derechos laborales
a las trabajadoras de casa particular y de salud a las temporeras son
sólo algunas de las medidas que hablan de un incentivo por la
incorporación de las mujeres al empleo remunerado y por el mejoramiento
de las condiciones en que dicho empleo se ejerce.
En
otro ámbito, la ley que sanciona la violencia intrafamiliar,
la generación de una normativa más eficiente para desarrollar
las demandas de paternidad y la igualación de derechos de los
niños y niñas nacidos fuera o dentro del matrimonio, junto
a la nueva ley de matrimonio civil y la creación de los tribunales
de familia, hablan de la preocupación de un gobierno por fortalecer
las familias en Chile, en un contexto de respeto a los derechos de todas
las personas que las integran y reconociendo en ellas la madurez y capacidad
de tomar sus propias decisiones.
Podríamos
mencionar otras medidas, como el desarrollo de contenidos no sexistas
en la educación o la enorme tarea de transversalizar la perspectiva
de género al interior del aparato del Estado y sus políticas,
que, en definitiva nos hablan de un gobierno y una coalición
que se ha comprometido con el cambio cultural y con la igualdad de derechos
para todos y todas. No es un misterio para nadie que la mayoría
de estas medidas han sido desarrolladas bajo la indiferencia o decidido
rechazo de una oposición conservadora que reacciona con temor
frente a la igualdad de oportunidades y de derechos.
Evidentemente,
quedan muchos desafíos por delante. Algunos que arrastramos desde
el pasado y otros que nacen de las nuevas realidades. Lo importante
es tener la capacidad de enfrentarlos como sociedad con la convicción
de que estamos avanzando en la línea correcta.
Cecilia
Pérez Díaz
Ministra del Sernam
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