El domingo pasado, los máximos asesores en seguridad nacional de la Casa Blanca se reunieron con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en su residencia en el resort Mar-a-Lago. Funcionarios del gobierno informaron a la prensa que cazabombarderos norteamericanos F-15 Strike Eagles acababan de atacar a grupos de milicias patrocinadas por Irán en sus bases de Irak y Siria, como respuesta a una serie de ataques con cohetes que dos días antes habían culminado con la muerte de un contratista civil norteamericano.
Pero en privado el tema que concitó el interés del agitado presidente era otro: la idea de asesinar al general iraní Qassem Soleimani, a quien los altos mandos militares de Estados Unidos consideraban responsable del ataque a un ciudadano norteamericano y dispuesto a asesinar a muchos más.
Las razones de Trump para considerar justo en este momento un operativo contra el líder de las fuerzas Quds después de tolerar durante meses las agresiones de Irán en el Golfo Pérsico fueron tema de debate en el seno de su propio gobierno.
El asesor en seguridad nacional de Estados Unidos, Robert O'Brien, comentó que el ataque a Soleimani fue después de su reciente visita a Damasco y que este pensaba atentar contra objetivos militares y personal diplomático norteamericano.
Los funcionarios de Defensa de Estados Unidos describieron los planes de Soleimani como una continuación de las anteriores provocaciones de Irán, incluidos los ataques con minas marinas contra barcos petroleros en el Golfo Pérsico en mayo pasado. Un mes más tarde, Trump canceló sobre la hora un ataque aéreo pensado como represalia contra Irán por el derribo de un dron de vigilancia de Estados Unidos.
Las raíces más inmediatas de la crisis se remontan al viernes después de navidad, cuando un misil hizo explotar la base conjunta de Estados Unidos e Irak conocida como K-1, en el extremo sur de la ciudad iraquí de Kirkuk. En el ataque, resultaron heridos tres soldados estadounidenses, un intérprete y dos policías iraquíes.
Los funcionarios norteamericanos rápidamente culparon a Kataeb Hezbollah, una poderosa milicia al parecer apoyada por Irán.
Además, le recordaron a Trump que no había respondido ni después del ataque con minas marinas, ni después del derribo del dron de vigilancia, ni tampoco después del supuesto ataque contra la refinería saudita. Y le aseguraron al presidente que era necesario enviar un mensaje claro: "Nuestro argumento era que si nunca respondíamos, iban a pensar que podían hacer lo que quisieran", dijo un funcionario de la Casa Blanca al Washington Post.
Según los funcionarios, otra de las motivaciones para actuar fueron las críticas que había recibido Trump por haber cancelado su ataque en represalia por el derribo del dron. Al presidente le había molestado mucho que se filtraran las deliberaciones internas sobre el tema, porque sentía que había dejado una imagen de debilidad.
Un alto funcionario de gobierno reveló que Estados Unidos siguió los pasos de Soleimani durante varios días y mantuvo al tanto a Trump en todo momento, hasta que se decidió que la mejor oportunidad para asesinarlo era cerca del aeropuerto de Bagdad. Fue el presidente quien en definitiva autorizó a último momento el ataque, con una llamada desde Mar-a-Lago.
El lunes pasado, el senador republicano Lindsey Graham se encontraba en Mar-a-Lago y dijo que el presidente le comentó que estaba preocupado porque "iban a atacar de nuevo" y que estaba evaluando adelantarse y golpear a los iraníes. Según Graham, no había planes previos para matar a Soleimani, pero era algo que Trump tenía en mente.
"Más bien pensaba en voz alta, pero estaba decidido a hacer algo para proteger a los estadounidenses. La muerte del contratista fue lo que realmente volcó la balanza", dijo Graham. "Repetía que ese tipo era malo, que no tenía salvación, que había que hacer algo", agregó.
Tras el operativo contra Soleimani, los funcionarios norteamericanos en Irak se prepararon para cualquier represalia, desde un ataque directo hasta una orden de Irak para que las fuerzas y el personal de Estados Unidos abandonen el país. "Él repetía que el trabajo de presidente es muy duro. Y yo le decía que sí, que es muy duro", reveló Lindsey Graham.