El Mercurio (archivo)
El origen de Halloween proviene de una tradición celta, en que los sacerdotes paganos celebraban el hecho de que los espíritus caminaran por la tierra en busca de poseer a los vivos, mientras que las personas vestían con túnicas lúgubres para no llamar su atención.
Esta costumbre llega a América hace casi 300 años y en Chile se ha instalado paulatinamente, aunque su objetivo, en un inicio no tenía ninguna relación con los caramelos ni con la infancia.
Si bien existe una larga historia detrás de esta conmemoración y que ha sufrido varias modificaciones, fue en Norteamérica donde se instaló la idea de los disfraces y representaciones artísticas sencillas a cambio de comida o bebidas, lo cual terminó en la recolección de dulces.
En Chile, el mercado y la publicidad han incentivado la fiesta de Halloween con elementos llamativos para los niños como son los disfraces y golosinas, especialmente preparados para la ocasión, tanto que hasta para muchos adultos resulta atractivo disfrazarse de algún personaje.
Compartamos o no estas ideas, podemos rescatar aspectos positivos de esta fecha, tal como se celebra en nuestro país.
Los disfraces y juegos de roles son actividades que permiten ampliar experiencias y desarrollar habilidades sociales y emocionales en los niños. Además de ser una actividad muy atractiva y motivadora para ellos, los disfraces les permiten ver el mundo desde otra perspectiva, logrando mayor iniciativa y dinamismo al actuar y al comunicarse. También estimulan el pensamiento simbólico, su creatividad e imaginación, ya que ellos no sólo están usando atuendos de algún personaje ficticio o de fantasía, sino que sienten, piensan y actúan como ese personaje.
Junto a ello, les permite interactuar con otras personas, ya sean niños o adultos, de una manera diferente y lúdica.
Es importante que la familia sea parte de este momento de distracción y entretención, que los niños se sientan estimulados y acompañados ya que no solo hay que disfrazarse, hay que salir a la calle también, ver a otros seres fantásticos caminando por su barrio, llamar a la puerta de los vecinos, saludarlos, hablarles y reunir la mayor cantidad de dulces posible.
Por lo tanto, es una oportunidad en que tanto niños y adultos se relacionan con otros miembros de su comunidad, al reunirse y compartir con vecinos del barrio en un ambiente de festividad. Los niños reconocen este ánimo de alegría y entusiasmo, y lo sienten como una característica de su entorno.
Mª Paulina Schwarze Fraile, subdirectora de Editorial Caligrafix.