Sea
cual sea el hecho que da origen al establecimiento de un Día
Internacional de la Mujer, las investigaciones realizadas por una serie
de historiadoras feministas señalan a partir de 1857 (año
de la huelga en Nueva York) hasta el fin de la Primera Guerra Mundial
(1918) una gran actividad de las mujeres europeas y estadounidenses
en torno a demandas de reducción de la jornada laboral, por mejores
salarios, contra la guerra y por el sufragio femenino. Luego vendrá
el turno del movimiento sufragista y de mujeres en América Latina,
con demandas similares.
Si
nos detenemos en esas reivindicaciones, casi podríamos decir
que no hemos cesado de reivindicar desde entonces, mejores salarios,
mejores condiciones laborales, mayor participación política.
La reivindicación inicial es la misma,… pero diferente.
Esta
inagotable demanda que se reitera y se renueva me recuerda la idea de
la democracia como fundamentalmente inacabada y en construcción
permanente. Recuerda esa idea central que más allá de
los paradigmas teóricos, la democracia es una construcción
política y que toma las características de la cultura
política de cada país, de cada región.
El
movimiento feminista y de mujeres en Chile –como otros movimientos
sociales- también ha marcado la historia y dejado huellas en
nuestra democracia: las sufragistas y el derecho a voto, las mujeres
por la vida y lucha por la democracia, el movimiento feminista y de
mujeres en general en la reconstrucción de la democracia.
Sin
embargo, el mundo ha cambiado y los procesos globalizadores han impactado
nuestras sociedades significativamente y esta realidad nos plantea nuevos
desafíos. Los impactos de la globalización serán
diferentes según el lugar del globo en que nos encontremos.
La
globalización no sólo tiene impactos negativos en el mundo
moderno: nos han permitido conocer otras formas de ser mujer, existentes
en otros lugares del mundo. Nos ha permitido comprender que cuando en
Bosnia Herzegovina, Croacia, Rwanda, Ciudad Juárez en México
y Guatemala se violan los derechos humanos de las mujeres, son mis propios
derechos que se erosionan. Que cuando las mujeres en Alemania, en Francia,
en Argentina y en Uruguay ganan y consolidan sus derechos, son los míos
que en Chile se legitiman y consolidan o es mi lucha por que los míos
se cautelen la que se legitima.
Pero
también la globalización establece una agenda universal
o mundial para las mujeres ignorando que las diferentes sociedades parten
desde un zócalo, una base de desarrollo económico y de
desarrollo de la democracia bien diferente, que no permite cumplir con
las expectativas que se crean y esta situación crea riesgos y
desafíos particulares para el movimiento feminista y de mujeres,
para sus estrategias para avanzar en la conquista de nuevos derechos
y libertades y también y, sobretodo, para su estrategia de alianzas.
La
pobreza, la desigualdad son anteriores a la globalización, pero
sin duda que ella subraya y enfatiza estos fenómenos, los potencia
y acrecienta las diferencias.
La
globalización en nuestro continente no solo ha ampliado, profundizado
la brecha entre hombres y mujeres, sino también ha creado una
brecha entre las propias mujeres. En América Latina hay un sector
de mujeres que está en condiciones de integrarse exitosamente
a los procesos globalizadores, pero hay otras, un número importante
y mayoritario, para las cuales la globalización ha consolidado
su exclusión, su marginalidad y esto es un problema para cualquier
movimiento social y es un problema para la democracia.
El
reciente Informe del PNUD “La Democracia en América Latina.
Hacia una democracia de ciudadanos y ciudadanas”, afirma que más
del 50% de los habitantes de la región están dispuestos
a apoyar un gobierno autoritario si esto significara mayor desarrollo
económico para sus países.
Tengo
la convicción que el mayor desafío para las mujeres chilenas
y las latinoamericanas en general, es el de consolidar nuestras democracias,
de pasar de las democracias electorales, como lo sostiene el PNUD, a
la promoción de democracias ampliadas e inclusivas. Es decir,
a democracias de ciudadanas y ciudadanos.
Un
segundo desafío consiste en replantear la agenda del movimiento
a la luz de los cambios acontecidos en el mundo. Esto no quiere decir
que las demandas y reivindicaciones de la plataforma de Beijing estén
caducas. No, no en nuestro continente. La violencia doméstica
y sexual sigue impactando nuestras vidas, el acceso al empleo y la igualdad
de salario, la soberanía de las mujeres sobre el propio cuerpo,
siguen siendo - como entonces- reivindicaciones vigentes; pero estas
demandas deben ser sistematizadas y replanteadas a la luz de los cambios
acontecidos en los últimos diez años y el impacto que
los procesos globalizadores han tenido en cada una de nuestras sociedades.
Requerimos
de una nueva estrategia de alianzas entre las mujeres del norte y el
sur, y con otros movimientos sociales como el de derechos humanos y
el moviendo ecologista/ambientalista por ejemplo que requieren como
nosotras de democracias de ciudadanas y ciudadanos.
Finalmente,
este año nos plantea una situación inédita: Por
primera vez tenemos candidaturas femeninas a la Presidencia de la República
que no sean testimoniales. La opinión pública ha sostenido
estas candidaturas con la esperanza que ellas sean capaces de responder
a las expectativas de democracias más inclusivas, para las cuales
las personas no sean prescindibles.
Ximena
Zavala San Martín
Directora Ejecutiva
Fundación Instituto de la Mujer
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