En otra de sus muestras de rebeldía, se
casó, en contra de los deseos de sus padres,
con Toshi Ichiyanagi, un estudiante de la Universidad
Julliard y se fueron a vivir al Greenwich Village.
Allí Yoko, con el respaldo de la formación
musical adquirida en Tokio, comenzó a relacionarse
con los compositores de vanguardia de la época,
Arnold Schönberg y Anton Von Webern.
A principios de los sesenta, Yoko contaba ya con
un nombre en el ámbito intelectual de Manhattan
y era conocida por sus conceptos musicales complejos
(incorporar sonidos compuestos en sus composiciones),
su afición por las performances y su tendencia
a la poesía y las expresiones artísticas
“radicales”, a pesar que durante años
fue ridiculizada e ignorada.
A los 29 años regresó a Japón
durante dos años para exponer su obra en
varias galerías de Tokio. Se divorció
de Ichiyanagi y de inmediato se casó con
Anthony Cox, jazzista y productor de películas
estadounidense y padre de su hija Kyoko.
En 1965, a los 32 años, era ya una artista
reconocida y líder del movimiento Fluxus
neoyorquino, que englobaba a los artistas innovadores
de la época. Expuso por primera vez en
la AG Gallery de Maciunas con unas obras que denominó
pinturas pero que eran, de hecho, creaciones,
poemas, gestos y piezas conceptuales.
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