Justamente porque creo en esa igualdad esencial de la persona humana es que me he rebelado en contra de la discriminación que sufren las mujeres y he promovido sus derechos desde los tiempos del Servicio Nacional de la Mujer. Porque tal inequidad ha significado que nuestra civilización no haya acogido en la vida pública y como se debía a las mujeres. Y ello terminó generando el temor entre los propios hombres, como lo inmortalizó Sor Juana Inés de la Cruz, quien por allá por el 1600 debió disfrazarse de hombre para poder estudiar:
“Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis”
Filósofas como Aspasia, poetisas como Safo, guerreras como Juana de Arco, gobernantes como Isabel la Católica o Catalina de Rusia son las excepciones luminosas a una historia de olvido. ¿Quién puede negar de las capacidades políticas de Golda Meir o Margaret Tatcher? Actualmente la menor criminalidad entre las mujeres, su cercanía a la naturaleza y su carácter maternal nutricio, su habilidad para aprender nuevos lenguajes, su mayor capacidad de resistir al dolor hablan de la fuerza de lo femenino. ¿Por qué no enriquecer a la sociedad chilena con esta fuerza?