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Los poemas inéditos de Gabriela Mistral

Domingo, 16 de Noviembre de 2008

Ignacio Valente
Me es ingrato decirlo, pero me sería injusto callarlo: estimo que los 205 poemas inéditos de Gabriela Mistral, medidos por su calidad poética intrínseca, no constituyen un aporte a su obra ya conocida. Los pocos textos que le agregan algo quizá no compensan lo que le quitan como conjunto: intensidad y fuerza.

Lo mejor de "Almácigo"
Serán los expertos quienes juzguen si se trata de borradores, de retazos o de poemas consumados por la autora; si poseen mucho o poco valor documental o biográfico (imagino que mucho). El muy docto Luis Vargas Saavedra es quien, tras una ímproba labor -que merece todo nuestro agradecimiento- nos puede instruir sobre estas cosas. Yo me atendré a mi estricto juicio poético personal de Almácigo.

Como corresponde a las ilustres corporaciones que patrocinan el libro, su edición es primorosa. De sus miles y miles de versos, los que yo rescataría a golpe de vista son los del breve poema titulado "La lluvia", donde la nube, la aldea, el hijo en brazos y el chubasco forman una unidad íntima y armónica, que se cierra en forma estupenda con los dos últimos cuartetos: "Tiene el campo y tiene el mundo/ Dios en su abrazo ceñido,/ y así los besa, así los llora/ de que Dios es viejo y niño.// Oye llorar a Dios abuelo,/ con un llanto así cansino,/ que nosotros no lloramos/ así tan dulce e infinito". Podría ser éste un excelente poema de Tala o de Ternura.

Rescatables son también dos sonetos de amor que parecen formas menores de otros ya conocidos y superiores; sobre todo "Junto a una fuente", con este terceto último que nos suena familiar: "Porque tú me dijiste que me amabas/ junto a los surtidores de una fuente/ que como un pecho se despedazaba". "El volantín" es un poema vivo y gracioso; algunos fragmentos de "La celosa" son expresivos, así como también otros del extenso "Arcángel Rafael". Esta lista de salvedades, por supuesto, no es exhaustiva.

Claro y oscuro
Pero en la mayor parte de estos poemas no termina de quedar claro el sentimiento dominante, la idea matriz, el motivo central, que tienden a difuminarse en un curso errático, en parte a causa de la debilidad y la gratuidad de las imágenes (las afortunadas escasean, y las rebuscadas abundan). Hay demasiadas estrofas como ésta de "Dice una puerta", donde la Lucía del comienzo "Estará blanca de no ver/ todas las cosas que son violentas,/ de no cruzar otoños rojos/ ni enderezar jarras de greda".

Este efecto de indefinición se debe también en parte a un léxico y a una sintaxis carentes de sencillez. Da la impresión de que necesitaríamos, para la comprensión poética, alguna clave que nos falta (pero un poema debe entregar siempre las suyas, so pena de jugar a las adivinanzas con el lector): "Estoy sobre estas piedras dulces/ que eran de la cita exactas,/ fiel a mi bien y a mi mal como siempre,/ oyendo viento en milpas afiladas./ Si ellos huyeron, ¿cómo es que los siento/ pasar mi rostro como largas sabanadas?".

Buena parte de esta poesía tiende a ser oscura, aunque la mejor Mistral no lo fue casi nunca. El siglo XX está lleno de poesía oscura y hermosa; pero no es el caso. Esta no es la oscuridad de las vanguardias, ni del hermetismo, ni de las asociaciones lejanas. Tampoco es la oscuridad gongorina, aunque a veces la evoca. Ésta me parece la oscuridad de las imágenes aleatorias o aun caprichosas, del decir enrevesado, y de los enigmas cuyo principio de solución o llave maestra quedó retenida en la subjetividad y no revelada en el lenguaje, sino más bien complicada por él.

Retórica y sencillez
Sabiendo incluso de qué se trata por el título -"Marías I"- y por una nota explicativa ("acompañaron a María, reina de Escocia, hasta su muerte"), me resultan enredosas las estrofas de este tipo: "Cantad un aire y unos silbos/ con aire de partida/ y con la boca de baladas/ las canciones que las madres/ de los marinos/ en costa de Bretaña/ y unas cosas apresagiadas/ de las Escocias a las Galias". Aunque el contexto aclare en parte su sentido lógico, el sentido poético deja que desear. La sencillez no es una virtud obligatoria para la poesía, pero cuando se está demasiado lejos de ella, hay que andarse con cuidado, incluso por deferencia con el lector, que sólo está en ánimo de descifrar un lenguaje si su recompensa es copiosa, como ocurre con el propio Góngora, o con G. M. Hopkins, Ezra Pound, Dylan Thomas, E. Montale, o con los surrealistas franceses, que por lo demás son claros a su manera. Pero aquí el descifre no promete gran cosa.

Y es que estos versos andan sobrados de retórica, esa que todo gran poeta posee, pero que se presta a la facilonería o al abuso, como un decir ya dicho y redicho, como una costumbre verbal usada de relleno, como un dejo del oficio que permanece aun sin inspiración ni fuerza (basta pensar en las páginas más débiles de Neruda). Pues los de Almácigo no son versos de principiante, sino de poeta con oficio; más aun, nadie sino la Mistral pudo haberlos escrito; pero muchos de ellos, junto con su impronta personal, llevan ese lastre formal acomodaticio. Me pregunto dónde está aquí la fuerza de Gabriela, dónde su don de síntesis, dónde su sentido trágico.

En cambio, uno sabe bien dónde están sus retóricas. Ofreceré sólo unos pocos ejemplos. No se justifica su frecuente voluntad de que los sustantivos digan más de lo que dicen a costa de quitarles los artículos sin razón visible: "en bosque nos entrábamos", "cuando relumbraba siesta fija", "me llevaste la mano a sal", "miraba desgano fresco"... A veces, los pronombres personales se usan en dativo (no acusativo) sin motivo aparente: "la mesa me abrazan", "me sé el recuerdo", "yo me trepaba las montañas", y así con "te", "le", "nos"... Hay adjetivos que se repiten sin mayor expresividad, quizá a falta de otros más precisos: árbol santo, cuerpo santo, santa selva, santas motas, santo buey, golfo santo, etc. En esa línea podríamos situar también el uso y abuso del nombre de Cristo como mero recurso metafórico (sin embargo, hay un poema en torno a Cristo que vale la pena, "A un niño"). Otro recurso manido consiste en numerar los objetos: cuatro veras, siete álamos, doce vientos, veinte hijos, cuarenta sofocadas, cincuenta dardos, cien raíces, dos mil brazos... Estas formas de decir -y otras semejantes- son en sí válidas, pero el peligro es multiplicarlas en forma de comodines. En ese sentido hablo de retórica fácil.

El verso es por lo general breve: pentasílabo, octosílabo, eneasílabo, con menos frecuencia endecasílabo. Es un verso más bien áspero. También solía serlo en sus mejores poemas, pero aquella aspereza fonética solía acompañar a la del sentido y, por eso mismo, lo potenciaba. No creo que eso ocurra aquí a menudo.

Contra lo que pudiera esperarse, esta gran cantidad de versos es extrañamente pareja en lo formal y en lo cualitativo. Por fortuna, cada cierto tiempo emerge la voz fuerte y viva de la poeta que conocíamos y que admiramos. Tal vez por ese solo motivo ha valido la pena esta inmensa exhumación, de cuyo valor documental no me cabe la menor duda.


Almácigo

Poemas inéditos de Gabriela Mistral

Edición y compilación: Luis Vargas

Saavedra Ediciones UC, 351 páginas. Poesía

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