BRASILIA.- Más de 147 millones de brasileños están llamados a las urnas el 7 de octubre para elegir al próximo presidente del país. Pero ese mismo día, los ciudadanos también se enfrentarán a unas elecciones legislativas, que según diversos analistas, podría dejar un Congreso aún más segmentado e igualmente desprestigiado que el actual.
En los comicios de este domingo se elegirá al total de los miembros de la Cámara de Diputados y se escogerá a la mitad del Senado. Sin embargo, no se espera una renovación real, pese a los intentos de la operación anticorrupción Lava Jato, que pretendió desterrar los vicios de la "vieja política".
"2018 será la batalla final de Lava Jato, porque las elecciones de 2018 determinarán el futuro de la lucha contra la corrupción en nuestro país", afirmó en noviembre de 2017 el fiscal Deltan Dallagnol, de Curitiba (sur). Una batalla, al parecer, perdida desde ese punto de vista.
La gigantesca investigación sobre un sistema de sobornos en Petrobras, sentó en el banquillo o puso tras las rejas a decenas de empresarios de primer plano y a responsables de casi todos los partidos políticos,
pero no llegó a revolucionar la práctica de la política en Brasil.
Por ello, los pronósticos aseveran que varios de los diputados y senadores que postulan a la reelección serán nuevamente elegidos, pese a contar con acusaciones de corrupción en su contra. Y si no, gran parte de los nuevos rostros que puedan entrar al Legislativo forman parte de los mismos grupos o familias de poder.
"La gran mayoría de los parlamentarios que son candidatos a la reelección serán reelectos", aseguró Sylvio Costa, fundador del sitio periodístico especializado Congresso em Foco.
"Y muchos de los nuevos serán personas ligadas a clanes familiares o grupos tradicionales, algo muy brasileño", agrega Costa, que estima que un tercio de los 513 diputados y más de la mitad de los 81 senadores actuales están investigados o acusados por acciones penales.
Una "legislatura perturbada"
Quien sea electo tras este domingo, o en una probable segunda vuelta programada para el 28 de octubre, deberá lidiar además con un Congreso dividido. Así al menos lo proyectan diversos analistas, quienes creen que serán cerca de 30 partidos los que lo integren.
Aún así, sus principales fuerzas, auguran, volverán a ser con toda probabilidad las tres que han dominado la vida política en el último cuarto de siglo: el Partido de los Trabajadores (PT, izquierda) del encarcelado ex Presidente Luiz Inácio Lula da Silva; el MDB del Mandatario conservador Michel Temer, y el PSDB (centroderecha) del ex jefe de Gobierno, Fernando Henrique Cardoso (1995-2002).
Pero esos partidos nunca consiguieron, en 33 años de democracia, tener una mayoría absoluta, lo cual dio origen a un
"presidencialismo de coalición", en el que quien juegue el rol de Mandatario necesita formar coaliciones con varios sectores a cambio de favores, como asignación de recursos y nombramientos a cargos en el Ejecutivo.
Esa dinámica derivó en 2005 en el escándalo del "mensalao", una millonaria contabilidad ilegal del Partido de los Trabajadores (PT) para comprar el apoyo de congresistas. "Eso no a va a cambiar y es el corazón del problema", explica el politólogo Matías Spektor.
Esta vez las cosas no serán diferentes. Las alianzas volverán a ser claves, especialmente en una legislatura que requerirá de gran trabajo para reunir los apoyos necesarios para aprobar, por ejemplo, la reforma de las jubilaciones, considerada por la mayoría de los candidatos como clave para enderezar las deficitarias cuentas públicas en el gigante sudamericano.
El candidato con más intención de voto para la primera vuelta de este domingo, el ultraderechista Jair Bolsonaro, es del Partido Social Liberal (PSL), que cuenta con apenas ocho diputados y que difícilmente podrá obtener más del doble en octubre.
Su probable contrincante en segunda vuelta, Fernando Haddad, sucesor de Lula en el PT, tendría que lidiar con el fuerte 'antipetismo' del Congreso, que en 2016 destituyó a la ex Presidenta Dilma Rousseff.
El politólogo Thiago Vidal augura una "legislatura perturbada", cualquiera sea el presidente electo.