MIGRACIONES EN AMÉRICA LATINA - MÉXICO

—¿Te quieres regresar? —le preguntó.

—Ahora menos puedo, tendría que trabajar varios meses sin goce de sueldo —le dijo.

Ella se aguantaba el llanto en el auricular, pero comenzaba a dolerle el pecho y a temblarle el ojo derecho. Decía que le daba coraje no poderlo regresar. Más tarde el doctor le confirmó que estaba propensa a una parálisis cerebral, que mejor se tranquilizara. Pero no fue así, mientras en la isla las cosas se acomodaban para ayudarle, ella le platicaba lo ocurrido a cualquiera que se encontraba.

Doña Emedelia, una mujer a la que le lavaba y planchaba la ropa, le dio números de teléfonos, del gobierno federal, de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Le dijo que la embajada de Bahamas, estaba en Jamaica. Ana Isabel se puso en contacto con el cónsul José Luis Delegado, quien le dijo que iba a investigar. “Efectivamente su esposo está trabajando aquí, pero todo está bien”, le dijo. Ana Isabel no le creyó. Tuvo que vender las bicicletas de los niños y las herramientas de Juan Gabriel para pagar una letra de la deuda contraída para el terreno.

Mientras, en Bimini pasaba los días junto a David Alejandro, el hombre que se había caído del techo de la casa que construía y llevaba varios meses sin recibir señales de la empresa para regresarlo. Hoy sus compañeros y el mismo recuerdan que la empresa nunca se hizo cargo de nada. Los compañeros le improvisaron una andadera tubular y se turnaban para bañarlo. Él se tenía que aguantar las ganas de ir al baño hasta que llegará algún compañero.

La inconformidad crecía en ambas partes. En la isla, Dario y Rutilo, quizás los únicos entre los trabajadores que protestaban abiertamente por el salario, se peleaban con los contratistas. En Pedro Escobedo, la noticia de que había un trabajador que se había caído desde abril aumentaba la zozobra. Ana Isabel hacía su trabajo, se contactaba con la familia de David Alejandro, que vivía en San Juan del Río. Con él ya eran varios los que pedían regresar.