La pandemia de covid-19 -y los confinamientos chinos- fueron parcialmente responsables de que los líderes de las dos mayores economías mundiales, el estadounidense Joe Biden y el chino Xi Jinping, no se hayan visto cara a cara -aunque han hablado por teléfono- desde que el primero llegó a la Casa Blanca en enero de 2021.
El esperado encuentro ocurrió finalmente este lunes en Bali, antes de que empiece la cumbre, si bien ninguna de las partes ha ofrecido grandes detalles sobre la reunión, muy al contrario de la guionizada anticipación frente a previos encuentros entre líderes de las dos superpotencias.
La parca información va en línea con el enfriamiento de las relaciones bilaterales más importantes del planeta, en un momento de profundo desacuerdo entre ambos países por la invasión de Rusia -socio de China- a Ucrania y la autonomía de Taiwán, isla que Beijing reclama y que Washington en principio defendería.
Si había un invitado que podía determinar el curso de las conversaciones en Bali, ese es Vladímir Putin, invitado personalmente por el presidente indonesio, Joko Widodo, con el que se reunió en Moscú en junio, y quien finalmente no viajará a la isla, haciéndolo el canciller Serguéi Lavrov en su lugar.
El hecho de que Rusia forme parte del G20 ha marcado las reuniones del grupo desde la invasión de Ucrania, y en ninguno de los encuentros ministeriales previos -de Exteriores, Finanzas o Sanidad, entre otros- se ha logrado consensuar documentos por la negativa de Moscú a incluir referencias a la guerra.
Con o sin Putin en Bali, la guerra de Ucrania estará muy presente en las charlas, con frecuentes -y no siempre secundados- paralelismos entre la invasión rusa y una eventual acción similar de Pekín en Taiwán, y es posible que el ucraniano Volodímir Zelensky participe digitalmente.
La cumbre de Bali también servirá para observar más de cerca los supuestos bloques en la escena geopolítica actual, con Estados Unidos y sus socios europeos y asiáticos de un lado, y China, Rusia y los países que mantienen cierta equidistancia entre ambas potencias, como India o los latinoamericanos, de otro.
Se espera que ambas parten traten de afianzar los lazos con sus socios, escenificando una aparente división entre democracias y autocracias, cuando Biden encara la cumbre intentando evitar a toda costa una foto con Lavrov, ante la ausencia de Putin, y otra con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman.
No obstante, Bali también podría servir de ocasión para tender puentes entre ambos bloques en un mundo dividido pero globalizado e interconectado, cuando se especula que el apoyo de China a Rusia, país con el que selló una amistad "sin límites" a comienzos de año, haya flaqueado a medida que se prolonga la guerra en Ucrania.
El Gobierno de Indonesia ha ido más allá de su papel como presidente este año del grupo, que en 2023 pasa el testigo a la India, y se ha propuesto mediar en el conflicto ucraniano y ofrecer un espacio de diálogo desde la neutralidad.
Más de medio siglo después de que el archipiélago, la cuarta nación más poblada del planeta, acogiera la Conferencia de Bandung en 1955, origen del Movimiento de Países No Alineados en plena guerra fría, el país recupera ese mismo espíritu anti-bandos y se ha negado a desinvitar a Rusia, como pedían desde Washington.
Para Indonesia se trata de una ocasión de oro para elevar su papel en la escena geopolítica, y es más que probable que, ante la esperada falta de documento consensuado por el grupo, la cumbre concluya con un comunicado elaborado por la presidencia.