Un total de 21 candidatos concurren a estas elecciones, aunque António Costa parte como favorito indiscutible: las encuestas le dan más de un 38% de votos y supera a sus contrincantes —según el diario Pitagórica y Eurosondagem— por 13-17 puntos porcentuales. A él lo seguirían el ex alcalde de Oporto, Rui Rio, del Partido Social Demócrata (25,5%); y la linguista Catarina Martins del Bloque de Izquierda (9,6%).
Es el gran fantasma de estas elecciones. Los partidos tratan de movilizar a los portugueses para que acudan a las urnas. En las últimas legislativas, en 2015, un 44% decidió quedarse en casa.
El Partido Socialista (PS), al que las encuestas auguran una victoria segura, perdió las elecciones de 2015 pero cambió el tablero político con una alianza de izquierdas —"Gerigonça"— con comunistas y Bloco de Esquerda que obligó a los socios a dejar de lado sus diferencias para desalojar a la derecha del poder.
El acuerdo se limitó a apoyo parlamentario al Gobierno del PS, sin sillones en el consejo de ministros.
Costa aspira esta vez a gobernar en solitario, con mayoría absoluta. Los sondeos, hasta ahora, no le dan una ventaja tan clara.
Los resultados definirán a sus posibles socios aunque analistas locales miran ya las proyecciones del PAN—Partido de las Personas, los Animales y la Naturaleza—, el partido "revelación" tras su ascenso en las elecciones europeas.
Los socialistas se centran en la gestión financiera para reducir la deuda y acabar con la austeridad de los años duros, mientras el derechista PSD persigue una reforma política y del sistema de pensiones y seguridad social ante el envejecimiento de la población.
La CDU, la coalición de comunistas y verdes, pide un aumento del salario mínimo y el Bloco de Esquerda y el animalista PAN abogan por mejoras sociales y una respuesta a la emergencia climática.
La corrupción, el escándalo por el robo en un arsenal militar —que salpicó a la cúpula de Defensa hace dos años— y la economía han marcado la campaña electoral. En la recta final, los socialistas presumen del "milagro" conseguido por el "superministro" Mário Centeno —también presidente del Eurogrupo—, que encontró a un país asfixiado por la austeridad y ha logrado remontar crisis.
El relato del "milagro" que ha asombrado al mundo no termina de calar entre buena parte del electorado. Aunque las cifras macroeconómicas son contundentes —crecimiento superior a la media de la UE y caída del déficit y el desempleo—, el peso de la inversión pública se reduce, la presión fiscal sobre las clases medias es elevada y los salarios —el mínimo 600 euros ($470.000)— están entre los más bajos de Europa.
Turismo y la llegada masiva de residentes extranjeros —atraídos por las llamadas "visas gold"— son parte del motor económico pero han provocado una crisis habitacional sin precedentes en el país.
La República de Portugal no tiene conflictos nacionalistas en su territorio. La derecha radical es prácticamente inexistente —sus escasos actos apenas convocan a unas decenas de simpatizantes— y los partidos de la izquierda del espectro político, como el Bloco o el Partido Comunista, congregan alrededor del 10% de electorado.
Mantener la senda de crecimiento, acortar la brecha de la desigualdad en un contexto de crisis global y esquivar el zarpazo del Brexit —Portugal será uno de los países europeos más afectados por sus estrechos vínculos con Londres— serán los grandes desafíos del nuevo Gobierno.
Tendrá, además, que enfrentar otras asignaturas pendientes, como el envejecimiento de la población —con una edad media de 44 años— y alternativas contra el éxodo de las zonas más empobrecidas, el "Portugal vacío".