Capítulo 4
Japón y EE.UU a la Guerra

La guerra se desarrollaba con fuerza en Europa y la Unión Soviética, pero en los otros extremos del planeta, el conflicto - hasta ese entonces continental- asomaba para unos como un problema, mientras que para otros se transformaba en una oportunidad.

Japón llevaba a cabo una política exterior imperialista que tenía como meta el avance sobre China y el control del Pacífico. El principal problema para Tokio estaba en sus crecientes dificultades económicas, por una sobrepoblación extrema y por no contar con los recursos naturales apropiados.

Sin coincidir necesariamente en la política ideológica nazi ni soviética, Japón ingresó en el acuerdo tripartito en septiembre de 1940 con Alemania e Italia. Meses más tarde, suscribió un pacto de no agresión con Moscú, dejando en evidencia que su postura sería antioccidental: la expansión buscaba horizontes en la Indochina francesa, la Indonesia holandesa y las posesiones británicas del Extremo Oriente.

Pearl Harbour

El sur de Indochina no demoró en caer en manos de Japón. Sin embargo, en su interés de tomar también los territorios holandeses e ingleses, Tokio se topó con Estados Unidos, que bajo el liderazgo de Franklin Delano Roosevelt se interpuso en ayuda de sus aliados.

A pesar de que Roosevelt había decidido no intervenir militarmente en la guerra a menos que sus intereses fueran atacados - principalmente por la presión ciudadana-, la potencia americana emplazó a Japón a abandonar Indochina como condición para continuar suministrándole petróleo.

En medio de una tensión cada vez más evidente, representantes de Estados Unidos y Japón sostienen encuentros diplomáticos en Washington, pero un acuerdo entre ambas naciones estuvo lejos de materializarse. Estados Unidos terminó por embargar todos los envíos del combustible a Japón, que se veía atado de manos ante un país claramente superior.

La llegada al poder del ministro de Guerra Hideki Tojo sentenció lo que sucedería en diciembre de 1941. Conciente de que en caso de conflicto Japón estaba obligado a obtener una victoria rápida, el nuevo líder determinó que se debía dar un golpe veloz y efectivo a los intereses americanos. El encargado del plan fue el almirante Isoroku Yamamoto, ex agregado naval en Washington; el objetivo: la base estadounidense de Pearl Harbour en Hawai.

El domingo 7 de diciembre de 1941, minutos antes de las 8 de la mañana hora local, una flota de seis portaaviones y más de 400 aviones se aproximó a la isla y se dejó caer sobre la desprevenida armada estadounidense.

En poco más de una hora, los nipones destruyeron ocho acorazados, tres destructores, ocho buques auxiliares y unos 270 aviones, además de dejar casi dos mil quinientos muertos. Tras esta batalla quedó por siempre en la memoria la utilización de pilotos suicidas japoneses, que estrellaban sus aviones contra barcos enemigos. Años después, su empleo se transformaría en una verdadera técnica de guerra para Japón, que preparaba especialmente a los pilotos que tendrían la misión de sacrificar su vida. Los "Kamikaze" ("viento divino") serían protagonistas de las batallas en el Pacífico durante la Segunda Guerra.

Pero Japón no se conformó sólo en la victoria de Hawai. Engrandecidos por ese triunfo ante una gran potencia, la armada nipona atacó a la flota británica y realizó exitosos desembarcos en Malaya y Filipinas.

A fines de 1941, habían ocupado Hong Kong. Y en febrero de 1942, derrotaron a los holandeses, accediendo a Indonesia y ocupando la base británica en Singapur. Entre abril y mayo, liquidaron la resistencia norteamericana en Filipinas, y completaron la ocupación de Birmania. Sus amenazantes ataques aéreos, además, tenían en vilo a la India, Ceilán y Australia.

La Guerra se hizo mundial y, aunque sorprendente, el nuevo escenario cayó bien a todos. Hitler dijo a sus cercanos que ahora contaba con un aliado que no había sido vencido en 3.000 años; Churchill, se sentía ya vencedor al conseguir por fin la colaboración norteamericana, y Roosevelt encontró al fin la luz verde que ansiaba para clarificar su posición y entrar de lleno al conflicto.

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