Desde la recuperación de la democracia, Chile ha tenido muy buenos gobiernos. Cada uno ha tenido su sello y en el caso del gobierno de Michelle Bachetet, la gran novedad es que la Presidenta será una mujer. Ese hecho genera una serie de expectativas especiales, particularmente respecto a la forma de gobernar, pero hay muchas aspiraciones que no tienen que ver con este hecho.
Al elegir a Michelle Bachelet los chilenos hemos querido preservar lo mejor que han tenido los gobiernos de la Concertación, y hacerlo no es una tarea banal. No es fácil tener un país estable, que crezca económicamente, que continúe reduciendo la pobreza, que desarrolle sólidas y amplias relaciones internacionales. A ello se suma una importante agenda de nuevas tareas, como la Reforma Provisional, la ampliación de la educación parvularia, el énfasis en la pequeña empresa, la reducción de las brechas de desigualdad escolar, la apuesta en serio por la descentralización. Cumplir con éxito esas tareas es una meta ambiciosa para cualquier gobierno. En mi opinión, ese es el primer punto en que debe notarse la mano de una mujer: demostrar que somos tan capaces como los hombres de darle buen gobierno a nuestro país.
Junto a todo esto (por si fuera poco), nuestro nuevo gobierno tendrá la oportunidad de hacer una diferencia por el hecho de estar encabezado por una mujer. Si los chilenos confiaron en ella no es sólo porque están venciendo muchos prejuicios contra las mujeres, sino también porque han visto en su ascenso un reconocimiento a todos los que habitualmente son excluidos.