En pocas ocasiones la memoria colectiva de los pueblos muestra un nivel de acuerdo tan grande a la hora de juzgar el papel histórico de un personaje como en el caso de Adolf Hitler. Sobre él se han escrito miles de páginas, y su figura representa la encarnación de los instintos humanos más deplorables. Hitler llevó a su país, y a casi toda la población mundial, a la guerra más devastadora, practicando una política de exterminio y barbarie contra todos aquellos que se apartaban de su ideología.
Con la población alemana angustiada por la falta de trabajo, los capitalistas asustados por el avance de los comunistas y el ejército con deseo de venganza por su derrota en la Primera Guerra Mundial, no fue extraño que florecieran grupos con ideas radicales para terminar con el desorden.
Uno de ellos fue el partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (Partido Nazi), liderado por Hitler, quien había combatido en la guerra y que propiciaba la superioridad de la raza aria, de la cual derivaba el pueblo alemán. Además, atribuía las causas de la ruina económica y moral al socialismo marxista, con su espíritu materialista; al parlamentarismo, con su irresponsabilidad, y al capitalismo financiero dominado por los judíos.
Asimismo, defendía el Estado totalitario: "Tú no eres nada; tu nación lo es todo", donde el partido nazi y el Estado, debían ser organizados sobre el principio del liderazgo, el cual quedaba en manos de mentes superiores.
En 1933, Hitler fue nombrado Canciller. Los partidos políticos y los sindicatos fueron prohibidos o suspendidos, se abrieron campos de concentración para los presos políticos y se impusieron medidas discriminatorias para los judíos.
En 1934 murió el Presidente de Alemania Paul von Hindenburg, y Hitler asumió como Jefe de Estado y Jefe de Gobierno. Así quedó definitivamente instaurado el régimen totalitario conocido como el Tercer Reich.
Un año más tarde, Alemania rompió el tratado de Versalles e inició su rearme, para así poder reunir, por la fuerza, a todos los hombres y pueblos de habla alemana. Por ello Hitler consideraba fundamental conquistar el "espacio vital" en la Europa oriental a costa de los pueblos eslavos y de la Rusia comunista.
Fue nombrado Canciller en 1933.
Tras remilitarizar Renania, intervino junto a Benito Mussolini en la guerra civil española en 1936. Esta colaboración llevó a la formación del Eje Roma-Berlín. Ese mismo año firmó el pacto Antikomintern con Japón.
Aprovechando la política de apaciguamiento aplicada por las democracias, desde 1937 se lanzó a una política expansionista que tenía como objetivo último la guerra general. En 1938, consiguió el ansiado "Anschluss", con la anexión de Austria y después, tras engañar a la diplomacia occidental asegurando que ya no tenía más ambiciones territoriales (Conferencia de Munich de 1938), ocupó Checoslovaquia.
Ante la inminencia de la guerra, Hitler firmó en agosto de 1939 el Pacto de no agresión germano-soviético. Sin embargo, a los pocos días, el 1 de septiembre de 1939, Alemania atacó Polonia lo que desató la Segunda Guerra Mundial.
Desde un principio, Hitler acaparó las grandes decisiones estratégicas de la guerra, a menudo en contra de la opinión de sus generales, como el ataque a la Unión Soviética que cambió el curso de la guerra. Después de la batalla de Stalingrado (1943), los soviéticos pudieron reorganizarse y lanzar la contraofensiva que no cesaría hasta llegar a Berlín en 1945.
En julio de 1944 sobrevivió a un atentado en su cuartel general de Prusia oriental. El coronel Claus von Stauffenberg y otros militares fueron inmediatamente ajusticiados. El propio Rommel se vio forzado al suicidio.
Se suicidó el 30 de abril de 1945.
Paralelamente, Estados Unidos golpeaba masivamente a los alemanes, hasta llegar al desembarco de Normandía, el "Día D", en 1944.
Aquejado de problemas de salud, Hitler se encerró en enero de 1945 en su bunker en la cancillería del Reich en Berlín. Con las tropas soviéticas en la ciudad, Hitler finalmente asumió la inminente derrota. El 30 de abril se suicidó tomando un veneno y pocos días después el Reich aceptó su rendición incondicional.
El legado más atroz del caudillo alemán fue el Holocausto judío, con más de seis millones de víctimas en las condiciones más atroces a que pueda dar lugar la imaginación.