Atrás han quedado los días en que la cocina era una habitación escondida de la casa, un espacio al que se recurría para aprovechar su calor en el invierno, o que estaba destinado a la servidumbre de las clases más acomodadas. De más está decir que hoy es casi impensable imaginar este espacio como uno dirigido únicamente por la mujer. Hoy se le ha devuelto su lugar por excelencia, como punto de reunión familiar y social.
Sin importar si ésta es pequeña (cocina americana) o un amplio espacio totalmente equipado, allí se prepara la comida, se come, se disfruta y muchas veces se establece el único momento del día en el que una familia se reúne, en tiempos en que el comedor, generalmente, se utiliza con las visitas o los domingos.
Así lo comprobamos en Milán, en la
EuroCucina 2012, un evento que se realiza cada dos años -como parte de la Design Week en iSaloni- y que reúne a las marcas premium de tecnología y diseño. En ella se muestran los últimos avances y tendencias de lo que muchos consideran el corazón de los hogares, haciendo que los problemas de espacio o ambiente para la cocina no sean tema de preocupación.
Allí vimos cocinas outdoor: mesones con ruedas y de acero inoxidable, perfectos para utilizar en el jardín, y que comprenden en un reducido espacio -de no más de dos metros- horno, mecheros y lavaplatos. En otro mesón encontramos freidora y por supuesto, parrilla. Por otro lado, vimos cocinas americanas, cuyo mesón para comer y trabajar los alimentos se unía perfectamente a una pequeña biblioteca, ideal para los pequeños departamentos.
“La idea es reducir el espacio”, comentó a Emol Francesco Dell’Agnello, product manager de la marca italiana Veneta Cucine, mientras enseñaba su línea de cocina autotransportable (creada por el diseñador Paolo Rizzatto), que comprendía un rectángulo de 3, 15 cms. por 85, 5 cms., que en solo ese espacio ofrecía horno eléctrico, horno a vapor, lavavajillas, refrigerador, freezer, lavaplatos, escurridor, encimera, placa de cocción, campana tragahumo, repisas, y un basurero separado en secciones para motivar el reciclaje. Al cerrarse todo, parece un clóset modular muy simple, salvo por su completo interior y el hecho de que la superficie esté tratada con iones de plata con acción antibacterial. Si el dueño de este “mueble” se cambia de casa, basta que lo transporte tal cual a su nueva morada para tener su cocina completa.
“Hoy en día, como las cocinas tienden a ser abiertas, la
gente quiere que sus electrodomésticos pasen desapercibidos o que sean parte de la decoración de del living”, comenta Manuel López, gerente general de Diseño Alemán, representante en Chile de marcas germanas de muebles para cocina. Frente a él, en la tienda de Poggen Pohl de Milán, está todo lo contrario a la idea de reducir espacio, pero un sinónimo de lujo: una cocina -la primera diseñada por la marca de autos Porsche- que no cuesta menos de cien mil dólares y que por sus materiales, colores y formas, fue creada para un público masculino, y hoy la poseen personajes como Roger Federer y Tiger Woods.
“
Hace muchos años atrás, la cocina era solamente la del servicio. Pero hoy en día se vive; la familia pasa mucho tiempo en ella, los hijos sobre todo, y, en lo que se refiere a Europa, cada vez es más grande la tendencia de vivir la experiencia de la cocina y compartir”, agregó, recalcando que ése es el motivo por el cual no es extraño que hoy se inviertan grandes sumas de dinero en espacios cómodos y en buena tecnología culinaria.
Chile: Más allá de la melamina
Es una cosa de gustos. Mientras en países como Dubai, los clientes llegan a pedir expresamente que tanto los muebles como electrodomésticos de sus cocinas tengan aplicaciones de oro, en Chile, las preferencias, entre quienes se pueden dar el gusto, van en pedir estantes sin manillas, con sistemas automáticos de apertura, y diseños lacados y brillantes, dejando atrás los típicos de melamina.
En cuando a la tecnología,
el país no se queda atrás y prueba de ello es que desde 2007, en Santiago, existe la única filial en Sudamérica de Miele, empresa alemana de electrodomésticos de lujo, que también estuvo presente en la feria italiana.
Allí presentó entre otras cosas, un lavavajilla profesional que apenas se demora 17 minutos en dejar todo limpio, un horno de gas sobre vidrio (Gas–on–Glass Hobs), y un extractor de cielo, muy útil en cocinas abiertas en las que no solo se espera que los objetos sean estéticamente agradables, sino que se eliminen los olores de la comida. Al igual que el resto de sus productos, todos fueron creados para perfeccionar el bajo consumo de energía.
Tal como lo comenta Jaime Durán, ejecutivo de Miele, los hábitos de consumo en este rubro han ido cambiando en Chile. Gracias a la globalización y a los viajes a países donde el concepto de nana no existe, al menos entre la clase media,
los chilenos han ido optando cada vez más a equipamientos que tal vez son más caros, pero que sobresalen por su tecnología, formas y comodidad en su uso.
Por ejemplo, la empresa -que en Alemania produce hornos, lavavajillas, campanas, lavadoras, refrigeradores y máquinas de café-, ofrece productos tan sofisticados, como heladeras con sistema MasterCool, a las que se les puede indicar qué tipo de alimentos se guardan en cada bandeja, para que éste sepa qué temperatura y humedad necesitan para que duren hasta un 40% más.
Siguiendo la misma línea de ser un objeto práctico en un espacio utilizado por todos los miembros de la familia, sus hornos tienen hasta cuatro placas de vidrio, que evitan quemaduras en los más pequeños, y son pirolíticos, es decir, se limpian solos, eliminando a altas temperaturas grasas, azúcares y salsas de sus paredes. El precio de éstos no son inferiores a un millón de pesos, pero Durán asegura que en Chile, este tipo de productos no serán exclusividad de los más adinerados.
La razón es que poco a poco se va comprendiendo que, dada la importancia que la cocina tiene en la vida familiar y social,
la inversión hecha en autos, viajes o grandes televisores, también se puede destinar al gusto que entrega la experiencia de cocinar.
Existe una verdadera recompensa en el simple hecho de compartir una comida con los seres queridos, según lo que asegura Steven Gdula, autor del libro “The warmest room in the house”. Allí, el autor se encarga de explicar por qué la cocina se convirtió en el alma de las casas norteamericanas, y relata la experiencia de su familia: En la década de los 60, la familia Gdula vivió una crisis económica que aguantaron comprando sus comidas gracias a los famosos cupones de descuento estadounidenses.
Y por decisión de sus padres, dejaron de alimentarse en el comedor, para hacerlo en la cocina, un espacio más reducido, que -en su caso- tal vez los obligó a comer más apretados, pero que para el escritor tuvo un gran significado: “El mensaje que mi mamá y papá trataban de dar era que a pesar de lo que ocurría, siempre nos teníamos los unos a los otros”.