De aquí en adelante el verde dejará de ser protagonista por un rato largo. Los coigües, lengas, helechos y canelos, los frondosos bosques, glaciares, caudalosos ríos y cascadas, desaparecen para darle espacio a la otra cara de Chile. Ahora, cuando metro a metro el oxígeno es más esquivo y las temperaturas bajan sin respeto los cero grados, la belleza del país muta completamente. Los paisajes se vuelven infinitos e indescifrables para el ojo humano. Las distancias se confunden y los espejismos les toman el pelo a los visitantes que se acercan caminando a un objetivo que retrocede con cada paso. Si en el sur los atractivos de los parques nacionales muchas veces radicaban en los detalles -en la fina confección y mezcla de la flora, por ejemplo- en el altiplano chileno lo admirable es poder recorrer cientos kilómetros y comprender que ahí la soledad y la repetición no son cualidades negativas, sino que un fiel reflejo de lo inmenso y puro que fue alguna vez el mundo.
Una de las mejores formas de apreciar todo esto es vivir la transición completa. Comenzar literalmente en la playa y subir hasta llegar a los 4.500 metros sobre el nivel del mar. Y para ese ejercicio el Parque Nacional Lauca es un modelo perfecto. Son 190 kilómetros desde Arica para alcanzar el ícono principal de esta zona, el regalón de los viajes de estudio: el Lago Chungará. Antes, por la Ruta 11 se pasará por la Quebrada de Cardones, donde llaman la atención los cactus candelabro, que eligieron este único lugar en Chile para dispersarse aleatoriamente. Siguiendo por la ruta internacional, donde los camiones bolivianos abundan (es, por el momento, su forma de salir al mar), pasarán ante nuestros ojos la línea férrea que antiguamente unió la capital de la XV Región con La Paz y finalmente la ciudad de Putre, la última parada antes de ingresar de lleno al parque y sus más de 130 mil hectáreas.
Si se tiene problemas con la altura, lo recomendable es dormir una o dos noches en Putre o el camping a las orillas del Chungará, antes de encarar de lleno los trekking que ofrece el Lauca. Se puede caminar durante 13 kilómetros por el sendero Cotacotani, pasear entre las lagunas homónimas y terminar en el bofedal Parinacota donde realmente abundan las aves. Si ese recorrido, que muchas veces bordea la carretera, es muy largo, existen otros senderos más cortos que funcionan para admirar el paisaje. Tal es el caso de Las Cuevas, un camino que no tomará más de una hora y donde se podrán observar formaciones rocosas que sirvieron de refugio para antiguos cazadores y las civilizaciones que los precedieron; ahora son las lujosas casas de las vizcachas y chinchillas. Ahí mismo e inmerso en un pequeño bofedal hay unas termas con aguas que alcanzan los 22 grados que están encajonadas en una endeble estructura que pide a gritos una remodelación. Para los que llegan hasta acá para atacar los “seis miles” que abundan en estas latitudes del país, está el Parinacota y sus 6.342 msnm y su hermano el Pomerape (6.282 msnsm). Esa dupla de volcanes conforma los Nevados de Payachatas, que se ubican entre el Lauca y el Parque Nacional Sajama en Bolivia. Además de los atractivos naturales, dentro del parque está la localidad de Parinacota, donde no viven más de 50 personas y es un lugar para apreciar las construcciones y costumbres aimaras. Fue declarado Monumento Nacional en 1979.
El recorrido no termina ahí. Ahora el pavimento y los camiones cambian por el ripio de la ruta A-235 y su escaso tránsito. Este camino conduce hacia el sur del parque donde se observa la presencia de queñoas, llaretas, paja brava y chachacomas. Justo donde el Lauca se funde sin divisiones con la Reserva Nacional Las Vicuñas, hay una parada obligada: las Termas Chirigualla. Aquí hay dos pozones termales (uno techado) con temperaturas que superan los 30 grados y tienen la gracia de estar verdaderamente en el medio de la nada. Basta con estacionar el auto, superar el frío (ideal llegar cuando se está escondiendo el sol), ponerse traje de baño y relajarse con las propiedades minerales de estas aguas. El paso del parque a la reserva está marcada por dos cosas, primero por las vicuñas que corretean como en pocas zonas del país y se dejan fotografiar de muy cerca y, segundo, por los flamencos y la gama de colores fríos del Salar de Surire, donde solamente una planta de extracción ensucia levemente el paisaje.
Cuando quedan atrás las 17 mil hectáreas de sal (solamente 11 mil están protegidas en forma de Monumento Natural) hay que tomar el desvío hacia la ruta A-395 donde las llaretas (esos montículos verdes que parecen rocas cubiertas de un fino musgo) predominan y las huellas vehiculares que se multiplican para terminar siempre en el mismo camino actúan como metáfora de lo virginal del sector que por 16 kilómetros deja de ser un área protegida por la Conaf y bordea la frontera con Bolivia antes de llegar al próximo destino. Ahí finaliza una carretera que fácilmente podría unificarse, promocionarse y declararse como la Carretera del Altiplano o la ruta de los parques, vicuñas o como decidan nombrarla. El potencial está, solamente hace falta un estanque lleno (y un bidón de reserva por si el vehículo 4x4 consume demasiado combustible), ganas para aguantar los efectos de la altura y, tal como la Carretera Austral en el sur une los mayores atractivos de la zona, definir este sector como una visita obligada que junta el Lauca con el cautivante Parque Nacional Volcán Isluga. Pero esa es otra historia.
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Caminar por Santiago. Recorrer la Alameda entera e inmiscuirse en cada una de las calles que la cruzan. Visitar a pie las comunas de Puente Alto, Colina y Peñaflor. Terminar y darse cuenta que completaste una travesía de 70 mil hectáreas que conforman la capital de Chile.
#Parques2015 es algo así, pero 128 veces más grande. Los edificios y el cemento cambiarán por más de 9 millones de hectáreas conformadas por alerces milenarios, lagunas vírgenes, áridos desiertos, glaciares en peligro, pumas e historias desconocidas hasta ahora.
Serán cinco meses de recorrido por los 36 Parques Nacionales del país. Un viaje que contempla 12 mil kilómetros de trayecto por tierra, además de otros ocho mil kilómetros por mar y cielo.