Macarena García G.
¿Ha prendido usted alguna vez una vela a una animita? ¿Cree en la brujería? ¿Tiene la costumbre de visitar a sus familiares en el cementerio? ¿Hace mandas? Si usted es mujer y vive en el campo o en alguna ciudad pequeña, lo más probable es que responda que sí. Si fuera de estrato social bajo -lo que los publicistas catalogan como grupo D y E- sus probabilidades se multiplican. No es cuestión de estereotipos, sino de los gráficos que dibuja la primera encuesta chilena que ambiciona retratar la religiosidad popular.
Eduardo Valenzuela, director del Instituto de Sociología de la Universidad Católica, es el responsable de este sondeo que midió a nivel nacional los comportamientos religiosos de los chilenos. Explica que en las tendencias generales no hay grandes diferencias respecto de encuestas anteriores y del censo del 2002. Los datos nuevos y relevantes vienen de su intento de poner en cifras la religiosidad popular. Según él, no trabajaron con ninguna idea preconcebida del concepto, sino sólo con preguntas sobre invocación a santos, visitas a santuarios, creencia en brujerías o devoción a la virgen. Es el primer intento de medir esa cultura que cree y pide, paga mandas visitando santuarios, reza en las grutas y engruesa el fervor local por ese misterioso San Expedito.
La mitad de los católicos invoca a un santo cuando hace oración. Santa Teresa de Los Andes lidera la presencia en estas plegarias con un 18%, seguido por un cuasi empate del Padre Hurtado (11%) y San Expedito (10%). "Una razón posible de por qué el Padre Hurtado es tanto menos solicitado que Teresa de Los Andes es que nuestro catolicismo es mucho más de invocar a una figura que se parece más a la Virgen que a Cristo. Ella es vista como acogedora y, en cambio, el Padre Hurtado es un poco más complicado porque presenta una demanda ética, de compromiso con los pobres y marginados. Te hace preguntarte si eres un católico consistente en tu vida cotidiana", explica María Angélica Thumala, socióloga PUC, autora de "Riqueza y piedad. El catolicismo de la elite chilena" (Random House Mondadori, 2006). Eduardo Valenzuela concuerda, aportando la distinción entre santos que son modelos virtuosos -el Padre Hurtado- y otros que son modelos de gracia -como San Expedito-, que no imponen exigencias morales, ni demandas éticas, sino que cumplen favores. "Santa Teresa combina bien las dos cosas, es un modelo ejemplar a la vez que un vehículo de gracia", agrega Valenzuela. "El Padre Hurtado es menos milagrero, lo que lo hace menos popular. Y San Expedito no existe. Su historia se resume a unas reliquias que llegaron a una iglesia catalogadas como expeditas", aporta Jorge Costadoat, teólogo del Centro Teológico Manuel Larraín, con algo de temor a que se arme una polémica por sus palabras. "Un cura de Reñaca le comenzó a dar popularidad. Uno puede interpretar este arrastre entendiendo que es un santo absolutamente funcional a la sociedad de mercado; si vas a dar un examen, te ayuda, si tienes que pagar una deuda. Son cosas absolutamente pragmáticas, que calzan bien con esta sociedad contemporánea que espera soluciones inmediatas", explica Thumala.
Eduardo Valenzuela explica que las animitas y la visita a los familiares en el cementerio son dos prácticas que están en la frontera del catolicismo: "Son extra eclesiásticas y lo son por razones de fondo, porque la conmemoración de los muertos es el culto al ancestro y eso no es cristiano. Esa creencia de los espíritus que vagan está muy acendrada y ahí tienes estas manifestaciones de religiosidad popular en el sentido más estricto". Es en estas prácticas donde se dibuja mejor la figura que aparece en toda la encuesta: mujer católica de más 45 años que vive fuera de las grandes ciudades y tiene bajos ingresos.
Sonia Montecino pone en duda el estereotipo: "Me atrevo a decir que en la mayoría de las sociedades las mujeres han estado mucho más cerca de la experiencia con lo sagrado, aunque ellas no ocupen en las instituciones religiosas espacios de poder. Esto se puede explicar por su proximidad -por cierto dado por la cultura- con el mundo de lo sensible. Que la religiosidad popular se afinque mayoritariamente en las llamadas "clases bajas" tiene que ver más bien con los modos de conceptuar la religiosidad popular, pues si entendemos esas otras manifestaciones que se dan en las clases medias y altas -las mezclas entre hinduismo y catolicismo, las creencias en el tarot, la creencia en cuarzos y la existencia de una serie de gurúes-, sumadas al culto a los antepasados, también podemos entenderlas como religiosidad popular, entendiendo lo popular no desde la clase sino desde lo compartido por una comunidad. La única diferencia es el tipo de prácticas, las cercanas al new age, son más propias de la clase alta y las antiguas, más cercanas a la clase baja".
Para Jorge Costadoat, el núcleo de la religiosidad popular no está reflejado en la encuesta y correspondería a una reserva de fe católica. "Mi impresión es que se maneja un concepto de religiosidad popular un tanto ilustrado donde se pregunta por lo que aparece más exteriormente y no permite captar el fondo del asunto. Como dice el documento de Puebla, la religiosidad popular es la expresión de una profunda fe católica que le permite a la gente luchar día a día por salir adelante de la serie de adversidades: enfermedades, trabajo brutal, injusticias, penas enormes. Es la idea de que Dios se la puede con la vida y la historia. Es distinto a lo que pasa en grupos más ilustrados donde la religión está más vinculada a un ser humano responsable de su vida. Para el pobre no es así, a él la vida se le impone". ¿Eso supone una religión que está más para pedir favores que para exigir comportamientos? "Sí, es eso, aunque no sea lo central. Pero claro, en el catolicismo es más posible ser incoherente, se vive más de acuerdo a los sentidos. Hay prácticas que tienen algo de magia, ritos que se tienen que cumplir rigurosamente para que Dios cumpla. Esos aspectos son limítrofes, pero es una profunda reserva de fe católica".
El culto a la virgen aparece transversal en la encuesta. En Santiago y en regiones. Entre los jóvenes y los adultos. En todas las clases sociales. De hecho, en toda América Latina, el continente más católico y más mariano. Eduardo Valenzuela lo explica por el orden matriarcal de nuestra cultura: "Nosotros ponemos el símbolo materno en el origen de nuestra cultura. La madre es la que tiene dignidad y prestancia, mientras que el hombre está definido por su cuerpo y en nuestra cultura es el macho, que tiene su cuerpo para enfrentarse a otros con agresividad y para seducir, pero no para ser padre y darle un orden a las cosas".
Esa devoción se aparece ahora en números: un 72% de los católicos cree que la virgen hace milagros, un 44% le hace mandas y un 67% confía en que la Virgen del Carmen nos está protegiendo en los momentos difíciles.
Es más, casi la mitad de los chilenos (un 46%) ha ido a un santuario mariano en los últimos dos años. Cifras de devoción activa que contrastan con otras, ya conocidas, sobre la escasa asistencia a misa de los católicos chilenos (uno de cada cinco va semanalmente). Datos para intentar medir la distancia entre la religiosidad popular y la otra, llamada por algunos, ilustrada.
Las cifras de identificación religiosa de la Encuesta Bicentenario marcan poca diferencia con las que arrojó el último censo, en 2002, cuando se habló del auge de los evangélicos (que habían crecido de 12 a un 15%) y de la estampida del catolicismo (reducido en más de seis puntos para quedar en un 70%). Desde entonces, según este sondeo, la identificación católica ha seguido disminuyendo, aunque no para engrosar las filas pentecostales, si no para aumentar el grupo de quienes no se reconocen en religión alguna. Eso, ante el progresivo aumento de grupos evangélicos en Latinoamérica, es un dato relevante, aunque es más el saber que en muchos de ellos persisten las creencias católicas. Un 78% cree en los milagros, un 18% cree en la Virgen y un 9% cree en los santos, cuestiones ajenas a las doctrinas evangélicas que hablan de un Dios que no se manifiesta en este mundo. "Yo estoy convencido de que uno de cada cinco evangélicos es un cuasi católico. Lo que sucede es que en la conversión hay muchas cuestiones de oportunidad: que el templo esté cerca de la casa o que sus amigos lo inviten a ir con ellos. Pero mantienen creencias católicas bastante arraigadas, en algunos casos, porque son conversos recientes", argumenta Eduardo Valenzuela.
En menor medida, ocurre algo similar con los católicos. Un 86% cree en la virgen y un 74% en los santos, creencias fundamentales de su iglesia. "No es que tengamos católicos creyendo en otras cosas, pero tenemos católicos que no siempre creen. Es un pequeño segmento que cree en un catolicismo más estilizado, un Dios escondido que no se manifiesta en el mundo y en ese ese sentido se podría decir que son filoprotestantes", explica Valenzuela.
Hay un dato que deja a Eduardo Valenzuela sin explicación, y es que el 63% de los evangélicos creen en la brujería. Angélica Thumala aventura una interpretación"El pentecostalismo está muy atento a las tentaciones y a la acción del demonio, y la brujería es vista como parte de esa acción maligna. Por eso, la Iglesia Metodista Pentecostal, por ejemplo, describe a la fiesta de Halloween como satánica. La ve como algo que hay que rechazar". En efecto, el portal chileno de los metodistas abre con una editorial titulada "Halloween, fiesta satánica", en el que se condena la fiesta y se explica que ella conmemora uno de los aquelarres del calendario céltico. En el texto, se incluye un diccionario de símbolos -desde calabazas a murciélagos- para explicar los embrujos de la noche en la que el diálogo entre vivos y muertes es más fluído.
La construcción de animitas al borde del camino donde alguien murió violentamente es la más extendida -y también la más propia- manifestación de religiosidad popular en Chile. Un dato: para la construcción de la Autopista Central se tuvieron que remover 89 de estos altarcitos en sólo 60 kilómetros. Parar máquinas y hacer una mini-minga para que la casita quede tal cual unos metros más allá. Según los trabajadores en obra, la superstición obligaba al máximo cuidado; no fuera a molestarse el alma. Caso emblemático de retroexcavadoras paralizadas por una animita, fue el cambio en la obra que echaría abajo la dedicada a Romualdito en Estación Central, hoy emblemática. Los obreros se negaron a hacerlo, alegando que las máquinas se trababan en esa muralla. "Representa una expresión sincrética con elementos de las cosmovisiones indígenas en la medida en que se relaciona con el culto a los antepasados y con una particular concepción de la muerte, sobre todo de la muerte trágica. Ponen en escena una ritualidad y una estética popular muy rica", explica Sonia Montecino.
"Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con paciencia, desdén o ironía", escribió Octavio Paz, sobre la festividad mexicana que transforma a las calaveras en dulces, lleva a las familias a celebrar banquetes al cementerio y llena las casas de dibujos de esqueletos.
El día de muertos es una celebración de origen pagano que la Iglesia incluyó en su calendario para rezar por los difuntos. Mejor estatus le dio al Día de Todos los Santos, una fiesta de guardar para los santos conocidos y desconocidos. Estas dos fiestas suelen confundirse, ante todo porque en el Día de los Santos (el feriado) se llenan los cementerios de familiares y flores. La confusión viene de mucho antes. "Según una historiadora francesa, Regine Pernaud, el Día de los Santos se instauró para combatir el culto a los ancestros que había en las familias. En vez de que siguieran venerando a los antepasados, se intentó reemplazarlo por un patrono que protegiera al pueblo o a la comunidad", explica María Angélica Thumala.
La encuesta lo pone en cifras: un 47% de los chilenos visita a sus familiares en el Día de los Muertos, cifra que se dispara si nos centramos en los mayores de 55 años (60%) o en los habitantes de regiones distintas a la metropolitana (59%).