SANTIAGO.- Estoy parado frente al Palacio de La Moneda, aguardando por el pistoletazo fijado para las 08:30 horas. ¿Podré llegar? ¿En cuántos minutos lo haré? Son las dudas que me asaltan a segundos de comenzar mi aventura en el Maratón de Santiago 2018. "¡Oye avanza, ya partió po'!", oigo de una señora que está a mis espaldas. Arranqué desconcentrado, pero quiero creer que estoy pagando el noviciado en esta carrera.
Soy sincero. No pensaba correr esta prueba que congrega a miles de santiaguinos. Pero hace un mes mi editor me sugirió cubrir el evento y fue ahí cuando de golpe me sacudió una inesperada ráfaga de motivación. "¿Y si lo corro?", le planteo. Se pensó y se hizo. Las zapatillas iban a ver la luz tras semanas de olvido en la penumbras del armario.
Madrugando para la primera vez
Ya es la madrugada del domingo 8. El día ha llegado. Mi despertador me levanta de la cama a las 06:45. En poco menos de dos horas, ya estaré trotando entre la masa. Quería hacer los 21 kilómetros, pero por cupos sólo alcancé a entrar en los 10 k. Espero completarlos en menos de una hora.
Llega a mi casa el fotógrafo que irá inmortalizando mi evolución (o fracaso) en esta jornada, para la cual otras personas se preparan con meses de anticipación, con un entrenamiento duro y una dieta óptima. No es mi caso. Hice lo que pude desde que supe que iba a participar. Un poco de orden, gimnasio y tratar de comer sano en la semana. Pero al igual como algunos que están leyendo esto, disfruto con el placer culpable de la comida chatarra, de un cigarrillo con una cerveza y un buen asado.
Pero de trasnoche hoy no sé nada. Ya voy en el metro, donde cientos de hombres y mujeres visten mi misma polera azul. Con un par cruzo palabras, con otros nada más que miradas. Pero no hacía falta, con sólo verlos a los ojos sentí que era como su hermano, nos unía un fortuito lazo por este domingo. Sí, porque pese a que cada uno va con un objetivo distinto, el final es el mismo: La meta. Pero antes, debo llegar a la largada frente a La Moneda y finalmente, ahí estoy entre la muchedumbre esperando la señal. 08:30 y ya parte mi carrera de 10 kilómetros, con gente ya apurándome por mi instante de reflexión...
El ruido del tráfico de zapatillas
Cuando van 2 mil metros todavía no paro de sorprenderme de lo que me está generando esta nueva experiencia. Voy corriendo por la Alameda, donde siempre-salvo hoy-, autos y micros del Transantiago dan vida a estresantes ruidos y bocinazos. Ahora únicamente se escuchan pasos, risas y un ambiente de plena camaradería.
A la altura de la estación Santa Ana, los infaltables perros callejeros van acompañando mi marcha y la de todos los demás participantes. Me siento bien y a un buen ritmo. Eso sí, los espacios no sobran y por momentos debo escabullirme para no toparme con alguien. Cada uno va a su paso y el respeto existe. De hecho choqué con una niña, a la que le pedí disculpas. Ella me miró con cara de relajo. No hay tiempo para malas caras. Solo tiempo para lograr el objetivo personal de cada uno...
"¡Son los mejores!": Las inesperadas muestras de apoyo
Ya va la mitad del circuito y voy transitando frente al Mercado Central de Santiago. Imagino la imagen de un abundante plato de congrio frito con papas fritas, lo saboreo y hasta puedo olfatearlo....pero no, debo seguir firme para alcanzar la meta trazada. Ya comienzo a palpar el desgaste y afloran algunos síntomas de cansancio. Delante mío, veo a una mujer de tercera edad, de no más de 70 años, arengando a unos jóvenes quinceañeros, que parecían ser sus nietos. La imagen me quedó grabada por el resto de la mañana. Generaciones distintas compartiendo una vivencia épica.
El maratón también sabe de apoyos externos. Lo comprobé en mi paso por el Parque Forestal, donde muchos espectadores gritan: "Vamos, vamos", "Ustedes pueden". Pero otro "hincha", que también recordaré, fue un hombre con un descuidado peinado con evidentes signos de haber vivido una dura noche de juerga.
"¡Son los mejores!", exclama con un poco de dificultad, desatando la risa generalizada. Para el tipo eramos unos superhéroes. Yo sólo me sentía un mortal con la ventaja de no tener resaca, pero la mochila de la fatiga ya comenzaba a sentirse pesada en mis hombros.
El éxtasis del final y el silencio de los que abandonan
"Bien chico, métele que no te queda nada". Esa frase me dedica una mujer tras una valla papal a los pies del Cerro Santa Lucía. Quizás me ve muy agotado, pero la verdad es que me siento entero y capaz de lograr el minutaje estimado. Soy Rocky Balboa, pero de pronto me transformo a un ser egoísta. ¿Por qué? A mi lado izquierdo, uno ya tiró la toalla: No es cansancio, es claramente una lesión ya que se toma su pierna. Se retira del circuito y sale caminando. Me hubiese detenido a entregarle apoyo, pero se fue raudo.
El pórtico de la meta que marcará mi cronómetro ya lo puedo ver. Así que decido meter quinta y después de 00:52:57 culmino con mi carrera. Se apoderó de mí una sensación de completa dicha. Es mucho más de lo que esperaba. Sin embargo, me invade la ansia de haber querido más. A mi alrededor, miles de familias fotografían y felicitan a sus seres queridos. Se respiran aires de satisfacción entre personas con rasgos completamente distintos. Altos, bajos, gordos, flacos, jóvenes, no tan jóvenes, pelados, pelucones...estamos ahí...en el final del Maratón. Cada uno sabrá si cumplió con su expectativa personal, eso sólo queda en sus mentes.
Pero lo que si queda y puedo traspasar con este relato es un mensaje: Todos los que están ahí hicieron mucho más de los que eligieron quedarse en el sillón mirando la TV. Suena cliché, pero los 10 kilómetros todos lo podemos lograr. Sólo depende de un buen entrenamiento previo y la motivación. Romper con el sedentarismo, comprarse unas zapatillas y echarse a volar por las calles y parques no es algo de "superhéroe", como quizás creyó el señor de la destartalada cabellera. En ese mar de gente, en el que yo fui uno más, lo que menos habían eran cuerpos de Adonis o físicos de keniata. Era diversidad en estado puro, pero a la vez una perfecta monotonía por la exclusiva convicción de querer cumplir con lo propuesto.
Hombres de carne y hueso para la opinión pública y superhéroes en cada uno de sus mundos internos. No tendré capa ni salvé a la humanidad, pero yo en mi cabeza también me sentí con poderes especiales por el hecho de correr 10 kilómetros. Si el año entrante hago los 21, quizás me crea un Dios. Mientras sea en mi imaginación, voy a seguir apurando el paso...