Reuters (imagen referencial)
Son pequeños y muchos no saben bien qué es el
coronavirus (Covid-19), pero casi todos se
dan cuenta de que ese "bicho" del que todo el mundo habla
es el culpable de que lleven semanas encerrados en sus casas y ya no puedan ver a sus amigos, primos o abuelos, ni salir a jugar a los parques.
Son cerca de 300 millones en China y quizás sean los que más estén sufriendo este enclaustramiento, obligado o voluntario, que ha convertido las vibrantes ciudades del país en páramos desiertos.
Desde que el pasado
27 de enero, el Ministerio de Educación ordenó
aplazar indefinidamente el comienzo de las actividades en guarderías, colegios y todo tipo de centros educativos del país, los niños se han visto confinados, junto a sus padres, a las cuatro paredes de su vivienda.
Es el caso de
Belén y Simón Toledo, dos hermanos chilenos de 10 y 12 años respectivamente, hijos de un diplomático, que
llevan ya casi un mes sin salir de casa, aunque desde hace unos días
siguen las clases por internet que les proporciona su colegio, el Liceo Francés de Beijing.
"Me pone un poco triste no poder ver a mis amigas, es lo que más echo de menos. Tres de ellas se fueron a Canadá y las otras tres no tengo idea de qué están haciendo", dice Belén, que, como Simón, prefiere no salir siquiera al jardín del recinto residencial.
"Te aburres mucho acá, terminas tu tarea y entonces molesto a mi hermana", bromea Simón, que se divierte interrumpiendo a menudo a Belén. "Lo peor es que algunos de mis libros se quedaron en el colegio", añade.
Pese a que no salen de su vivienda, Belén dice no estar "tan preocupada" porque sabe que "nada malo va a pasar": "Estamos en China y los chinos son inteligentes", afirma.
"Quiero jugar con mis amigos"
"En casa
estoy muy aburrida, no hay cosas que hacer, pero
no podemos salir porque tengo miedo también a ese virus", dice por su parte y en un perfecto español Mingmei Zúñiga Li, una niña que acaba de cumplir 10 años, de madre china y padre peruano.
Mingmei no sale casi de casa desde hace semanas, como mucho algún breve paseo en el interior del complejo de viviendas en el que vive, porque
"los doctores en la tele han dicho que no salgamos mucho".
"
Quiero jugar con mis amigos u otras personas, solo quedarte en la casa tampoco está bien porque tienes que salir a respirar y no puedes quedarte todos los días encerrada", se lamenta esta pequeña, cuyos abuelos viven por suerte en el mismo recinto.
"Mi hija quiere salir de casa pero no es posible
Li Weng y Zhao Xaoli son una pareja china de jóvenes profesionales de telecomunicaciones, con
dos hijas de ocho y dos años. Todos tuvieron que cancelar el viaje que habían previsto por el Año Nuevo chino a la ciudad de Tianjin, de donde son originarios, una vez que el virus comenzó a propagarse rápidamente en esas fechas.
El padre acude desde esta semana a trabajar a la oficina, mientras que Zhao se queda en casa cuidando de los niños e intenta trabajar a distancia en los pocos momentos que le quedan libres.
La familia
compra la comida por internet, algo a lo que muchos recurren ahora,
y también mascarillas o desinfectantes, mientras la madre intenta ayudar a su hija con los materiales educativos que les envía el colegio.
"Espero que el virus pueda estar pronto bajo control.
Mi hija mayor quiere salir de casa pero no es posible, si queremos hacer frente a la enfermedad", recalca Li.
La importancia del contacto físico
El
encierro forzado que viven los niños residentes en China puede, según advierten los psicólogos, tener
consecuencias negativas sobre su desarrollo, si los padres no consiguen manejar la situación de forma adecuada.
"El contacto con sus compañeros es fundamental", destaca la psicóloga española experta en terapia familiar Sandra Casio, que subraya que
al estrés que genera una situación así -en la que a los niños se les trastocan de repente sus rutinas-
se añade el que puedan sufrir sus padres, encerrados como ellos, y que se transmite de inmediato a los pequeños.
"Depende cómo la familia consiga manejar la situación, las habilidades que tenga. No es lo mismo una familia que se preocupe e intente darle un tiempo de calidad a sus hijos, que otra que la viva con mucho estrés", recalca.
Casio explica que las familias de un nivel sociocultural más bajo, corren más riesgo de caer en ese "efecto bola de nieve" creado por una espiral de tensión que se retroalimenta entre los niños y padres confinados.
A esto se suma que las clases a través de internet no sirven para los niños más pequeños, que necesitan todavía más el contacto físico con sus profesores y compañeros, y no pueden pasarse el día pegados a una pantalla.
Es el caso de Mariña Vázquez, una niña española de tres años y medio, que al comienzo de la epidemia preguntaba a sus padres "¿cuándo se acaba el Año Nuevo chino?", extrañada por lo que se alargaban las vacaciones en su guardería.
Ahora, casi un mes después, ya ha entendido que hay "un bichito" en la calle que "no es bueno" y que hay que ponerse una mascarilla para salir, aunque sea al parque de la urbanización, o lavarse bien las manos al regresar a casa.
Mariña está contenta, de todos modos, por poder pasar tanto tiempo con sus padres, aunque reconoce que echa "mucho de menos" a sus compañeros de guardería, a quienes piensa volver a ver "cuando el bichito se vaya de una vez".