Llevo cerca de siete o casi ocho años en estos afanes desde que partí estudiando cocina, rubro del cual tenía otra visión: creía que una cocina era algo más parecido a la cocina de una casa, pero a mayor escala, visión que cambió abruptamente cuando, dentro de la escuela, me tocó trabajar por primera vez.
Ahí me di cuenta el sacrificio que lleva este oficio y la pasión que se tiene que tener para ser un profesional de esta actividad.
Me ha tocado convivir con mucha gente, afortunadamente, con mucha experiencia. Y cabe recalcar la exigencia de mis profesores de cocina. De ahí en adelante me he tenido que enfrentar a la realidad de la cocina; he tenido experiencias en restoranes en donde nada se respeta y, por lo cierto, uno se siente frustrado, ya que todo lo aprendido no vale nada.
Esa es una etapa en la cual se puede decir que es como “bailar con la fea”, pero hay otros momentos de los cuales se puede rescatar muchas cosas.
Afortunadamente hay otro tipo de gente de la cual sólo se puede rescatar cosas buenas, desde el profesionalismo, la entrega por su trabajo y la calidad de personas que son. Me siento un afortunado en esta parte, ya que actualmente trabajo en un lugar donde las cosas siempre han ido en escala ascendente, me he ido formando con personas llenas de calidad humana y más que todo con un sentido de ganadores, con un grupo humano joven y lleno de ganas por ser grandes profesionales del rubro.
No me cabe duda de que si las cosas se hacen con dedicación, entusiasmo, sacrificio y si le sumamos el espíritu alegre del equipo con el que me ha tocado trabajar, además siempre mostrando la verdad en los platos, es decir, la utilización de productos nobles, la recompensa llegará por parte de los comensales. Y eso es lo que realmente lo llena a uno como cocinero.
No me cabe más que agradecer a las personas que me han ido formando y al excelente equipo de compañeros que tengo.
Ignacio Ovalle, sous chef del Ópera Catedral.
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