Protagonistas
Hirohito

Hirohito, último emperador divino de Japón. Su responsabilidad exacta en la militarización japonesa y en la guerra sigue en el misterio de la historia.

Las sombras que aún rondan al heredero del Sol Naciente.

Siempre habrá algo de mito y especulación en torno a la figura de Hirohito Showa, el científico tímido que desde los 25 años (en 1926) le tocó ser la cabeza divina de una poderosa nación en tiempos de turbulencia social y luego guerra total.

La responsabilidad exacta del emperador Hirohito en la militarización japonesa y la II Guerra Mundial es uno de los misterios que la investigación histórica no ha dilucidado, ni probablemente lo haga.

La falta de fuentes confiables y primarias, además del secretismo con el que se protegió al soberano, hicieron que su figura fuera interpretada desde algún punto entre dos visiones, la del emperador víctima de las circunstancias y la del nacionalista entregado a la extensión del imperio bajo el yugo de la espada.

La primera visión lo describe como un hombre tímido y gentil, que pasaba más tiempo en el laboratorio de su casa examinando especímenes marinos en su microscopio que decidiendo asuntos de Estado. Un pacifista renuente a la guerra, atrapado en su rol, cínicamente manipulado por las elites militares y civiles ansiosas de guerra. En este retrato, el bueno de Hirohito se mostró en agosto de 1945, cuando al aceptar la rendición incondicional de Japón llevó paz a su pueblo y se opuso a los sectores suicidas que deseaban pelear hasta el último hombre. Aunque, en realidad, la derrota ya era clara.

El más importante exonerador de Hirohito fue el general Douglas MacArthur, encargado de la ocupación de la isla tras el fin de la II Guerra. Por razones pragmáticas, MacArhur desvinculó a Hirohito de las mayores atrocidades niponas para que los japoneses no reaccionaran con fuego y para que, con su prestigio, el monarca ayudara a la reconstrución y democratización de la isla. Hirohito no compareció ante tribunal alguno.

Dos visiones

Aunque en la Constitución de pos guerra perdió su origen divino y sus funciones ejecutivas, siguió reinando y siendo respetado, mientras que gran parte de la jefatura militar fue juzgada y llevada al patíbulo.

La visión negativa lo acusa de haber sido protagonista en la articulación de la guerra imperialista, en la que como nacionalista acérrimo apoyó el militarismo expansionista. Por eso habría tenido gestos como revisar las tropas en uniforme, montado sobre su caballo blanco. Desde esta trinchera, Hirohito dejó que otros asumieran la culpa por sus decisiones, aquellas en las que dio el visto bueno a la invasión de Manchuria (provincia china) en 1931 y toda China y Asia a partir de 1937, luego Pearl Harbor (EE.UU.) en 1941, llevando a su país a un despeñadero. Sólo gracias al pragmatismo estadounidense, corporizado en MacArthur, se habría salvado.

¿Cuán atrapado estuvo el emperador de las circunstancias que le tocaron? El biólogo marino autor de libros académicos no estuvo ajeno a la ideología nacionalista y racista de sus tiempos y recibió una educación cerrada y rígida, propia del orgullo del Trono del Crisantemo, la monarquía más antigua del planeta (660 A.C).

¿Pero no correspondía sancionar a quien con por lo menos su silencio aceptó los experimentos biológicos sobre humanos en Manchuria, la masacre de unos 300.000 chinos en Nanking y los bombardeos sobre Pearl Harbor, por citar unos ejemplos?

De acuerdo a la Constitución de 1889, el emperador tenía las prerrogativas de decidir la guerra y la paz, designar ministros, liderar el gobierno, y ejercer el derecho de comandar las fuerzas armadas. Pero había un problema: el poder del emperador se ejercía a través de su gabinete y las fuerzas armadas, lo que le quitaba la responsabilidad de la decisiones (se ejecutaban en su nombre), dejándolo para el ornato, como símbolo de Estado.

Para el historiador británico y biógrafo de Hirohito Stephen Large, el emperador no era un agente político libre: "Reinaba pero no gobernaba Japón; él y sus consejeros en el palacio imperial eran una de muchas elites que compartían el poder". Según su visión, sólo podía intervenir genuinamente en tiempos de crisis nacional y con el apoyo de otras elites, como cuando reprimió un alzamiento de la marina en 1936.

Pero para otros especialistas, habría sido un nacionalista que apoyó con entusiasmo las barbaridades.

Como sea, Hirohito demostró ser, como ningún otro dignatario involucrado en la II Guerra, una institución intocable. Los tradicionales gritos de "¡banzai! ¡banzai!" (¡larga vida!) para su cumpleaños no se apagaron e incluso fueron proféticos: reinó admirado por su pueblo durante 43 años después del fin de la conflagración, hasta su muerte en 1989. De hecho, en los 80 el Premier Nakasone quiso usarlo como un símbolo para enfrentar los desafíos económicos y políticos.

Y a diferencia de otras monarquías, heredó a su hijo y actual emperador Akihito la dignidad pomposa y el respeto de sus súbditos. El Trono del Crisantemo salió incólume.

"Reinaba pero no gobernaba Japón; él y sus consejeros eran una de muchas elites que compartían el poder".

Certifica.com