Miércoles, 09 de Noviembre de 2005
Se han cumplido 60 años desde que se otorgara el Premio Nobel
de Literatura a Gabriela Mistral, y el hecho no ha tenido entre nosotros
mayor relevancia. Al revés de lo que sucedió el año
pasado con el centenario del nacimiento de Neruda, esta fecha, salvo excepciones,
ha pasado casi inadvertida. Ni la calidad poética ni su compromiso
con los valores cristianos ni su ruda ternura ni su vida agitada y tormentosa
han podido influir en el debate nacional, plagado de cuestionamientos políticos
o de lamentos futboleros. Gabriela Mistral, a la que un escritor ecuatoriano
propuso declarar santa, no tiene espacio en los altares domésticos
de la patria a la que tanto amó y que tanto le dolía.
Una excepción a esa cortina de indiferencia, cuando no de olvido,
es la edición bajo el sello catalán Tabla Rasa de una obra
escrita por Sergio Macías Brevis. En ella, presentada en la reciente
Feria del Libro, con abundantes testimonios se traza el "retrato de
una peregrina", detallando los trazos esenciales de la historia de
Gabriela Mistral, marcada por el misticismo, amores imposibles y, más
que nada, una actitud de cierto mesianismo, que no trepidaba en superar
ataduras políticas y sociales para sustentar los derechos de los
postergados; entre ellos, los de las propias mujeres. Esa existencia la
desarrolló Gabriela Mistral en diversos países, peregrina
solitaria que, como dijo, murió "con solo su destino por almohada,
de una muerte callada y extranjera".
CORUSCO