El sagaz Stalin logró el reconocimiento internacional de una esfera de influencia soviética en la Europa del Este y extendió su dominio sobre los países vecinos. Terminada la guerra vino otra oleada de torturas y matanzas de miles de bielorrusos, cosacos y ucranianos, acusados falsamente de colaboracionismo con el régimen de Hitler. Stalin tampoco ocultó su antisemitismo y en nombre de su lucha contra el "cosmopolitismo" creó un territorio en el extremo oriente ruso para aislar a los judíos.

Nunca se sabrá con precisión las atrocidades cometidas por este hijo de zapatero, ya que muchas de sus víctimas yacen bajo tierra en medio de la inmensidad de los bosques y la nieve de las estepas rusas.

Su muerte

La última etapa de la vida del georgiano es descrita como un estalinismo llevado a sus últimas consecuencias. En este período el mito de Stalin invadió toda la vida soviética; no escribía, no se le veía en ceremonias públicas y evitaba acudir al Kremlin, pero su leyenda había crecido hasta la desmesura más absoluta.

Su salud se había hecho precaria: tras la guerra, sufrió un infarto leve y a partir de entonces se preocupó de su salud, tomando períodos de vacaciones en el Mar Negro. En la fase final de su vida, su rostro se había vuelto rojo y congestionado, como consecuencia de una hipertensión que en absoluto se cuidaba.

Al final de su vida, Stalin quiso reconstruir su familia: instaló cerca de él a su hija y trató de curar el alcoholismo de su hijo, pero fracasó en ambos casos. Necesitaba el contacto con otros seres humanos y, al mismo tiempo, daba la sensación de que no podía soportar relaciones estrechas con otras personas, dada su recelosa actitud, que llegaba hasta la psicopatía.

La mejor imagen de esta época de su vida la ofrecen las memorias de Kruschev. "En esta época -escribió su sucesor en el poder- no importaba qué cosa podía sucedernos o no importaba a cuál de nosotros. Se iba a las reuniones en la dacha de Stalin porque no había más remedio, pero no se sabía si acabarían en una promoción personal, la detención o incluso el fusilamiento. Stalin elegía entre nosotros un pequeño grupo que mantenía siempre cerca de él. Había también un segundo grupo al que se apartaba por tiempo indefinido y al que no se invitaba nunca para castigarle: cualquiera de nosotros pasaba de un grupo a otro de un día a otro. Si había algo peor que cenar con Stalin -añadiría- era estar de vacaciones con él, porque en esos momentos todavía resultaba más absorbente".