EL
AMOR Y LA MUERTE EN EL TEATRO DE PUCCINI
Por
Juan Antonio Muñoz H.
Más
allá de angustias de vida, de amores trágicos y de futiles
representaciones de trozos de vida burguesa, el teatro de Giacomo Puccini
(1858-1924) enfrenta al hombre a una situación amorosa alienante
y represiva, y sus personajes confirman la imposibilidad de elevarse
de un estado inferior no deseado a uno superior, al que les está
prohibido acceder.
En tal cuadro social, el amor es visto como una condena a muerte: todo
el que ama de verdad o el que ha asumido una situación amorosa
fuera de la norma tiene sus días contados. Y como si eso fuera
poco, generalmente la soledad en vuelve al amante que muere. Sin poder
consumar su amor, y frustrado hasta en su heroismo amoroso, el moribundo
(a) partirá siempre desesperado y trémulo, confiado sólo
en que se hará justicia en otro lugar (Tosca cita a Scarpia a
comparecer ante Dios antes de lanzarse al vacío). El ambiente,
entretanto, funcionará como reactivo preparatorio al momento
en que la dualidad amor-muerte exija una víctima.
El Beso de Tosca
Febles, impetuosas, irascibles, violentas, dulces o temerarias, las
mujeres de Puccini integran un curioso escuadrón de normalidad
y patología suficientemente analizado durante el siglo. Pero
es sobre ellas que el compositor y sus libretistas pusieron especial
interés; tanto, que el público alcanza hasta a impacientarse
antes de su entrada a escena: Mimí, Cio Cio San (Madama Butterfly)
y Tosca se anuncian desde fuera del escenario, y para escuchar a Turandot
hay que aguardar hasta la segunda escena del segundo acto.
Tras Le Villi cuyasprotagonistas son los
espectros de las jóvenes que murieron de pena tras ser abandonadas
(Milán, 1884) y Edgar la
amante fiel, Fidelia, termina asesinada por Tigrana, que representa
la pasión (Milán, 1889), es con Manon
Lescaut (Turín, 1893) que seguimos definitivamente
el cortejo fúnebre de Puccini. La mujer, aunque ambiciosa, se
quiebra al menor tropiezo y termina siempre cediendo en el contrabando
que se le exige. Su languidecer, que le es tan propio, se tiñe,
desde el inicio, de fatalismo. Ya en el primer acto, durante el dúo
en que decide huir con Des Grieux, dice: La tristeza reina
sobre mi destino.
Cuando se ve atrapada, al final del segundo acto, presiente cómo
los días se le acaban, pero su obsesiva preocupación es
aun más ostensible en la escena del puerto de Le Havre: Tiemblo
y me angustio, no sé por qué. ¡Ah!, una amenaza
fúnebre yo siento. El último acto nos presenta
a la Manon terminada, cuya seca agonía se verifica en soledad.
Su noble amante sólo está a su lado en el último
minuto.
La novela Scenes de la vie de boheme, de Henri
Murger, sirvió de inspiración para La Boheme
(Turín, 1896), para
muchos la más sincera de las óperas de Puccini, aunque
el crítico musical M.F. Fano añade si por
sinceridad se entiende únicamente dar libre desahogo a las propias
tendencias sentimentales, sean de la naturaleza que fueren.
Al igual que en Manon Lescaut y como si la muerte
estuviera escrita desde el comienzo, Puccini no deja escapatoria a Mimí.
A pocos instantes de conocerla, Rodolfo exclama Qué
cara de enferma. Mimí se muestra despreocupada de
su enfermedad (tiene tisis y quiere salir al frío, durante el
primer acto). Recién en la mitad del tercer cuadro ella descubre
y por boca de Rodolfo la gravedad de su mal. Entonces, grita ¿Morir?
Mi vida está terminada. Tratando de calmar la tormenta,
los amantes, luego, cantan al unísono que la brisa de la noche
esparce bálsamos sobre los dolores humanos, pero la fatalidad
ya ha obligado la separación: el supuesto enamorado Rodolfo deja
sola a Mimí porque está enferma, y curiosamente ella acepta
los hechos resignada. Eso se puede entender sólo en la idea de
que la suya era (con o sin enfermedad) una relación sin futuro:
no es posible ubicar en un mismo plano al escritor-poeta-estudiante
bohemio -Rodolfo y a la modista enferma-prostituta-enamorada-Mimí.
Con
el siglo XX, llega Tosca (Roma, 1900). En este
caso, la relación amorosa sobre la cual se concentra la obra
se instaura entre Tosca y el barón Scarpia, y no entre la cantante
y su amante, el pintor Mario Cavaradossi. Y aquí Puccini nos
enfrenta a una sucesión de acontecimientos que culminan en un
acto de amor no deseado, en el cual la muerte puede identificarse con
una violenta posesión en la que Tosca acaba con Scarpia (Este
es el beso de Tosca, dice ella al clavarle un puñal
en el corazón).
En este caso, el amor es todavía más adverso, ya que no
sólo determina el suicidio de Tosca. A él se debe la muerte
de Angelotti, el asesinato de Scarpia y el fusilamiento del pintor.
Cio Cio San e Hiroshima
El
orientalismo de Madama Butterfly (libreto de
Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, basado en un drama de David Belasco
sobre un relato de J.L. Long) sube a escena el 17 de febrero de 1904,
en la Scala de Milán. Contrariamente a lo expresado por Pinkerton
durante el dúo de amor que precede a la satisfacción de
su cuerpo en Cio Cio San, el amor puede llegar a matar (él canta
a la joven: Lamor non uccide ma da vita).
Aquí el amor es, al tiempo, agente terminal y generador de vida,
ya que la japonesa de Nagasaki será madre y terminará
muerta.
La suerte de Butterfly está tirada desde el tan anterior suicidio
de su padre, que se quitó la vida al perder el honor. Al casarse
con un extranjero, Cio Cio San es rechazada por su familia y crea así
otra relación imposible: se trata de una geisha, mujeres que
debían ser cómodas y agradables compañeras del
varón y cuya agrupación gremial remonta a 1761, y de un
marino estadounidense. De amor en serio, al menos de parte de él,
nada.
Al final, Cio Cio San debe enfrentarse a la realidad y decidir. Haciéndose
mujer adulta a la fuerza (tiene sólo quince años cuando
comienza la ópera) y transformándose así en heroína
trágica, la japonesa se desprende de lo único que le
pertenecía en verdad: su hijo, al que entrega en adopción
obligada a su fugaz amante de primavera y a la esposa estadounidense
que lo acompaña, Kate. La muerte (un suicidio meditado, no urgente
como el de Tosca) es a la usanza nipona: harakiri.
Aquí un paréntesis, porque Puccini esta vez actúa
como oráculo del bombardeo nuclear a Hiroshima: Japón
se destruye en Cio Cio San y la mano ejecutora es norteamericana, Pinkerton.
Además, el músico incluye compases del himno nacional
estadounidense en la partitura. Algún régisseur ya se
ha encargado de poner esta idea en escena.
Después de la trágica Butterfly, Puccini se dio un descanso
en la musicalización de temas cuyo lugar común fuera la
muerte. Dos óperas sin cadáver protagónico: La
Fanciulla del West (NuevaYork, 1910), y La Rondine
(MonteCarlo, 1917). En la primera, la amenaza de la muerte es continua
y sólo se resuelve al final, mientras que el ambiente se vuelca
a la violencia tanto como el personaje de Minnie. La Rondine
trata de volver a la pseudo dulzura de La Boheme,
con un dibujo musical que subraya la melancolía del mundo pequeño-burgués
de fines del siglo XIX.
Despedida con Liú
La
primera parte de Il Trittico (Nueva York, 1918),
Il Tabarro, tiene un libreto extraído
por Giuseppe Adami de La Houppelande, de Didier
Gold. La muerte se pasea, señora del asunto, desde el momento
en que Michele, con el fin de reconquistar a su esposa Giorgetta, le
recuerda a ésta la desgracia común que los afectó.
Se trata del fallecimiento prematuro del hijo de ambos.
El amor resulta, nuevamente, fatídico. Es luego de la confesión
de Luigi respecto de su relación con Giorgetta, que el batelero
Michele (50 años) se decide a estrangularlo. Para Luigi (20 años),
la pena es morir. A la disconforme Giorgetta le está destinado
el suplicio de contemplar el cuerpo asfixiado de su amante.
Suor Angélica está separada del
hombre del que se enamoró desde el día en que concibió
un hijo. Cuando empieza la ópera, ya son siete años los
que permanece recluida en un convento. La obra está dividida
en dos partes por la noticia que trae la tía de Angélica.
Se trata del tardío anuncio de la muerte del pequeño hijo
de la monja.
Puccini juega con su paleta de coloridos, tratando de hacer inconsciente
el suicidio de Angélica, que siente ya no tener razón
para vivir. Ella pide morir, reclamando el mismo favor a su Dios y a
las plantas que ha cultivado. Entre ellas, la cicuta.
La monja, según el libreto, toma conciencia de haber caído
en pecado mortal después de ingerir el veneno. Entonces grita
y se abraza a la cruz pidiendo una señal de perdón. Y
el implacable Puccini acepta, por primera vez, musicalizar una situación
dramática de redención: la muerte llega, pero con ella
se hace presente la Virgen, que empuja suavemente a un niño hacia
la moribunda.
Gianni Schicchi es una farsa basada en un episodio
del canto XXX del Infierno de La Divina Comedia
de Dante. Unica ópera cómica del compositor, quien delata
su inteligencia irónica y su humor negro, en ella se juega con
la muerte al punto de hacer creer en un difunto que no lo es. Y, confirmando
que el pecado es amar, Liú, el único personaje que ama
de verdad en Turandot, debe morir.
El príncipe desconocido (Calaf) desafía a la muerte impulsado
por el instinto sexual. Él nunca antes había visto a la
fría princesa china Turandot, que subasta su virginidad a cambio
de que algún valiente resuelva tres enigmas que ella misma propone.
Liú, que ama a Calaf, le advierte el peligro, pero no es escuchada.
Entonces grita: Ha vencido la horrible fascinación.
Por su parte, la inalcanzable Turandot está abrumada por antiguas
tragedias familiares (su antepasada Lo-u-Ling murió en manos
de un extranjero) y cuando se entrega a Calaf (sin una estoica resistencia,
por lo demás) le dice: Vencida estoy por esa fiebre
que me viene de ti''. Ha correspondido a la misma pasión del
hombre, no a un sentimiento de
otro orden.
Puccini no alcanzó a terminar esta ópera: fue vencido
por el cáncer tras escribir el suicidio de Liú, como si
con ello la misión ya estuviera cumplida. El resto, con la veloz
transformación de la misántropa Turandot, es fruto de
la revision que Franco Alfano hizo sobre los esbozos dejados por el
compositor.
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