SANTIAGO.- "Yo tenía exceso de trabajo en el consultorio, a tal punto que yo era la encargada de pasar consulta, hacer curaciones, hospitalizar enfermos y cuidarlos día y noche, trabajando más de 12 horas al día, y haciendo turnos de emergencia".
Es parte del testimonio de Consuelo Gómez, ex religiosa de las Hermanas del Buen Samaritano, cuya denuncia en Emol ha abierto un nuevo flanco de cuestionamiento a la forma de operar de la Iglesia Católica chilena.
Además del exceso de trabajo en el área de la salud, propio de la congregación, contó que realizaba labores para los sacerdotes. "Nos tocaba hacerles todo: levantarnos temprano a preparar el desayuno, hacer el almuerzo como lo pedían, la cena, limpiar la cocina, tener que acompañarlos. Eran todos muy exigentes", dijo.
Se trata, a juicio de Sandra Arenas —doctora en Teología Sistemática por la U. Católica de Lovaina, en Bélgica— de un relato "verosímil". La experiencia de Consuelo de "hacer turnos, ocuparse de las labores de la casa, cocinar, lavar, limpiar la casa y que no sea remunerado como un trabajo también es verosímil", comenta.
"Ella lo relata con harta crudeza, y suena anacrónico. Para cualquier persona que escuche o lea esto, puede que suene como esclavitud. Pero es, de alguna manera, una forma de esclavitud del siglo XXI para quienes tienen esta experiencia", añade.
Arenas tiene dos credenciales para referirse al tema: en primer lugar su estatus de académica en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica, pero también haber sido consagrada. A pesar de ella misma haber tenido una buena experiencia comunitaria, conoce otros casos análogos al de Consuelo.
"Cuidar al que puede administrar sacramentos"
Para empezar a hablar del tema, Arenas tiene que explicar el contexto ideológico detrás del fenómeno y ahondar en un concepto: un cierto paradigma eclesial que aún sostiene que existen "grados" de cristianos. "Aquel que está en jerarquía por sobre otro, está en un estado de mayor perfección", explica.
Luego aclara un segundo punto: "No es que haya un estadio de superioridad donde están todos los consagrados, no. Dentro hay distancia, y son superiores los hombres a las mujeres", declara. El motivo es sencillo: el hombre puede ser ordenado como sacerdote y administrar sacramentos, algo que la mujer, por estructura eclesial, no tiene permitido.
"En congregaciones que no son de claustro, la religiosa también queda enclaustrada en un sistema de vida que no le permite siguiera mirar a la esquina"
Sandra Arenas
"A la religiosa se le educó históricamente entendiendo que el ministro que recibía el sacramento del orden era superior. Más aún si era obispo, y cardenal todavía más". Es eso, en esencia, lo que identifica como el origen del problema de asimetría que enfrentan las mujeres dentro de la Iglesia Católica, y afirma que muchas veces es reproducido por ellas mismas.
Dice, por ejemplo, que existen mujeres consagradas que "defienden absolutamente el privilegio masculino al interior de la Iglesia" y que "entienden a ultranza que estas son cosas que corresponden, porque en el fondo el lugar más sagrado lo tiene aquel que puede administrar sacramentos. Entonces, a él hay que cuidarlo".
"Es un modo de entender la vida religiosa femenina como una subordinación a la misión de los ministros ordenados, y refleja una forma de comprender el trabajo pastoral de las mujeres como uno sin ningún tipo de protagonismo real. Una suerte de servilismo que no refleja la auténtica vocación religiosa, que muchas comunidades sí viven", asegura.
Vocación con el doble de responsabilidades
Las religiosas del Sagrado Corazón recordaban la labor de la madre Magdalena Astorquiza, quien estuvo por años a la cabeza de la casa del Arzobispado de Santiago en Punta de Tralca, así: "Después de haber tenido una gran autoridad e influencia, llegó a esta comunidad con muy pocas cosas, testimonio de amor a la pobreza, y se integró sin hacerse notar en nada, prestando servicios de casa, especialmente en las costuras, el cuidado del jardín, colaborando humilde y sencillamente mientras pudo".
La casa ha sido "históricamente atendida por monjas", cuenta Arenas. "Los curas recuerdan a la madre Astorquiza y dicen que sabía lo que le gustaba comer a cada uno. Ella entendía perfectamente que su servicio era conocerlos, cocinarles, y esas cosas se mantienen hasta hoy", señala.
Pero no se trata, inicialmente, del motivo por el cual una mujer entra al noviciado. Cada congregación tiene un carisma explícito, por ejemplo de cuidado a enfermos o de educación en colegios, y cada una elige su opción acorde al carisma que quiere. Se subentiende siempre que se trata de una decisión libre y sin coacción.
"Pero además de prestar servicios gratuitos, como cuidar enfermos o hacer clases en sus propios organismos e instituciones, ellas han tenido que estar disponibles y prestar servicios a la jerarquía de la Iglesia, también de manera gratuita, en casos como los denunciados recientemente en Roma", señala Arenas.
Además, habla de la existencia de congregaciones que "han entendido que su carisma es directamente servir a la jerarquía, porque se han dedicado a eso: el lavado de las albas, el cuidado de la ornamentación litúrgica, hasta coser botones a la ropa". "Los curas no cocinan ni se lavan su ropa, a diferencia de las monjas, que lo hacen además dentro de sus comunidades. En el fondo, el modelo patriarcal está completamente transportado a la vida cotidiana de las comunidades femeninas", asegura.
En el único caso en que una monja recibe una remuneración es cuando las instituciones en que trabajan son de administración mixta, como por ejemplo los colegios. "Pero ese sueldo no lo ve, porque va naturalmente directo a un fondo común, por el voto de pobreza", explica.
"En esos contextos hay una especie de caldo de cultivo para los atropellos, y nadie se atreve a reclamar derechos que son súper evidentes, como a un salario y horarios justos, al descanso, a la recreación, a la formación. Eso no es reclamado normalmente, porque se entiende que me despojo de mí misma para entrar en un círculo en el que debo servir al sistema", relata.
"¿Cómo voy a descansar si hay tantos niños pobres que atender? ¿Si hay tantos adultos mayores enfermos, muriéndose? ¿Cómo voy a descansar?". Recuerda los argumentos esgrimidos en algunas comunidades y admite que se trata de un extremo. Aunque la dinámica, reconoce, todavía existe en algunos lugares.
Ahora, Arenas recita un versículo del evangelio de Lucas: "Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios". Dice que es la cita bíblica que "se usa". "Entonces tienes que dejar atrás familia, amigos, tu vida, tu biografía... Todo eso tiene que quedar atrás", cuenta. "Eso podría generar en algunas una suerte de castración afectiva".
¿Prestar servicios es un vínculo laboral?
Consuelo Gómez aseguró además que trabajó dos años completos, de corrido, sin ningún día de descanso ni vacaciones. Surge, entonces, la duda en torno a las características del vínculo que une a una religiosa con una institución confesional, y si la naturaleza de las obligaciones ejercidas amerita la existencia de un contrato laboral.
"No existe claridad suficiente para determinar a priori si muchos de esos trabajos se realizan a título de mera benevolencia o altruismo, o por el contrario lo que existe es una prestación propia de un contrato de trabajo", afirmaba en 2013 el director de la Escuela de Derecho de la U. Alberto Hurtado, Pedro Irureta, en un estudio.
En el Derecho chileno no existe un estatuto jurídico especial que resuelva este tipo de figuras, y en el sistema nacional tampoco hay normas laborales específicas. Además, la Iglesia cuenta con independencia y autonomía para autodeterminarse, lo que le permite organizar su propia estructura y establecer derechos y deberes específicos en relación con sus miembros.
Los curas no te van a decir que ellas son inferiores, porque no es políticamente correcto, pero en la práctica operan como si ellos fuesen superiores, porque saben que tienen información y formación, y que ambas son poder
Sandra Arenas
"Ciertamente las organizaciones religiosas no se comportan como un empleador al estilo de lo preceptuado en la legislación laboral (...) La mayor parte de las actividades que realicen sus miembros deberán entenderse como una manifestación del vínculo religioso que mantiene con la confesión, en el entendido de que el sujeto obedece órdenes de un superior eclesiástico y no de un empleador", señala Irureta.
Por eso, reconoce más bien un "vínculo de naturaleza extralaboral regido por las normas internas de cada confesión". Más que una relación laboral, lo que allí identifica es "una ligazón religiosa que aleja cualquier posibilidad de construir un contrato laboral o de prestación de servicios civil".
Sin embargo, entrega un requisito para esas normas internas: "En todo caso deberán respetar los derechos fundamentales" de las religiosas. Y ahí es donde la teóloga tiene reparos, pues asegura que las monjas "han sido formadas en un sistema que ha tendido a desplazar su propia voluntad so pretexto del cumplimiento de la voluntad de Dios, siempre mediado por una superior".
Lo que Arenas propone es trabajar por la instalación de una "ética profesional" de los ministerios. "Así podemos hablar con más serenidad de derechos y deberes. Esto no se trata desvocacionalizar el asunto, sino de admitir que lo que se está desarrollando también tiene una dimensión profesional".
Religiosas sin teología
Pero más allá de la inexistencia de descanso como algo peligroso para la salud, la teóloga asegura que esa falta de tiempo libre tiene otra repercusión: el acceso a la información. Sin descanso no hay momentos para ver noticias, estudiar, aprender.
"En general las congregaciones femeninas no han potenciado la dimensión intelectual del desarrollo, y es la misma razón por la que siempre han tenido un lugar secundario. De esa manera se replica lo que opera en la sociedad: mientras menos informado estés, menos puedes alegar; mientras menos sepas cómo funcionan o debiesen funcionar las cosas dentro de la Iglesia, menos vas a reclamar si están funcionando mal", asegura.
"Tienes que dejar atrás familia, amigos, tu vida, tu biografía... Todo eso tiene que quedar atrás. Eso podría generar en algunas una suerte de castración afectiva"
Sandra Arenas
Señala un ejemplo: a los seminaristas se les exige la teología para poder ser sacerdotes, en cambio las religiosas no estudian la disciplina. Dice, incluso, que en algunas congregaciones esa inquietud es mal vista. "¿Para qué vas a estudiar teología si lo que hace falta es atender a los pobres en la calle?", se ha usado como argumento.
Por eso, cuenta que son pocas las congregaciones que permiten que sus integrantes estudien, y que las que lo hacen no suelen escoger el programa. En el caso de los hombres, si bien la Teología es un piso básico, después de eso pueden hacer posgrados en el área que prefieran: Filosofía, Psicología, Comunicaciones, o la que sea. "A las monjas las mandan a estudiar Pedagogía en Religión, y eso porque hoy es obligatorio para hacer clases en colegios, porque antes ni siquiera", dice.
"Eso ha posibilitado y ahondado la distancia y las relaciones de asimetría al interior de la iglesia entre consagrados y consagradas (...) Los curas no te van a decir que ellas son inferiores, porque no es políticamente correcto, pero en la práctica operan como si ellos fuesen superiores, porque saben que tienen información y formación, y que ambas son poder", concluye.