BOLIVIANOS EN BRASIL

“Mi padre quiere que yo vuelva. Tengo mucha añoranza de mi  madre, de mi familia”, dice  Roberto, quien explica en español: Hace dos años en Sao Paulo, Roberto nunca hubiera ido siquiera a la Avenida Paulista, centro financiero de la ciudad. Edwin fue sólo una vez. El Parque de Ibirapuera lo conocían sólo por la televisión. Aún siendo paseos gratuitos, son salidas que pesan en el bolsillo, demandan transporte, pasaje de autobús, un lujo para quien vive para el trabajo, pensando en juntar dinero para ayudar los padres y volver en fin para su casa.

A invitación del GLOBO, Edwin y Roberto conocieron Ibirapuera y el Monumento a las Banderas, uno de los símbolos de la ciudad construida por inmigrantes:

“Es muy bello! Cuándo fue hecho? Quién lo hizo? Muy bello de verdad”, se emocionó Roberto delante de la obra del escultor Victor Brecheret, mientras el hermano, Edwin, muy tímido, sólo reía. Con dos hijas brasileñas y su propio taller de costura en Parí, Maria Helena Zentero, de 36 años, tiene una vida más confortable en Brasil. No piensa en volver a Bolivia, pero, si volviera, sabe exactamente lo que llevaría del país para La Paz:

Los frijoles! La mayoría de los bolivianos oídos por el reportaje adora el frijol del tipo "carioquinha", que paulistas y mineros comen todos los días en el almuerzo y la cena. Pero cuando llegó a Sao Paulo con el marido en el año 2000, dejando las dos hijas pequeñas Maria Salomé y Carla Abigail con la suegra, vivió una historia de terror.

Ella y João fueron engañados por un anuncio de radio, que prometía buenos empleos, buena casa y comida en Sao Paulo. Cogieron un autobús y tren para cruzar los dos países. El patrono tramposo los dejó en una casa con siete personas más, sin que pudieran salir. La comida de todos los días era un pedazo de pollo, arroz y frijoles.