Estados
Unidos:
El rey del vecindario, hoy socio de Chile
La
estrechez del vínculo con Santiago se cimenta en un marco de
similitudes económicas, políticas y culturales.
IGNACIO ARANA ARAYA
Estados
Unidos es por lejos el país más influyente en el mundo:
dínamo del motor económico, centinela omnipresente y el
mayor referente en cultura de masas. Para muestra, dos ejemplos: su
Producto Interno Bruto (PIB) es más del 30% del total mundial
y su gasto en defensa es de US$ 370.000 millones, más de cinco
veces el PIB chileno.
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Washington
D.C., la capital de Estados Unidos, fue sede de negociaciones
para el TLC con Chile.
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Dada esa
relación de fuerzas, ¿Qué le puede importar Chile
a Estados Unidos?
"Por experiencia personal puedo decirles que el Presidente (George
W.) Bush y el secretario (de Estado, Colin) Powell otorgan gran importancia
a la relación con Chile... ¿Por qué? Porque Chile
y EE.UU. comparten un compromiso con la democracia, el Estado de Derecho,
los mercados libres y los derechos humanos... Como diríamos en
EE.UU., Chile 'not only talks the talk, but walks the walk'. O sea,
Chile ha hecho lo que dijo que haría respecto a la reforma política
y económica y la modernización". Las palabras pronunciadas
hace unas semanas por el embajador estadounidense, Craig A. Kelly, dan
cuenta de que el país es visto como un pequeño reducto
de seriedad en un barrio inestable.
El ex embajador de Chile en Estados Unidos, Genaro Arriagada, comparte
esta visión: "Chile, siendo chico, es estable, seguro, con
políticas coherentes, baja corrupción, con un Estado de
tamaño proporcionado, un ambiente en que se puede tener una vida
grata, donde los ejecutivos no tienen que andar con guardaespaldas.
Puede ser una base segura para las grandes empresas".
Asimismo, para el director del Departamento de Asuntos democráticos
y Políticos de la OEA y ex embajador chileno en Washington, John
Biehl, a EE.UU. le conviene una relación con Chile porque "está
enfrentando tantos problemas en distintas partes del mundo, que para
ellos es un tremendo alivio encontrarse con un país con el que
no tienen problemas y es estable".
Las alusiones tienen una contraparte cuantitativa. El Tratado de Libre
Comercio (TLC) es la máxima expresión de la confianza
de Washington; Chile está en el selecto grupo de los seis socios
comerciales al que EE.UU. no le impone barreras tributarias, caso único
en Sudamérica. El país del norte también es nuestro
principal socio comercial en APEC: según cifras de ProChile,
el intercambio comercial sumó US$ 4.420 millones en el primer
semestre del año, 77% más que el segundo del grupo, Japón.
Ahora, con George W. Bush al volante de la Casa Blanca por los próximos
cuatro años, las posibilidades de una vuelta en "U"
en las relaciones bilaterales se frenan considerablemente.
Sin embargo, no siempre las relaciones fueron de amistad. Aunque Washington
fue contrario al gobierno de Salvador Allende desde 1970 y apoyó
a las fuerzas sociales que alentaron el golpe de Estado en 1973, fue
un férreo opositor del gobierno militar hasta su fin, en 1989.
Borrón y cuenta nueva
"Entre 1970 y 1989 tuvimos varias dificultades, pero lo que existe
hoy, 15 años después de las elecciones democráticas,
es una envidia para muchos países en el mundo que buscan una
relación similar, fuerte, madura y mutuamente respetuosa",
dice desde Washington el ex embajador de Estados Unidos en Chile, John
O'Leary.
"Sin duda, el regreso de la democracia creó una oportunidad
formidable de mejoramiento de las relaciones. Éstas fueron muy
notables durante el gobierno de Bush padre, con (Bill) Clinton. Y bajo
el actual gobierno de Bush la relación con el Presidente Lagos
ha sido sorprendentemente buena, incluso logrando superar la tensión
en torno a la guerra de Irak", resume Arriagada.
La relación entre ambos países que más ha avanzado
en el último año es la comercial. En los primeros siete
meses de 2004, las exportaciones de Chile a EE.UU. crecieron 14%, y
en el sentido inverso los envíos aumentaron 28% en doce meses.
De paso, el TLC ha influido sobre la reducción del riesgo país
nacional y estimulado inversiones en sectores como los de carnes y textiles.
"Obviamente el TLC levanta el perfil de Chile en EE.UU. Hemos visto
mucho más interés, que se nota en el número de
viajes de empresarios a EE.UU. y el interés por parte de los
norteamericanos en Chile. Hay ejemplos muy concretos de compatriotas
que están pensando en Chile como plataforma para la región.
En los últimos meses hemos recibido la visita de 3 o 4 gobernadores
que han llegado con grandes delegaciones, con personas de negocios,
y eso a mi juicio es una gran señal", dice Cathleen Barclay,
una influyente ejecutiva estadounidense que trabaja en Chile y que participó
en las negociaciones para concretar el TLC.
Pero no sólo de negocios vive el hombre americano, a ambos extremos
del continente. Para Biehl "se ha desarrollado una relación
muy profunda en el campo de la educación. Hay una enorme cantidad
de chilenos viniendo a hacer postgrados, hay un intercambio cultural
enorme. Además la revolución de las comunicaciones une
mucho a Chile con EE.UU. Otra cosa que se advierte es el creciente respeto
por los profesionales chilenos, hay muchos que destacan trabajando en
empresas multinacionales".
¿Porotos o milkshake?
Dada la mayor cercanía a Estados Unidos, ¿se podría
hablar de una asimilación nacional a su cultura? Más allá
de las alusiones a los efectos de la cultura masiva a través
del cine, la televisión y la música, que muestran lo más
simple y pedestre de EE.UU., lo cierto es que gran parte de la vanguardia
en las ciencias y el arte emanan de la tierra forjada con el sudor de
los inmigrantes de Europa desde el siglo XVII, primero, y de todo el
mundo, después.
Para los más llanos a deshacerse de la identidad nacional, como
si ésta fuera sólo un manto dado por circunstancias superficiales
del entorno, hasta ahora el chileno afuera parece seguir siendo identificado
como tal.
"Creo que en eso siempre hemos sido autónomos, sin darnos
cuenta de que de alguna manera Chile es una isla; hemos desarrollado
una personalidad propia, que tanto en el comportamiento político
como en el cultural presenta rasgos muy característicos",
dice Biehl.
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