A las ocho de la tarde todo se empieza a confundir. En verano, cuando cae el sol, el Parque Nacional Huerquehue se duplica. Sus lagos y lagunas se paralizan para funcionar como perfectos espejos de los ñirres, robles, lengas, coigües y araucarias que se elevan por las 12 mil hectáreas del lugar. Mientras las águilas parecen estar volando bajo el agua, las ranas contemplan el paisaje desde una rama que levita en la mitad del cielo. Los colores alcanzan una simetría perfecta entre la imagen real y la imitada, como un papel pintado con témpera que se dobla para crear una obra de arte preescolar. A lo lejos, el Volcán Villarrica encuentra un gemelo reflejado en el enorme Lago Tinquilico, que si bien está fuera de los límites del parque, se alimenta de las aguas andinas que son la principal atracción del Huerquehue.
Los lagos Toro, Verde y Chico, las lagunas Avutardas, Pehuén, Los Patos y Huerquehue, además del Salto Nido de Águila y los ochenta metros de la Cascada Trufulco son la razón –además de la flora y fauna nativa- de por qué esta zona cordillerana es un área silvestre protegida. Luego de pasar por distintos esteros, por los ríos Liucura y Trancura, esas aguas se transforman en abastecedores del Lago Villarrica, el cual es desaguado por el río Toltén, uno de los principales cauces de la Novena Región. Es decir, el agua que en verano sirve para contemplar lo majestuoso del paisaje, durante todo el año es la fuente de vida para una importante parte del país.
Eso mismo ocurre con un lugar que está a unos pocos kilómetros del parque. Ubicado sobre el mismo cordón de los Andes se encuentra el Santuario El Cañi, una especie de hermano menor del Huerquehue: lagos y lagunas en altura, bosques nativos y un sostenedor para varias familias del sector. Todo reducido más de veinte veces. Son 500 hectáreas de una reserva privada, la primera en Chile –luego vendrían los megaproyectos de Tantauco, Pumalín, Huilo Huilo y Karukinka-, que tienen una historia redonda y que, incluso, ha sido motivo de estudio en universidades como Stanford, en Estados Unidos.
En tiempos de dictadura militar se promulgó el decreto de Ley 701 que proveía de recursos públicos a quienes decidieran dedicarse a plantar y botar árboles. Fueron 75 millones de dólares que buscaban impulsar la industria de las forestales y celulosas, siempre siguiendo la línea de Augusto Pinochet por liberalizar la economía en el país. Se estima que entre 1986 y 1989 la exportación de madera creció de cero a más de dos millones de toneladas cúbicas, de las cuales más de un tercio pertenecían a bosque nativo. El terreno que hoy se conoce como El Cañi estuvo a punto de ser vendido a una empresa forestal neozelandesa que pretendía unirse al boom que había puesto a la madera rápidamente detrás del cobre como exportaciones estrellas de Chile.
Justo cuando se negociaba la venta del lugar Martin Quartermaine y su esposa Katherine Bragg, una pareja de ingleses radicados en Pucón se enteraron del futuro que había para este lugar paradisiaco. Inmediatamente se pusieron en contacto con el dueño del predio y lograron llegar a un acuerdo: tenían seis meses para conseguir los 80 millones en los que pretendía vender las 500 hectáreas. Los británicos, sin posibilidad de desembolsar ellos mismos ese dinero, se pusieron en contacto con dos activistas medioambientales estadounidenses, quienes desde su país comenzaron a recaudar fondos. Luego de varios meses, Nicole Mintz y Rick Klein pudieron conseguir los millones luego de la donación de empresas como Patagonia y Esprit Chile (de Douglas Tompkins) y del aporte de fundaciones dedicadas a la conservación de ecosistemas nativos.
Como en Chile no existía aún el modelo de parques privados se tuvo que normar y, entre otras cosas, se determinó que una persona natural no podía ser propietaria de un área silvestre protegida. Entonces para hacer efectivo el traspaso de la propiedad, en 1990 Quatermaine y Bragg forman la Fundación Lahuén. El siguiente paso vino cuando se decidió que el lugar debía ser abierto al público. Con ese objetivo se crea en 1993 la agrupación de guías locales, formada principalmente por jóvenes del sector. Uno de ellos era un adolescente Roberto Sanhueza, que actualmente es uno de los dos administradores del lugar.
“Cuando llegué trabajamos en todo lo que era la conformación. Primero hubo que cercar el perímetro para evitar el ingreso de vacas, que era el mayor peligro que tenía El Cañi, porque se come los renovales. Obviamente al principio hubo un choque con la comunidad porque los campesinos traían los animales. Ahí tuvimos que explicarle a la comunidad de qué se trataba el proyecto y poco a poco fueron entendiendo el concepto de conservación, algo que en Chile no existía”, cuenta Sanhueza mientras, precisamente, arrea vacas ajenas para sacarlas del sector de Laguna Totoras, un humedal que en verano sirve para que las aves nidifiquen y en invierno como atracción turística para los visitantes que raquetean sobre sus aguas congeladas en medio de bosques de araucarias.
En 1998 y luego de finalizar los trabajos de capacitación, infraestructura, senderos, señalética y publicidad, la fundación se quedó sin recursos y le propuso a los guías que se hicieran cargo absolutamente del terreno. Tras dudarlo algunos meses, se forma el Grupo Guías Cañi que toma el control total del parque. “Al principio fue complicado. Pasar de tener un sueldo mensual a tener que generar las lucas para vivir causaba dudas en todos. Pero al final decidimos aceptar y ya llevamos quince años administrándolo. Fue un tremendo desafío porque en un principio había desconocimiento en muchas cosas, pero en el tiempo la gente se fue capacitando y El Cañi va camino a la sustentabilidad”, explica Sanhueza, quien reconoce que sólo hace un año están logrando números verdaderamente azules.
Actualmente las cuatro mil visitas anuales que recibe El Cañi son solamente una décima parte del número de personas que llegan año a año al Huerquehue. Sanhueza confía que esa diferencia irá desapareciendo, principalmente por la mayor atracción del santuario. Tal como lo dice su nombre en mapudungún, El Cañi ofrece “otra visión”. Una panorámica que no tiene su vecino mayor. Un mirador en 360 grados que, luego de dos horas de trekking, refleja absolutamente lo que es la Araucanía: bosques nativos, volcanes, ríos y espejos naturales.
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Caminar por Santiago. Recorrer la Alameda entera e inmiscuirse en cada una de las calles que la cruzan. Visitar a pie las comunas de Puente Alto, Colina y Peñaflor. Terminar y darse cuenta que completaste una travesía de 70 mil hectáreas que conforman la capital de Chile.
#Parques2015 es algo así, pero 128 veces más grande. Los edificios y el cemento cambiarán por más de 9 millones de hectáreas conformadas por alerces milenarios, lagunas vírgenes, áridos desiertos, glaciares en peligro, pumas e historias desconocidas hasta ahora.
Serán cinco meses de recorrido por los 36 Parques Nacionales del país. Un viaje que contempla 12 mil kilómetros de trayecto por tierra, además de otros ocho mil kilómetros por mar y cielo.