El "viento blanco" complica las labores de rescate. |
Soldados entierran las sondas en busca de cuerpos. |
En este refugio reciben los cuerpos encontrados. |
En el control de CONAF se retuvo a toda la prensa. Sólo desde domingo les permitieron el acceso. (Fotos: José Alvújar) |
REFUGIO LA CORTINA, Antuco.- Habían pasado menos de 24 horas desde que se conociera la noticia de la tragedia en Antuco y yo ya había llegado hasta el Refugio La Cortina donde el general Juan Emilio Cheyre trataba de controlar la desordenada situación que imperaba en ese momento.
El Ejército se había establecido en ese refugio para desarrollar un plan de rescate de los jóvenes conscriptos víctimas de una decisión - hasta ahora- incomprendida: marchar más de 28 kilómetros bajo una tormenta con "viento blanco".
Éramos (junto a un grupo de civiles cuya ayuda fue fundamental) de los primeros en llegar a la zona y a pesar de que no había pasado un día desde que comenzara todo, la desesperanza ya era total. "No encontrarán a muchos con vida", era la frase que se repetía con desolación.
Pocas veces en la vida tiene uno la posibilidad de vivir en carne propia las consecuencias de una tragedia como la de Antuco. Aunque es muy difícil acercarse al dolor de la muerte - si no se es compañero o familiar de alguna de las víctimas-, sí se pueden experimentar las emociones que generaron los crudos hechos que conocemos.
Y compatibilizar eso con la labor informativa que tenemos los periodistas también cuesta, más aún cuando se imponen límites o se oculta la verdad (ver recuadro más abajo). Es por eso que en este relato he preferido dejar un poco de lado la obligación informativa, para entregar más bien una visión de testigo que pueda complementar todo lo conocido hasta ahora.
La maldita tormenta
Basta con estar sólo un par de minutos bajo la inclemencia del "viento blanco" para entender que los conscriptos que lograron sobrevivir son verdaderos héroes. Y no es sólo el frío el que aterroriza, sino aquellas ráfagas de viento que se mueven en todas direcciones y que convierten la fina nieve en verdaderas púas que se entierran en el rostro, quizás la única parte vulnerable cuando uno está con la ropa adecuada.
Pero cuando no se tiene ni la parca, ni botas, ni pantalón o guantes y gorro indicado, caminar bajo esa condición resulta poco menos que imposible. El "viento blanco" cubre todo y desorienta. Además obliga a mirar al suelo y a cubrirse el rostro con un brazo. Avanzar es todo un reto.
A eso se suma que la nieve recién caída es un obstáculo nada fácil de sobrepasar. No es exageración decir que uno puede fácilmente quedar enterrado hasta la cintura tras un par de pasos. Ahí, caminar es imposible y lo mejor es gatear, ayudándose con los brazos. Lograr avanzar, portando mochilas de 20 kilos y fusiles resulta incomprensible.
Y esto no es ninguna novedad para quienes conocen la nieve. Los movimientos son lentos y el cuerpo experimenta mayor cansancio que lo normal. Mantener un ritmo de marcha bajo la tormenta no es posible cuando no se tiene la preparación adecuada. El cuerpo se agota, la visión se nubla y dan ganas de "echarse" a descansar. Además, si no se tiene un equipo adecuado, la transpiración por el esfuerzo se convierte en un arma letal: el frío la congela comenzando el proceso de hipotermia.
Desolación total
En el refugio La Cortina (hasta donde llegué con bastante ayuda de personas desconocidas) fui testigo del estresante trabajo del personal del Ejército en las primeras horas de la búsqueda.
En la zona - que por lo general debiera caracterizarse por la quietud de una zona montañosa- reinaba ahora un movimiento inusitado y hasta desesperado. Cuatro o cinco máquinas de vialidad limpian los caminos atestados de nieve; mucho personal militar trabajan en distintas labores como las de establecer comunicación, proveer de víveres y pertrechos, maniobrar vehículos para la nieve, volar helicópteros, manejar camiones cargados con soldados o con cuerpos de soldados, o estar a cargo de la "casa amarilla", el refugio convertido en morgue donde se identifica y establece una primera revisión de los conscriptos muertos, una vez que son encontrados.
Todo esto hace de la zona un lugar muy especial y que contrasta fuertemente con lo que es cuando la temporada está abierta y funciona acá el Club de Esquí de Los Ángeles.
Ahora, con las sonrisas cambiadas por rostros de tristeza, se respira un pesimismo generalizado. Todos (uniformados y civiles) saben en su interior que fue un tremendo (y "estúpido", citando a un colega) error ordenar una marcha bajo las condiciones de tormenta. Todos saben también, que cada día que pasa hará más difícil encontrar a los perdidos. No son pocos (incluidos altos mandos) quienes comentan que no quedará más remedio que esperar que los deshielos devuelvan a las inocentes víctimas de la tragedia, deshielos que comienzan recién en septiembre u octubre.
Errores y trato con la prensa |
Varios errores ha cometido el Ejército en el tratamiento de la tragedia. Ya son conocidas las fallas en la entrega de información sobre las víctimas a los familiares, así como el ocultamiento de una verdad que se descubría por sí sola con cada minuto que pasaba.
Pero además de eso, se cometió una falta a un derecho fundamental: el de la información. Los periodistas que llegaron (llegamos) a cubrir estos hechos nos transformamos, sin querer, en verdaderos enemigos del Ejército. Se limitó el acceso al lugar de la catástrofe, se expulsó de la zona a aquellos que habían logrado subir a La Cortina, se obligó a los conscriptos a no contar sus experiencias a los reporteros, etcétera.
Esto no hizo más que ensombrecer lo ocurrido y acrecentar las dudas respecto a la veracidad de la información entregada.
El día sábado, por ejemplo, el clima se presentó muy favorable, con un cielo azul perfecto y un sol que contuvo la tormenta e hizo creer que sería una buena oportunidad para dar con los conscriptos desaparecidos.
Sin embargo, el movimiento en La Cortina estuvo más apagado que lo que se podría haber esperado. Es cierto, ese día se logró el rescate de 112 uniformados que estaban en Los Barros y se encontraron cuatro cuerpos, pero para los civiles que colaboraron con el Ejército (prestando una máquina "pisanieve" o motos de nieve, por ejemplo) se sub utilizaron los recursos disponibles, se desaprovechó el día.
"¿Qué dirían de esto los periodistas?", se preguntaba un civil sin saber que a su lado uno de ellos tomaba nota de todo lo que sucedía. Y es que sin la presencia de cámaras, parece ser que el asunto no funciona tal como debería.
"Mañana vamos con todo", aseguró un alto general refiriéndose a la búsqueda de los soldados. "Mañana habrá tormenta de nuevo", le respondió un molesto civil que llegó temprano a la zona para ofrecer su moto de nieve - vehículo que el Ejército no disponía- pero que pasó gran parte del día estacionado, junto a otros tipos de transporte que no fueron utilizados, pese a que las condiciones se mostraban favorables.
Sin embargo, - justo cuando el domingo una nota de El Mercurio daba cuenta de lo que acontecía en La Cortina-, el Ejército permitió a los periodistas acceder al lugar. Entonces, con cámaras encendidas, se mostró a los soldados (encabezados por los altos mandos) rastreando la zona y se pudo entrar a la "casa amarilla" y grabar la recepción de cuerpos e incluso se instaló una bandera chilena a media asta, que el día anterior no existía.
En síntesis, un manejo de información que empaña el gran esfuerzo que muchos uniformados hacen hoy por recuperar a sus compañeros caídos. Otro error más que marcará por siempre al Ejército, que está viviendo la tragedia más grande en tiempos de paz de su historia. |