El
Mercurio en Pakistán
Bitácora
de viaje
Jueves
4 de Octubre de 2001
Pablo Soto, enviado especial Islamabad,
Pakistán
Un sentimiento de miedo por lo que pueda ocurrir en Afganistán
es el que se vive en el mercado de Kohsar, uno de los más
antiguos de Islamabad, Pakistán. Aquí, 35 afganos
se muestran preocupados por su gente, piden por la paz y añoran
volver algún día a visitar su tierra.
Hablan con dolor los afganos de este mercado. Sus caras reflejan
el drama que ya han vivido millones de ellos que han tenido
que dejar su país no porque quisieran, sino porque
la guerra los expulsó y los privó de todo lo
que tenían.
Ahora, tratan de salir de la pobreza elaborando sus propios
souvenirs, queriendo convencer a los visitantes de que sus
productos son los mejores y que conviene comprarlos, aunque
sea por unas pocas rupias, la moneda local en Pakistán.
Venden desde copas hechas con botellas vacías hasta
alfombras que, aseguran, ellos mismos han tejido.
Estos afganos hablan mientras se preparan a compartir una
especie de estofado que calientan en un hornillo a gas, sin
importarles la temperatura ambiente, que fácilmente
debe bordear los 40 grados.
El olor es penetrante, y de la preparación se alcanzan
a ver algunas papas, zanahorias y ajíes que sobresalen
de la olla. Es la característica de la comida por estas
tierras, llena de especias y sabores fuertes que pueden ofender
el paladar más liviano de un occidental.
No tienen mucho que ofrecer estos afganos, pero su escuálido
plato, que repartirán entre 35 personas, alcanza para
invitar a quien quiera sentarse a su mesa, que en realidad
es la vereda sobre la que se acomodan para comer.
Después, deberán retornar a promover sus collares,
pulseras y souvenirs a los turistas, que son una especie en
extinción estos días cuando la guerra está
golpeando a la puerta. |