Nación multiétnica:
En Malasia, el "tigre" tiene diferentes caras

Malayos, chinos e indios conviven en un país de pujante economía que ha hecho suyos los símbolos de la modernidad.

XIMENA VILLALÓN MUSSÓNS

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En el corazón de Kuala Lumpur, la capital de Malasia, la silueta de las Torres Petronas se impone. Con su estilo arquitectónico de influencias islámicas y sus más de 450 metros de alturas, las torres -hasta hace poco las más altas del mundo- reflejan lo que es Malasia hoy: un país multiétnico aunque de mayoría musulmana, y que es al mismo tiempo una de las economías más competitivas del mundo.

CONTRASTES
En Malasia coexisten la modernidad con las tradiciones culturales y religiosas de los diversos grupos étnicos.
 

En esta capital de dos millones de habitantes conviven rascacielos y edificios coloniales, así como un "Chinatown" con vibrante actividad comercial y un pujante barrio indio.

Sin embargo, en esta nación formada por dos territorios separados por más de mil kilómetros de mar, las distintas etnias casi no se mezclan y sus roles están prácticamente definidos por ley.
Todo partió en 1969, cuando miles de malayos (que conforman el 60 por ciento de la población) destruyeron los comercios de propiedad de la minoría china (un cuarto de los habitantes), disconformes con la histórica ventaja económica de ese grupo. Unos 250 chinos murieron en esos violentos disturbios.

Con ese recuerdo en mente, en 1971 el gobierno lanzó el Nuevo Plan Económico, cuya intención era clara: mejorar la situación económica de los malayos en comparación con los chinos.
Se estableció por ley un sistema de cuotas que daba a los malayos preferencias en el proceso de selección para la educación estatal, los negocios y los puestos públicos.

Sin embargo, las cosas parecen estar empezando a cambiar. Hace unos años, el ex Primer Ministro Mahathir Mohamad (quien gobernó el país por más de dos décadas) criticó a los malayos por "no trabajar lo suficientemente duro", mientras que el actual Premier, Abdullá Badawi, afirmó hace poco que los malayos debían ser más competitivos y menos dependientes de las "limosnas del Estado".

Badawi, quien era Viceprimer Ministro de Mahathir Mohamad hasta el retiro de éste en octubre del año pasado, ha ido más allá en su acercamiento a las minorías étnicas. En sus discursos ha recalcado que el país requiere del esfuerzo de todos los grupos y ha revelado que él mismo es una cuarta parte chino.

Aunque Badawi llegó al poder como heredero político de Mahathir, ha cultivado un estilo diferente al de su predecesor. Mientras Mahathir era conocido por sus frases polémicas -entre sus "joyas" están haber calificado a empresarios extranjeros de "neocolonialistas", y haber afirmado que "los judíos controlan el mundo"-, a Badawi le dicen "Mr. Nice" ("Señor Simpatía"), por su conocido carácter afable.

El mandato de Badawi se vio reforzado luego que su partido, la UMNO (Organización Nacional Malasia Unida), ganara las elecciones generales realizadas en marzo pasado con el 64,4% de los votos. Esto además le ha permitido avanzar en su propia agenda política, centrada en la lucha contra la corrupción.

Oposición y fundamentalismo

Malasia es un país de mayoría islámica, pero aquí el fundamentalismo no ha pegado entre la población. Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y de la guerra contra el terrorismo lanzada por Estados Unidos, el mayor partido opositor del país, el Partido Islámico Pan-Malasio (PAS) llamó a una jihad (guerra santa).

Pero el resultado no fue el esperado. Los llamados a la jihad alarmaron a muchos de los seguidores del PAS y los llevaron de vuelta al oficialismo. De hecho, en las elecciones de marzo, el PAS perdió 36 escaños en el Parlamento.

Otro factor que influyó en el poco eco que tiene el fundamentalismo en el país fue la política adoptada por Mahathir. Según Donald Emmerson, Mahathir buscó "cohabitar con la oposición musulmana tanto como sentía que era posible. Incluso llegó a decir que 'Malasia ya es un Estado islámico', por lo que no correspondía que los fundamentalistas pidieran que el país se convirtiera en una nación islámica".

Emmerson explica que éste fue un "gesto retórico", ya que Malasia, al tener una gran presencia de chinos e indios, es mucho más tolerante en lo religioso que países con una población musulmana homogénea.

"Manos limpias"

Badawi, quien tiene la imagen de ser un líder de "manos limpias", ya ha dicho que no continuará con los megaproyectos fomentados por el Estado que marcaron el gobierno de Mahathir y que, si bien ayudaron a impulsar la industria del país, en su mayoría hoy son "elefantes blancos". Aparte de las Torres Petronas (un tercio de cuyas oficinas están vacías), Mahathir incluso mandó a construir una ciudad entera, Putrajaya -que pretende ser la nueva capital administrativa del país-, una pista de carreras de Fórmula Uno y un aeropuerto de estilo futurístico.

El problema es que "aunque esta estrategia anticorrupción le permitió a Badawi ganar el electorado, ha alejado a muchos políticos importantes dentro de su propio partido", que estaban involucrados de alguna manera con los megaproyectos de Mahathir, afirma a "El Mercurio" William Case, especialista en Malasia de la Universidad Griffith de Australia.

"Aunque la posición de Badawi como líder del partido está segura, él debe ser cuidadoso de no moverse muy rápido ni muy lejos de las posiciones de su predecesor", agrega Donald K. Emmerson, director del Foro del Sudeste Asiático de la Universidad de Stanford.

Los analistas explican que a pesar de que actualmente Mahathir está retirado de la política, él es aún un factor del cual preocuparse. La era de Mahathir se extendió durante 22 años, durante los cuales gobernó en un sistema que Case denomina "semidemocracia", que combina procesos eleccionarios con un autoritario control de todos los sectores del país. El mismo Mahathir declaró que "si la democracia sólo trae inseguridad, miedo y pobreza, entonces debe ser regulada".

Durante esos años, el ex Primer Ministro desarrolló una nutrida red de seguidores a quienes favoreció y que aún continúan dentro de la política.

Es por esto que, según afirma Case, uno de los desafíos más importantes de Badawi "es buscar un balance entre las expectativas de su élite y las de sus electores".

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