Viernes, 29 de Julio de 2005
En este texto inédito, el poeta declaró su admiración
por los versos de nuestra Premio Nobel 1945. Anticipamos estas líneas
que se publicarán en la revista "Cuadernos" de la Fundación
Neruda.
Gabriela Mistral escribió en 1914, en Los Andes, los tres
sonetos llamados de la Muerte.
La magnitud de estos breves poemas no ha sido superada en nuestro
idioma. Hay que caminar siglos de poesía, remontarnos hasta el viejo Quevedo,
desengañado y áspero, para ver, tocar y sentir un lenguaje
poético de tales dimensiones y dureza.
Es tal la fuerza torrencial de Los Sonetos de la Muerte, que fueron rebalsando
su propia historia, dejaron atrás el núcleo desgarrador de
la intimidad y quedaron abiertos y desgranados, como nuevos acontecimientos,
en nuestra poética americana.
Tienen un sonido de aguas y piedras andinas. Sus estrofas iniciatorias
avanzan como lava volcánica. Contenemos el aliento, va a pasar algo,
y entonces se despeñan los tercetos.
Estos poemas son una afirmación de la vida. Imprecación,
llamamiento, amor, venganza y alegría son las llamas que iluminan
los sonetos. Quien los escribió conocía la tierra y sacó de
la tierra su fuerte fecundidad. Amasó la greda magnética
del norte chileno y esa tierra lunaria se le quedó en los dedos.
Allí se preservan con santa paciencia las semillas progenitoras,
los desbordantes salitrales amenazan al musgo, las sequías matan
mieses y reses. Mas el vino de los valles es dulce, cargado y ardiente.
Como en los sonetos magistrales y en toda poesía de Gabriela, hay
allí brusca piedra, terrenales tajados, pobres espinos, sí,
pero florece el minucioso huerto y arden en las bodegas las llamas esenciales
de la viña. Gabriela que tanto ha caminado desconoce de pronto estos
sonetos que son sin embargo las tres puertas abrasadoras de su poesía
y de su existencia.
Después de cruzarlas puede pasear su claridad, sus misiones, su
infatigable poderío de paz por las fronteras más distantes.
Pero nosotros seguiremos reverenciando estos sonetos que se abrieron de
pronto en la vida de la poesía como si golpes de viento hubieran
hecho temblar la casa deshabitada y se hubiese instalado allí para
siempre una presencia, una palabra verdadera.
Laura Rodig ha regalado a nuestra Fundación el tesoro de estos
manuscritos que así pasan al patrimonio más preciado de la
patria.
* Fechado el 20 de septiembre de 1954, el original mecanografiado, con
algunas anotaciones manuscritas, se conserva en la Colección Pablo
Neruda, del Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de Chile.